Varias y contrapuestas son las lecturas del reciente Mensaje Presidencial del 21 de mayo. En común tienen esto: buscan ofrecer una interpretación del rumbo que puede esperase del Ministerio Burgos-Valdés en referencia a los dos bloques –rupturistas y reformistas– que pugnan por resolver la crisis de conducción al interior del gobierno Bachelet.
Tratan, por tanto, de responder a preguntas como estas: ¿Qué bloque se halla más próximo al corazón de la Presidenta? ¿Cuál -o qué combinación de ambos- se hará cargo del timón gubernamental? De ser uno u otro, ¿qué ocurrirá con el Programa, la política económica y la reforma constitucional? ¿Qué ajustes experimenta la élite política en este nuevo ciclo y cómo se reordenarán las relaciones entre élites: política, económica, mediática, intelectual y cultural? En un horizonte de mediano plazo, ¿cómo a partir de las dinámicas presentes evolucionarán la ideología y el proyecto socialdemócratas en Chile?
Los análisis aparecidos durante los últimos días -de dirigentes políticos, opinólogos, parlamentarios, columnistas de prensa, académicos, intelectuales públicos y talking heads (cabezas parlantes) como llaman los anglosajones a los personajes que hablan y hablan en las pantallas de TV y solo aparecen retratados de los hombros hacia arriba- se mueven en tres direcciones principales.
I
En la primera dirección, preferida por algunos parlamentarios y dos presidentes de partido (PPD y PC), portavoces del bloque rupturista y celosos guardadores del Programa, apuntan los análisis que leen e interpretan el Mensaje Presidencial como un anuncio de “más de lo mismo”. La Presidenta, dice esta lectura, ha reafirmado sus propósitos de cambio, su diseño de gobierno, su estilo de poner el acelerador a fondo, aprovechar su mayoría parlamentaria, y luego ver qué pasa (con la reforma tributaria o con el fin del copago, la selección y el lucro, por ejemplo).
El cambio de gabinete habría sido meramente táctico. En cambio, el mandato del gobierno es claro e irrenunciable: refundar la República, hacer retroceder al mercado, terminar con los abusos y la desigualdad, dejar atrás la influencia de los tecnócratas y reducir el poder del ministro de Hacienda, garantizar derechos, ensanchar las esferas de acción del Estado y abandonar el modelo concertacionista junto con sus concesiones al neoliberalismo.
De acuerdo con esta visión, la Nueva Mayoría (NM) pasa por un momento complejo y se halla bajo ataque de la Vieja Guardia (“los viejos”). Sin embargo, sostiene, el bloque rupturista es mayoritario al interior de la NM y cuenta con el corazón de la Presidenta. Tan pronto se superen las turbulencias coyunturales -Caval, financiamiento de la precampaña, caso Jorrat versus Ministerio del Interior, agrega esta lectura- este bloque volverá a la carga y jugará su carta de triunfo, cual es, la exigencia de una Asamblea Constituyente nacida desde abajo, de la presión de la calle y las organizaciones ciudadanas movilizadas. En ese momento, la hojarasca pseudodemocrática volaría por el aire y el soberano (el pueblo) recuperaría su poder constituyente.
II
Una lectura por completo distinta es aquella de quienes apuntan en la dirección contraria: el Mensaje Bachelet de las semana pasada habría significado el fin de un sueño, el abandono de la forma y los contenidos rupturistas y la recuperación de un proyecto reformista para los próximos tres años. Habría vuelto a imponerse el sentido común de la Presidenta (no su corazón) y ella, junto a su núcleo más cercano, estuvo dispuesta a hacer virtud de necesidad.
El cambio de gabinete debería entenderse entonces, según esta visión, como un anuncio del giro; un desplazamiento del centro de gravedad presidencial; un triunfo del bloque reformista frente al rupturista o, al menos, una nueva combinación de ambos. Con ello se crearía también una diferente combustión dentro de la NM. La Presidenta no solo habría dado luz verde a un recalibramiento del Programa (nuevo equilibrio de objetivos en el caso de la reforma laboral; redimensionamiento de la reforma educacional, partiendo por la gratuidad solo para algunos, etc.), sino que además, Peña dixit, a una especie de entubamiento del “proceso constituyente” que se hallaría encaminado ahora hacia la elección de un próximo Congreso Nacional mandato electoralmente para convertirse en órgano constituyente, en el sentido del Contrato Social de Rousseau.
Además, en esa misma dirección -allá adelante en el horizonte- aparecería nuevamente (o pronto podría comenzar a dibujarse) un diseño ideológico-programático socialdemócrata de tipo tercera vía, como entre nosotros representa Ricardo Lagos o como se discute apasionadamente en España, Francia e Italia y, en condiciones políticas distintas, en Alemania e Inglaterra. ¿Y Ms. Clinton en Estados Unidos?
III
Entre ambas direcciones polares, una tercera lectura del Mensaje del 21 de mayo apunta hacia un escenario todavía no resuelto; mantenido ambiguamente por el blando, impreciso lenguaje presidencial y el de sus más próximos maestros constructores de relatos y spin doctors, expertos en relaciones públicas creativas al servicio de la autoridad.
Según esta lectura de hechos y signos, desde el momento del cambio de gabinete y el posterior discurso del 21 de mayo, la élite política en su conjunto estaría a la espera de condiciones más propicias para retomar la competencia de sus grupos internos; en particular dentro de la NM y el gobierno. Mientras tanto, el gobierno se hallaría embarcado en un tipo de proceso que un cientista político famoso, Charles E. Lindblom, denominó muddling through en su clásico artículo del año 1959.
Según él, esa era la forma más habitual adoptada por los procesos de decisión política: un continuo ir adelante, atrás y hacia los lados según las circunstancias y las presiones, adaptándose unos actores a la acción de los otros y todos reaccionando a los efectos de esos ajustes mutuos, caminando y resbalando sobre una cancha barrosa, llevados por las dos fuerzas de Machiavelli: Virtù (habilidad de los Príncipes para conservar e incrementar su poder) y Fortuna (fuerzas irracionales que golpean las empresas humanas mal preparadas o carente de previsión).
Quienes nos inclinamos hacia esta lectura e interpretación somos habitualmente escépticos frente al poder performativo de las palabras y los gestos. Creemos que hay fuerzas más decisivas (¡la diosa Fortuna!) en operación, más fuertes que aquellas que comanda la razón. Y si bien no sabemos el día ni la hora, como sociólogos sabemos al menos que hay variados capitales en juego (económico, social, cultural, político); información que circula fuera de la vista de los analistas por los corredores del poder; transacciones que se cierran durante la noche y no conocen la luz del día; movimientos de los mercados y señales de la bolsa; trayectorias prescritas y decisiones que no se toman; corrientes de opinión que de pronto cambian como las mareas; incentivos poderosos a veces, en ocasiones perversos; el narcisismo de las pequeñas diferencias y, en todo momento y lugar, la insondable acción de Fortuna en la historia.
Desde esta tercera perspectiva, el Mensaje del 21 fue una superficie plana donde cada interprete, analista, opinólogo, talking head y spin doctor puede leer lo que cada uno imagina, descifrando signos ambiguos, omisiones y metáforas. En efecto, la Presidenta no quiso (ni le interesa) facilitar la labor de quienes se dedican a la heurística política. No definió la coyuntura en que nos encontramos; no dio una visión autoritativa de los escándalos; no posicionó al gobierno frente a ellos; no proyectó el Programa de la NM ni determinó la agenda gubernamental; no dio un mandato preciso a su nuevo gabinete; no resolvió las querellas de rupturistas con reformistas ni indicó tampoco cuándo, cómo y con quiénes se organizará el proceso constituyente.
Al contrario, dejó abiertas las puertas al muddling through. ¿Por qué lo hizo? No sabemos. Puede ser que la Presidenta no haya decidido aún el camino que le conviene adoptar en la encrucijada. Puede ser que el Ministerio Burgos-Valdés represente el intento de poner en marcha un giro gradual de rumbo sin provocar un quiebre dentro de la NM. O bien puede ser un mero paso táctico, un paréntesis mientras se reordena el bloque rupturista golpeado por los escándalos. Puede ser que la Presidenta necesite esperar el desenlace del ciclo de los escándalos antes de tomar decisiones de fondo respecto de su postura personal y el rumbo del gobierno. O puede ser que el Mensaje Presidencial haya sido pensado más como afirmación de una trayectoria que como una voluntad de poder.
Puestos ante las tres lecturas aquí brevemente retratadas, ¿cuánto valor (máximo cien puntos) podríamos atribuir a cada una, en mérito de su interpretación del sentido y el propósito del Mensaje Presidencial?
Mi apreciación es la siguiente: 25 puntos a la primera lectura, “más del mismo Programa”; 35 puntos a la segunda lectura, la del “giro reformista”, y 40 puntos a la lectura número tres, “salir del paso a como de” (muddling through).
De estar en lo correcto, durante las próximas semanas tendremos un confuso escenario para comentar y analizar. El foco deberá dirigirse a la manera como los principales actores salen del paso ante los obstáculos, intrigas y maniobras que Fortuna pone en su camino.
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