Reportaje publicado hoy por El Mercurio, domingo 31 de agosto de 2008, sobre el libro “Las escuelas que tenemos” que el Centro de Estudios Públicos presentará el próximo miércoles 3 de septiembre. Ver texto del Reportaje más abajo.
Comunicado del CEP a propósito del libro
Agosto, 2008
Este libro es un estudio comparativo de trece escuelas santiaguinas que atienden a niños de similar nivel socioeconómico, pero que obtienen diferentes resultados. El trabajo busca identificar los factores propios de la escuela que contribuyen a explicar estas diferencias de rendimiento. Se centra en lo que sucede en el aula y en las prácticas de gestión pedagógica en relación al aprendizaje inicial de la lectura.
El debate público en educación muchas veces está centrado en las grandes políticas e instituciones públicas. No se puede negar su importancia, pero los aprendizajes de los estudiantes finalmente ocurren al interior de una sala de clases. Pero ¿qué distingue a una buena escuela? ¿Qué la hace mejor que las demás? ¿Qué le falta a una escuela “del montón” para ser buena de verdad? ¿Cómo se puede mejorar una mala escuela? Estas interrogantes, aunque parezcan simples, no tienen respuestas obvias. La búsqueda de un conjunto coherente de buenas prácticas que den respuesta a estas preguntas es lo que motiva este libro.
Durante dos años las autoras se adentraron en el quehacer de trece escuelas de sectores populares de Santiago. En su recorrido incluyeron establecimientos de alto, mediano y bajo rendimiento en el Simce para identificar cuáles son las prácticas pedagógicas que hacen una diferencia en esa prueba. En lugar de abordar muchas dimensiones, se centraron en la iniciación a la lectura por ser ésta un aprendizaje fundacional que define la trayectoria académica futura de los alumnos.
En este trabajo se ilustra con claridad las diferencias entre las escuelas donde los niños aprenden y aquellas donde esto no se logra. Una vez más se comprueba que lo que hacen los profesores en la sala de clases es lo que más afecta el progreso de los alumnos y que una adecuada gestión pedagógica conduce a una acción dedicada y efectiva de los profesores.
Este libro será sin duda una guía para cualquier lector que quiera acercarse a la realidad de nuestras escuelas. Pero a la vez será una buena herramienta para quienes están a cargo de los establecimientos, ya que de su lectura se desprende directamente una serie de medidas que cualquier escuela puede aplicar para mejorar sus prácticas. Finalmente, quienes toman las decisiones públicas comprobarán los enormes desafíos que significa lograr una educación de calidad. Esperamos que su lectura resulte fecunda para todos los interesados en mejorar la educación de los niños chilenos.
Inscripción Nº 172.924
ISBN 956-7015-42-9
Publicado en Santiago de Chile, agosto de 2008
Derechos reservados
Reportaje de El Mercurio
Algunas logran que todos sus niños lean en 1.o básico; otras aún no lo consiguen en 2.o año:
A qué se deben las impactantes diferencias entre las escuelas chilenas
PAMELA ARAVENA BOLÍVAR
Mito 1: La diferencia en el nivel socioeconómico de los padres es el factor más gravitante para explicar las brechas en el rendimiento académico entre estudiantes.
Derribado.
Mito 2: Los colegios logran un mejor Simce sólo si los alumnos han ingresado a ellos después de un proceso de selección por habilidad.
Derribado.
Mito 3: Las disparidades en los estudios superiores de sus maestros explican las grandes diferencias de nivel entre sus estudiantes.
Derribado.
Tres arraigadas creencias destruye el libro “Las escuelas que tenemos”, de la sicóloga educacional Bárbara Eyzaguirre y la máster en Educación Loreto Fontaine.
Durante dos años, ambas investigadoras del Centro de Estudios Públicos ingresaron a 13 escuelas urbanas con similar nivel socioeconómico (medio bajo y medio), que no seleccionan a sus alumnos, y donde los profesores y directivos tienen similar nivel educativo. Observaron clases, estudiaron las prácticas educativas, recorrieron sus bibliotecas, entrevistaron a profesoras y directivos, y descubrieron que hay otros factores que explican aún mejor las grandes diferencias en el rendimiento de los alumnos.
Eligieron los primeros y segundos básicos, y, no por casualidad, se enfocaron en el ramo de Lenguaje. Según ellas mismas explican, “existe una relación evidente entre aprendizaje escolar y lectura. Si bien no basta con leer para ser una persona educada, también se puede afirmar que quien no sabe leer no se puede educar”. Así de simple.
La investigación deja al descubierto que niños que tienen las mismas oportunidades terminan separados por una gran e inalcanzable brecha educativa.
Impactantes diferencias
El ejemplo más ilustrativo: al terminar primero básico, en las escuelas de Simce alto, todos los niños saben leer, el 87% de ellos logra un dominio adecuado de la lectura y casi la mitad lo hace en forma rápida. De hecho, en promedio, estos chicos se acercan a la velocidad alcanzada por los colegios de élite del nivel socioeconómico alto y medio alto.
En cambio, en los establecimientos de Simce bajo, sólo el 29% de los alumnos consigue leer aceptablemente al terminar su primer año de educación básica y, aún peor, el 25% de los niños no lee en absoluto.
Al finalizar segundo básico, la situación mejora en algo en los colegios con bajo puntaje, ya que el 92% de los estudiantes logra una alfabetización básica. Sin embargo, aún el 8% de los niños no sabe leer. Además, casi la mitad de los alumnos se desempeña muy por debajo del nivel mínimo esperable.
“Las escuelas de buen Simce enseñan a leer antes y mejor. Al finalizar segundo básico, sus alumnos superan en el equivalente a un año y medio de escolaridad a los niños que vienen de colegios con bajo puntaje. En otras palabras, cuando terminan su segundo año de básica, los niños de establecimientos con bajo rendimiento han perdido el equivalente a un año y medio de escolaridad”, explica Loreto Fontaine.
Si estos niños estudian en escuelas con similares condiciones, ¿por qué consiguen resultados tan dispares?
Explicando la brecha educativa
Razones hay para que exista la brecha. Y todas tienen que ver con prácticas educativas que se dan al interior de los colegios y del aula, cambios que se pueden realizar sin necesidad de leyes ni de más recursos.
Los establecimientos con mejor rendimiento dedican en primero básico el 60% de su tiempo a lectura, escritura y expresión verbal, contra el pobre 25% de las escuelas de Simce bajo.
Pero, además, privilegian la lectura (37% de su tiempo) por sobre las demás posibles actividades, como escritura, expresión oral, diálogo colectivo, organización, corrección, pegar y pintar, etc. En las escuelas de Simce bajo, en cambio, sólo destinan el 11% de su tiempo a leer.
En palabras simples, en los colegios de alto rendimiento aprenden a leer, leyendo, y aprenden a escribir, porque se les da a los niños la oportunidad de hacerlo.
Las actividades no se improvisan. Hay directivos preocupados, que se involucran en la planificación de clases, definen objetivos, ponen plazos claros para conseguirlos, visitan las clases, hacen pruebas de nivel, detectan debilidades y toman decisiones para superarlas.
“Todo eso exige trabajo. Por el contrario, en las escuelas de bajo rendimiento, los directores dicen abiertamente que ellos no se meten en lo académico, que simplemente se preocupan de que haya buen clima laboral; y para mantener ese clima, no hacen los cambios necesarios, no exigen a sus docentes, no se involucran con las necesidades de los niños. En estos casos, nadie asume la responsabilidad por un mal trabajo”, afirma Bárbara Eyzaguirre.
En todas las escuelas estudiadas (con y sin buenos resultados académicos) se usa un enfoque pedagógico similar para enseñar a leer; sin embargo, los maestros de las escuelas con puntajes superiores reciben entrenamiento específico que les permite tener mejores herramientas a la hora de enseñar.
Las profesoras saben mantener la disciplina y al curso ocupado, además de dar tareas y guías de trabajo más largas que en escuelas de rendimiento deficiente.
“Una cosa fundamental es que se preocupan de que todos los alumnos, sin excepciones, cumplan con sus obligaciones”, advierte Loreto Fontaine. Los niños son interpelados individualmente, todos sus trabajos se revisan y si alguno no cumple, sufre alguna consecuencia. “Todas las buenas escuelas tienen, además, una política para hacerse cargo de los niños que se atrasan. En las escuelas de peor Simce, en cambio, no se revisan los trabajos. Hay niños que terminan el año con el 80% de las tareas de libros sin hacer”, afirma Bárbara Eyzaguirre.
Pero, además, según Fontaine, hay un punto que, aunque sea difícil de medir, es fundamental a la hora de conseguir logros. Los profesores de las buenas escuelas creen en su capacidad para enseñar y, sobre todo, tienen fe en sus alumnos. Están convencidos de que todos ellos pueden aprender y no consideran que las condiciones sociales y familiares de los niños sean barreras imposibles de superar. Lo contrario sucede en los colegios con bajo rendimiento. Los docentes sienten que estos niños no serán capaces de salir adelante y les transmiten sus bajas expectativas.
El estudio deja de manifiesto que no da lo mismo estudiar en una u otra escuela. El precio que pagan los niños por caer en un establecimiento con malas prácticas pedagógicas es demasiado alto: mientras más tiempo pasen en esas escuelas, más difícil se les hará recuperar una educación elemental a la que tenían derecho, pero que nunca se les entregó.
Leer o no leer:
Al terminar primero básico, en las escuelas de Simce alto, 100% de los niños lee, 87% alcanza un dominio adecuado de la lectura y casi la mitad lee en forma rápida. En cambio, en los establecimientos de Simce bajo, sólo el 29% de los alumnos consigue leer aceptablemente y, aún peor, el 25% de los niños no lee en absoluto.
Pérdida irreparable:
“Cuando terminan su segundo año de básica, los niños de colegios con peor Simce han perdido el equivalente a un año y medio de escolaridad”, afirma Loreto Fontaine.
Fe en los niños:
Los profesores de las buenas escuelas creen en su capacidad para enseñar y, sobre todo, tienen fe en sus alumnos. Están convencidos de que todos ellos pueden aprender y no consideran que las condiciones sociales y familiares de los niños sean barreras imposibles de superar. Lo contrario sucede en los colegios con bajo rendimiento.
Ficha técnica:
Características de las escuelas de la muestra
N.o de escuelas estudiadas y dependencia: 13 escuelas urbanas del Gran Santiago, de dependencia tanto municipal como particular subvencionada.
Puntajes:
Cuatro escuelas de Simce alto (más de 280 puntos), cinco de Simce medio (rango de 251 puntos) y cuatro de Simce bajo (igual o menor a 226 puntos).
Población evaluada:
875 alumnos de primero y segundo año básico, de colegios que hayan presentado más de 20 alumnos al Simce 2004. De las comunas de San Ramón, Pedro Aguirre Cerda, Quilicura, Puente Alto, Conchalí, Pudahuel, Peñalolén, Lo Espejo, Recoleta, El Bosque y La Pintana.
Nivel socioeconómico:
Medio bajo y medio, que comprenden al 69% de la población escolar.
Recursos asociados
Ver B. Eyzaguirre y L. Fontaine, “Una estructura que presione a las escuelas a hacerlo bien”, aquí.
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