Educación o barbarie
José Joaquin Brunner, El Mercurio, 6 de noviembre de 2016
Ahora que el mundo parece haber ingresado en una nueva fase global de redes, innovación, velocidad, continuas transformaciones, expansión del racionalismo científico-técnico, debilitamiento de las jerarquías tradicionales y multiplicación de todo tipo de brechas, vuelve a plantarse con agudeza la pregunta sobre el sentido de la educación. ¿Formar para qué tipo de sociedad? ¿Con base en qué valores? ¿Mediante el desarrollo de cuáles capacidades?
La respuesta más común a este tipo de interrogantes subraya la necesidad de enfocarse en las competencias que serían claves para la vida en el siglo XXI. No se halla exenta de polémica sin embargo,
Algunos objetan la idea de “competencias” por creer que es demasiado estrecha; está vinculada al mundo laboral y al fenómeno de la empleabildad, sostienen, o bien a la lógica de los mercados y al fenómeno de la competitividad. En breve, concebiría al ser humano como homo economicus meramente. Al contrario, la formación humana consistiría en aprender a ser, a hacer, a conocer y a convivir; esto es, en un conjunto amplio y sofisticado de capacidades.
Precisamente a esas capacidades se refiere la noción de “competencias” usada en el campo educacional; al desarrollo deaquellas facultades que nos permiten habitar en la cultura. Trátase de habilidades, conocimientos, destrezas y actitudes consideradas imprescindibles para la existencia individual y colectiva en sociedades altamente diferenciadas, diversas, intelectualizadas, seculares, emancipadas y que poseen unhorizonte pluralista y cambiante de valores.
Así entendidas, tales competencias son un fundamento de las libertades posmodernas, de la autonomía personal y de la convivencia dentro de las diferencias. Pueden agruparse en tres dominios: cognitivo, intrapersonal e interpersonal.
El dominio cognitivo incluye destrezas de pensamiento, razonamiento y análisis. El intrapersonal tiene que ver con la conducción de sí mismo; comprende la habilidad de autorregular la propia conducta y emociones para la obtención de fines. Y el dominio interpersonal conjuga las habilidades de comunicación e interacción, relacionadas con la enunciación, recepción e interpretación de mensajes (National Research Council, USA, 2012).
Cada uno de estos dominios adquiere una especial relevancia y connotación en diferentes épocas y contextos.
Por ejemplo, en el dominio cognitivo, por el hecho de vivir ahora inmersos en Internet, la relación tradicional entre sabiduría, conocimiento e información se halla trastocada. Hay una sobreabundancia de información que corre a alta velocidad, el conocimiento es cada vez más especializado y variable y la sabiduría es tratada como un asunto del siglo XIX, cuando aún eran posibles un conocimiento unificado del mundo y un sentido integrado de los saberes.
Quienes son educacionalmente conservadores reaccionan contra esta verdadera implosión cultural –“todo lo sólido se difumina en el aire”, observó Marx– y aspiran a recuperar aquella época de oro. Quisieran fijar un canon –literario, ético y estético– en condiciones de mantener la unidad e identidad de la cultura que sienten propia. En dicha “alta cultura” canónica la educación se entiende defensivamente entonces, como construcción de un dique frente a un océano de información que amenaza con envolvernos y ahogarnos.
En cambio, quienes aspiran a renovar las perspectivas del humanismo dentro del nuevo contexto, proponen reforzar la formación de competencias intrapersonales. Reclaman poner al centro del proceso educativo un conjunto de nuevas virtudes entendidas como habilidades del carácter: perseverancia, dirección propia, autorefuerzo, ética profesional, productividad, autoevaluación. Postulan una suerte de puritanismo intramundano, como lo llamaba Max Weber, cuyo sentido hace recordar aquel verso del Fausto de Goethe, el cual libremente traducido dice: A quien siempre con perseverancia se esfuerza, a él lo salvaremos.
Piensan que llevar una vida examinada y dirigida desde el propio interior es la única manera de hacer frente a los retos de sociedades liberales, con débiles estructuras de autoridad, ausencia de puntos fijos e infinitas posibilidades de distracción. La individuación de la sociedad exigiría dar un paso resuelto en dirección hacia laresponsabilidad por los propios derechos y los deberes de cada uno frente a los demás. De lo contrario sobrevendríael caos de una sociedad sin vínculos ni solidaridad.
Por último, también las competencias interpersonales adquieren un significado distinto en las circunstancias actuales. En efecto, rodeados por cierres nacionalistas, étnicos, de clase y estamentales que pugnan por volverse impenetrables, necesitamos que la escuela forme en la empatía y comprensión del otro, enseñe a colaborar y resolver conflictos y transmita una efectiva valoración de la diversidad como base para una cultura global.Especialmente una sociedad segmentada como la nuestradebe aprender a convivir en la diferencia, a riesgo de quedar atrapada en las divisiones que hasta ahora la misma cultura escolar contribuye a reproducir.
En fin, si el siglo XXI ha de sobreponerse a sus tensiones y contradicciones requiere uconstruir una cultura que mantenga lo íntimo y local en medio de sociedades de masas y globales. Donde la unidad sea el resultado de la pluralidad y la diferenciación y no una imposición política o moral. Esto requiere redefinir el sentido de la educación y las capacidades que ella debe formar, tanto en el dominio cognitivo –nuevas formas de inteligencia– como en los dominios intrapersonal (de las virtudes, como solían llamarlas nuestros antepasados) e interpersonal (del comercio humano en sentido lato).
Si la educación fracasa en educarnos así, corremos el riesgo de una nueva barbarie.
0 Comments