Responsable de educación de Nueva York opina
Octubre 7, 2014

“Tener educación no te hace inteligente. Eso lo aprendí en mi casa”

Carmen Fariña vuelve como responsable de Educación de Nueva York. Hija de gallegos, afronta el reto de cambiar el sistema

“En casa siempre hablábamos español. En aquel tiempo, en Brooklyn, cuando yo fui a la escuela por primera vez, con cinco años, no había otros chiquillos que hablaran el idioma. A las maestras no les hacía ni pizca de gracia vernos. Y no podías hablar español en clase, claro. La primera maestra que tuve no me quería dejar hacer nada. Yo era una cosa rarita para ella. Mi padre tuvo que ir a la escuela y decirle: ‘Mire, ella no habla inglés, pero va a aprender pronto, tiene que darle tiempo…’. En las calles tampoco hablabas en tu idioma porque la gente te decía: ‘Ah, un inmigrante’. Como si fueras lo más bajo…”.

Más de 60 años después, en las escuelas de Brooklyn y del resto de Nueva York sí se habla español. Y aquella niña “rarita” de padres gallegos ha cumplido 71 años, ha dejado su retiro en Florida y se ha convertido, desde enero pasado, en la máxima responsable del Departamento de Educación de la ciudad, tal vez el cargo público más importante después del alcalde, el demócrata Bill de Blasio.

Carmen Fariña cita a El País Semanal a primera hora de la mañana en el norte de Manhattan, en una escuela bilingüe que lleva el nombre del padre fundador de la República Dominicana, Juan Pablo Duarte. Situado más allá de Harlem, a la altura de la calle 185, el centro tiene una aplastante mayoría de estudiantes hispanos (98%) en un barrio de población eminentemente dominicana y mexicana. Quedan pocos días para que acaben las clases y los alumnos están contentos. Diferentes y cálidos acentos del español recorren los pasillos.

La escena se produce en la entrada, con los guardias de seguridad como testigos. Un grupo de padres aguarda a que la canciller (el título de Fariña es New York City Schools Chancellor) finalice su visita. Cuando aparece, la abordan. “Doña Carmen, usted nos tiene que ayudar. Necesitamos fondos y materiales. Antes no nos atendía nadie. Ahora confiamos en usted. No nos puede fallar”, le comenta una mujer con marcado acento dominicano. “Yo les voy a ayudar, pero ustedes me tienen que ayudar a mí. Les voy a enviar a una persona de mi departamento. Les vamos a atender”, les responde Fariña. Al abandonar el edificio, antes de subir al vehículo que debe llevarla a su oficina, al sur de Manhattan, una mujer joven la abraza. Es Kristy de la Cruz, directora del colegio de enseñanza media situado al otro lado de la calle, el Bea Fullers Rodgers. Se conocen. Fariña conoce personalmente a todas las directoras de colegios de Nueva York. “Gracias por todo, Carmen”, le dice emocionada De la Cruz antes de cruzar la calzada y meterse en su escuela.

Miradas latinas

‘El País Semanal’ propone este verano a sus lectores una serie de entrevistas para conocer el talento y las ideas de latinoamericanos y españoles en el mundo. Personas que marcan la diferencia en diversos campos como, en el caso de la protagonista de esta segunda entrega, la educación. Personajes, a veces alejados de los focos mediáticos, unidos por un idioma: el español.

“Ahora esta gente tiene esperanza. Antes, no. Yo he vuelto para cambiar el sistema”, afirma Fariña mientras su chófer sortea el trabajoso tráfico de Manhattan. La elección del lugar para la entrevista no ha sido gratuita. La canciller ha querido grabar en la retina del periodista, a través de varias escenas, los ejes de su programa. El primero de ellos, y el más importante, es la batalla por la igualdad, un concepto resbaladizo en una sociedad individualista como la estadounidense y que el alcalde De Blasio quiere situar en el centro de su agenda. Le sobran motivos: las escuelas de Nueva York son las más segregadas de Estados Unidos. El segundo, apoyar a los colegios y a sus responsables, sean cuales sean sus resultados, en lugar de cerrarlos si fracasan, política seguida por el anterior alcalde, Michael Bloomberg. En tercer lugar, la apuesta por el bilingüismo, por el aprendizaje de lenguas, una obsesión para Fariña debido a su experiencia personal. De niña, con cinco años, en la escuela parroquial St. Charles Borromeo de Brooklyn, fue apuntada como ausente durante seis semanas en los controles de asistencia debido a que no respondía cuando su profesora, de origen irlandés, pronunciaba de forma extraña su primer apellido, Guillén (Fariña es el apellido que tomó de su marido). “La marginación que sufrí por la incapacidad y falta de voluntad de mi profesora por pronunciar bien mi apellido siempre me ha acompañado”, confesó Fariña en el libro que publicó en 2008 (A school leader’s guide to excellence: collaborating our way to better schools).

Los recuerdos de infancia y juventud de Carmen Fariña están muy ligados a la figura de su padre, Adolfo Guillén, un gallego al que la Guerra Civil y la pobreza expulsaron de España. De él heredó su inconformismo, una determinada idea de la justicia social y el sentimiento de una España lejana pero propia.

¿Cómo nació ese sentimiento? Mi padre y sus amigos abrieron una escuela para hijos de españoles. Íbamos una vez a la semana a aprender la cultura, los bailes, las canciones, el idioma… Siempre hacían allí sus celebraciones. Ahí es donde conocí a mi marido, que también nació en Nueva York y es hijo de gallegos. Había muchos gallegos y asturianos. En casa teníamos dos herencias: la americana, porque mi padre siempre quiso que fuéramos americanos, y la española. A los 11 años mi padre me mandó a España por primera vez, sola, en el barco, para conocer a la familia en Sada, A Coruña. Estuve tres meses. Aquellos días me dejaron ese sentido de doble pertenencia. La gente que tiene dos países tiene mucha suerte. Desde que mi marido y yo nos casamos, y de eso hace ya mucho, vamos a España todos los años. Voy con mis hijas, que viven aquí, y con mis nietos. Mis hijas hablan español, y mis nietos lo están aprendiendo.

Perfil

Nació en Brooklyn hace 71 años en una familia de emigrantes gallegos. Su padre fue jefe de mantenimiento de un hospital y construyó a su hija un doble acervo: EE UU y España. Adquirió relevancia cuando, como directora, convirtió la escuela Lillie Devereaux en una de las cinco mejores de Nueva York. Antes ocupaba el puesto 76. No le tembló el pulso al cambiar al 80% de los profesores. Tampoco cuando en 2006 dimitió como número dos de Educación por desavenencias con Bloomberg. El nuevo alcalde, Bill de Blasio, la ha rescatado para construir “un sistema más igualitario y justo”. En la foto, de los años setenta, Fariña baila con sus alumnos tras sufrir una avería el autobús en el que salían de viaje.

¿Qué recuerda de su padre? Era un hombre muy inteligente, pero apenas pudo estudiar. Con nueve años dejó la escuela porque se tenía que ganar la vida. Era la época de la Guerra Civil.

¿Su padre hablaba de política en casa? Siempre. Tenía mucha conciencia política. Demasiada, a veces. Me enseñó muchas cosas. Tantas que, cuando yo iba a la escuela, discutía de política. Una vez me echaron de clase porque critiqué a Franco. Pero mi padre, cuando volvía a casa, me decía: “No, no, tú tienes que defenderte, esta es tu familia…”.

El latino, durante muchos años, no votaba. Y el poder lo tiene el que vota”

La anécdota es algo más sofisticada, y habla mucho del carácter comprometido de esta mujer. Sucedió durante su etapa de estudiante en la academia Saint Michael, un instituto femenino de Manhattan. El profesor estaba impartiendo una clase sobre la Guerra Civil. El punto de vista del docente era acorde con los libros de texto de la época en EE UU, es decir, algo condescendiente con la dictadura franquista como bastión anticomunista. Fariña pidió la palabra para criticar la interpretación que estaba dando el profesor, con el argumento de que los libros de texto omitían el sufrimiento de la gente corriente. Fue suspendida en el acto.

¿Estaba mal visto criticar a Franco? En algunas escuelas católicas, sí. Aquí mucha gente pensaba que la dictadura tenía a la gente más controlada, y que así no había comunismo. Pero en casa, mi padre, como siempre hablaba de política y leía mucho, me decía durante la cena: “No importa lo que te digan las maestras. En esto, créeme a mí”. Cuando me hice maestra, se sintió muy orgulloso de mí. Él era carpintero, pero llegó a jefe de mantenimiento en un hospital. Logró una posición bastante alta para una persona sin educación. Tener educación no te hace inteligente. Y mi padre lo era, pese a su escasa formación. Esa fue la cosa más importante que aprendí en mi casa.

¿Qué leía su padre? Todas las semanas le llegaba La Voz de Galicia. Un hermano se lo mandaba. Nos criamos en una casa donde no solo se hablaba en español, sino que España estaba muy presente. La gente que venía, en barco, tras diez o doce días de travesía, nos traía noticias, periódicos atrasados… Siempre había alguien de visita en casa. Siempre nos criamos con España en la cabeza.

¿Por qué se hizo maestra? Mi padre decía que porque me gusta que la gente me preste atención. Pero el motivo es que me encanta aprender, y enseñar, literatura, historia, lo que sea. Además, para un inmigrante y una familia como la de mi padre, ser maestra era lo mejor que podías ser. En aquellos tiempos las mujeres no teníamos tantas oportunidades.

¿Y de su madre qué recuerdos tiene? También salió de España por la Guerra Civil, como mi padre. Se conocieron aquí. Pero para ella la salida fue más difícil. Estuvo en la cárcel durante un tiempo porque su hermano combatió contra Franco. Cuando llegó a EE UU estaba triste. Fue ama de casa. Y le costó muchísimo volver a España, no quería. Por fin volvió, pero le llevó tiempo. Ella tenía en la cabeza muy malos recuerdos, sobre todo la pobreza. Salió de una aldea, Vilaboa. No tenía los mismos recuerdos de mi padre, que hablaba de la playa, de los buenos tiempos… Él se fue porque eran ocho hermanos y tenía que trabajar. Todos se marcharon de España, excepto uno. Eso sí, todos con la idea de volver algún día. Cuando mi padre se retiró, se fue a vivir a España. Murió en España. Y mi madre también.

La vuelta al trabajo de Carmen Fariña ha supuesto una conmoción en el sector educativo de Nueva York. No solo por ser la primera mujer en el puesto (su antecesora, Cathleen P. Black, una ejecutiva procedente de los medios de comunicación que presidió el grupo Hearst y el diario USA Today, estuvo solo 95 días en el cargo antes de dimitir), sino también por ser quien es. Sobre ella circulan desde hace años todo tipo de interpretaciones sobre su carácter, virtudes y defectos. Ginia Bellafante, articulista de The New York Times, describe su estilo de gestión como un “maquiavelismo benevolente”. Son conocidos, y muy comentados, sus años al frente de la Lillian D. Blake School, en el Upper East Side de Manhattan, uno de los mejores colegios de la ciudad. Por él han pasado personajes tan conocidos y diversos como Richard Avedon, Lenny Kravitz, J. D. Salinger, Chevy Chase, José Feliciano, William Hurt o el exalcalde de Nueva York y exembajador en España Robert F. Wagner. Cuando Fariña se hizo cargo del centro, en 1991, estaba situado en el puesto 76 del ranking de la ciudad. Dos años después lo situó en el cuarto, tras renovar o despedir al 80% del profesorado. “Una vez que has creado un clima de trabajo duro y mucha exigencia, la gente sabe si se siente cómoda. Y a partir de ahí decide si continúa o no”, declaró en 1995 a The New York Times.

Junto a su fama de inclemente flotan anécdotas narradas en los medios por sus exalumnos sobre su cercanía y buen carácter. Cuando se inició en la docencia en un colegio de Brooklyn, sorprendió a todos enseñando historia, arte y cultura a través de libros de poemas, guiñoles o textos de cocina. En 1976, en la fiesta del bicentenario de la fundación de Estados Unidos, pagó de su bolsillo un autobús para ir con sus alumnos a Filadelfia, ciudad en la que las antiguas colonias proclamaron su independencia. Muchos recuerdan cómo Fariña llevaba a su padre a clase para que explicara sus experiencias como inmigrante en EE UU, o las invitaciones a comer en su casa con su marido y sus hijas. Y así durante más de 20 años como profesora y otros tantos al frente de cargos de responsabilidad.

Usted lo ha sido todo en el sistema educativo de Nueva York. Tiene 71 años. ¿Por qué ha vuelto? Asumí este trabajo con la idea de cambiar completamente el sistema. Me daba tristeza lo que ha pasado en los últimos años [Fariña dimitió de su cargo en 2006 como número dos de Educación por sus diferencias con las políticas de Bloomberg]. Muchas de las cosas que empecé, en las que yo creía, dejaron de hacerse. Durante estos años he trabajado para universidades y ayudando a directoras de colegio. Cada vez que iba a visitar a una, estaba llorando. “Es que no puedo hacer esto, no puedo hacer lo otro”, se lamentaban. He vuelto para cambiar eso.

¿Qué quiere cambiar? Quiero que todos los chiquillos salgan adelante, vivan en un barrio u otro. Para eso necesitamos a los mejores directores y profesores. Estamos poniendo mucho dinero para que los directores puedan hacer su trabajo. En los últimos años no se invirtió para que directores y maestros se desarrollaran profesionalmente, para que se formaran mejor… También quiero más programas de enseñanza de idiomas, de historia… En España creo que la historia se enseña bien. Aquí, los americanos no conocen ni su historia ni la del mundo.

¿Qué defectos tenía el sistema en la etapa del alcalde Bloomberg? No querían que los padres tuvieran opiniones. Y fueron recortando los recursos para que las directoras no pudieran desarrollar su trabajo, crecer. El problema es que, al final, son los niños los que sufren. Bloomberg hizo cosas buenas, no todo fue malo, pero entendía el sistema educativo como un negocio. Por eso, de todos los responsables que él eligió para este cargo, ninguno era educador. Uno era abogado, el otro otra cosa… Él quería que todas las escuelas fueran negocios. Yo tengo otra mentalidad. Quienes pueden cambiar el sistema son las personas al frente de los centros. Pero no se les permitió hacerlo. Había una idea de que si estudias para maestra es que no eres muy inteligente. Eso es lo que estamos cambiando. Además, la mayoría de la gente que estaba en la toma de decisiones tenía menos de 40 o 30 años, sin experiencia en educación. Es gente que habla con los mayores sin respeto. No se trata de si eres joven o mayor, sino de si respetas a los otros o no. No puedes venir sin experiencia y decir: “Tienes que hacer esto, esto y esto”. Por lo menos, escucha. Hay que saber escuchar. El problema no es la edad, sino la actitud.

¿Qué cree que debe primar en la enseñanza, la formación de ciudadanos o la preparación de buenos profesionales para competir en el mercado? Las dos cosas. Los chicos deben aprender unos contenidos útiles, pero también tenemos que estimular su participación. Es fundamental que participen en la clase, que conformen sus propias opiniones, que hablen mucho. Tienen que distinguir entre las opciones de cada cosa y elegir. No quiero que se limiten a memorizar. Quiero que tengan opiniones.

En el mes de marzo se publicó un estudio de la Universidad de California-Los Ángeles en el que se denunciaba que Nueva York es el “epicentro” de la segregación escolar entre blancos y negros. ¿Le preocupa? Es un problema de clases sociales. Nueva York es una ciudad cada vez más rica. La segregación depende de cómo son los barrios. Si vives en un barrio con un determinado perfil, ese es el perfil que va a tener el colegio. Lo que tenemos que ver es cómo podemos hacer que niños de un barrio vayan a escuelas de otro barrio. Donde podemos tener más efecto es en los institutos [high school], ya que pueden acoger chicos de cualquier zona. En la escuela media y secundaria es más difícil, pero lo estamos intentando. Tenemos que respetar a esos padres que han comprado una casa, o la han alquilado y pagan sus impuestos en un sitio y quieren llevar a sus hijos a la escuela de ese sitio. “Yo compré este apartamento con la idea de llevar ahí a mis hijos”, te dicen. Si quieres cambiar el sistema tienes que oír a la gente.

Lo cierto es que el sistema conduce a los niños a una determinada escuela, y a otros, a otra, en función de la renta familiar. Sí, pero también sucede que muchos padres no van a ver determinadas escuelas por la mala fama que tienen. Hace poco estuve en el distrito 15, en Park Slope, y dije a los padres que era una pena que no visitaran determinados centros de su distrito, que no pasaran de la puerta. “Mira, por lo menos hazme el favor, vete a visitar la escuela, entra por la puerta, es muy importante”. Pero cuesta.

¿Cree usted, como dice el informe, que la educación de EE UU no garantiza la igualdad de oportunidades? Hay mucho que hacer, pero sin una buena educación no hay oportunidades. Ahora, por ejemplo, estamos trabajando con compañías como AT&T o General Electric para que los chicos hagan prácticas en ellas y puedan tener un puesto de trabajo. En Nueva York tenemos la suerte de tener estas compañías. Creo que en España no se da tanto. Y lo que sucede es que la gente que está mejor educada se va del país. En España está pasando ahora, en cierta medida, lo que pasó en la época de mi padre, en que para trabajar tenías que marcharte. Ahora van a Alemania, a Londres…

¿Qué aplicaría en España de su experiencia? Cada sistema tiene que servir a la ciudadanía a la que se dirige. Tal vez el que queremos tener aquí no es trasladable a España. Creo que en España hay una muy buena enseñanza de ciencias. Aquí no tanto. Pero, al mismo tiempo, yo quiero que los chiquillos en las escuelas puedan defender opiniones, y yo eso no lo veo allí. Los deberes de los niños en España son del tipo de “rellenar la palabra que falta” y hacer todo de memoria. Yo esa educación, aquí, no la quiero. Yo quiero participación y pensamiento. Hace poco un director aquí me dijo: “Ven a ver la escuela, te va a encantar, no vas a oír a ningún niño hablar”. Y yo le dije: “Mejor que no vaya, porque yo quiero oír a los niños hablando”.

Usted maneja un presupuesto de 24.000 millones de dólares. A la hora de valorar la pujanza de la comunidad latina en la vida pública de EE UU, su nombre es una referencia permanente. ¿Cómo analiza la creciente influencia de los latinos en la vida de este país? Se habla mucho, es cierto, pero la clave en este país no es si eres latino, sino si de verdad quieres influir y participar, si quieres votar. El barrio donde hemos estado, por ejemplo. Ahí hay mucho mexicano y dominicano. Los dominicanos están poniendo mucho interés en que se les registre para votar. Porque el poder lo tiene la gente que vota. El latino, durante muchos años, no votaba. Comparados con otros países del mundo, España entre ellos, aquí no teníamos la costumbre de votar. Y los latinos, cuando votan, no lo hacen en grupo, cada uno tiene su opinión, salvo que haya un asunto como la inmigración, algo que los aglutine. En Nueva York estamos viendo ese fenómeno de querer votar.

El coche de Carmen Fariña llega a la sede del Departamento de Educación de Nueva York, en el sur de Manhattan, y la entrevista debe concluir. Unos 1.500 profesores aguardan a la canciller. Quieren conocer qué recursos habrá en el próximo curso, y cómo se van a repartir. El encuentro es por videoconferencia. El equipo económico de Fariña está preparado frente a la cámara. Solo falta ella.

1.500 profesores, sin duda una prueba difícil… ¿En estos momentos no preferiría estar en su casa de Galicia con sus nietos? A veces, sí. Pero si puedes cambiar las cosas y ayudar a tantos niños, llevar a cabo reformas que les afectarán durante toda su vida, ¿te vas a ir a la playa? No hay comparación.

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