El síndrome del plinto, texto de JJ Brunner leido con ocasión del Coloquio “Encrucijadas de lo público: el Plinto y la Plaza”, patrocinado por el movimiento Por el Plinto y la Plaza en el Centro Cultural de la Moneda los días 11 de julio y sábado 12 de julio, organizado por Fernando Balcells, fundador del Colectivo de Acciones de Arte (CADA) e impulsor del coloquio “Encrucijadas de lo público: el Plinto y la Plaza”.
El síndrome del plinto
Nos convoca un plinto, base de una figura removida, borrada y temporalmente exiliada, en vilo mientras se resuelve si ha de regresar o permanecerá desterrada. Y si el plinto seguirá vacío, cambiará de lugar y servirá a otros fines tras su realojamiento.
En el trasfondo de este drama se desenvuelve una sorda—pero ruidosa a ratos—batalla cultural, sobre qué comunidad imaginamos ser, cómo educar e integrar una nación, y cuáles son los límites tolerables de las diferencias entre etnias, géneros, nacionalidades e ideologías. Y también sobre quiénes deben ser acogidos como héroes o tratados como villanos por nuestra historia patria.
En tiempos recientes, dicha batalla alcanzó su máxima expresión e intensidad en octubre de 2019 con ocasión del estallido social, la irrupción de la violencia en las calles y las manifestaciones masivas de protesta. En el fragor de la lucha, el control del plinto y la suerte de su ocupante—el general Baquedano y su caballo Diamante—fueron convertidos en un símbolo de la revuelta; signo de victoria o derrota.
Desde el punto de vista de una sociología política de la cultura, la “guerra” de esos días estaba trabada entre dos frentes. Uno, el del Gran Rechazo a las estructuras y agencias dominantes generadoras de “violencia simbólica”: el Estado y la banca, las Iglesias y el extractivismo, las universidades y estaciones del Metro, las convenciones y tradiciones. El otro, el frente del Orden y la Seguridad, con sus falanges más o menos dispuestas al uso de la fuerza y el manejo del estado de excepción. Al medio, la sociedad civil cotidiana invisibilizada en la hora de los hornos donde sólo alumbran los extremos.
Entretanto, en la Plaza del general Baquedano, rebautizada en esos días como Plaza de la Dignidad por los protestantes, la estatua ecuestre montada sobre el plinto apenas lograba mantenerse en pie, convertida en objeto de violencias y escarnios en esta lucha por el sentido histórico de la República.
Todavía un año después del estallido, el monumento continuaba siendo zamarreado; una mañana el general y su caballo aparecen cubiertos de pintura roja. Luego, en marzo de 2022, después de arduos debates, el Consejo de Monumentos Nacionales ordena su retiro para iniciar un proceso de restauración física. Un año después, ya reparado en su exterior, el monumento ecuestre es trasladado hasta el Museo Histórico y Militar de Santiago, en espera de conocerse su destinación. Mientras tanto, el hito permanece en su lugar, cual ruina, recuerdo de las luchas de octubre y un homenaje truncado a la República dividida.
Hasta ahora, el destino del plinto y su monumento permanece incierto, sujeto a los vaivenes de la batalla cultural. Si devolverlo o no a su emplazamiento original es visto ya bien como una victoria o como una derrota por los bloques enfrentados.
Cualquiera sea el desenlace de esta situación, ella arrastra consigo una cadena de significados: el sentido de octubre de 2019 y sus interpretaciones; unas lecturas contrapuestas de los gobiernos Piñera y Boric; de rebote, la memoria larga de la transición democrática y la modernización del país; la historia de la dictadura, el golpe militar y de los mil días de Allende y la UP. Y, más recientemente, el significado del masivo rechazo de la propuesta entregada por la Convención Constitucional, así como el posterior repudio a una carta constitucional restauradora. Finalmente, este encadenamiento simbólico nos acompaña hasta hoy, con la reordenación en curso del cuadro político que nos llevará a la próxima elección presidencial.
Todo esto, puede decirse, se encuentra anudado metafóricamente al plinto y su desarbolada figura, por ahora pendiente de una incierta resolución. Revela las dificultades en que se encuentra la sociedad chilena por lo que llamaremos el síndrome del plinto; la incapacidad de actuar debido a profundos clivajes político-culturales de los grupos dirigentes sea en el plano moral, ideológico, estético e intelectual.
Se manifiesta, por ejemplo, en la dificultad para encontrar un terreno común en materias constitucionales; o en asuntos curriculares, cómo enseñar la historia patria e inculcar un concepto común de ciudadanía; o, en el ámbito de las confianzas mutuas en la esfera política, donde prejuicios profundamente enraizados nos impiden reconocer nuestra propia diversidad.
El caso del plinto vacío y su historia de asaltos, estropicios, humillaciones y reparaciones—bien documentado por lo demás en diversos estudios (Castro García, 2021; Bustamante y Olivares, 2023)—es una dramática ilustración de los efectos de este síndrome. Su alcance se proyecta más allá del radio local, inscribiéndose como un eco de corrientes internacionales por un lado y, por el otro, prefigurando una cierta idea de la historia.
En efecto, forma parte, por un lado, del movimiento global de destrucción deliberada de monumentos e imágenes—la iconoclasia—que busca borrar la historia o resignificarla, dando paso a nuevas comprensiones del pasado, nuevas lecturas del presente y a nuevas utopías.
De hecho, nuestro plinto y la suerte corrida por el general Baquedano se unen a una activa geografía de la iconoclasia contemporánea, que recorre el mundo echando al suelo las estatuas de líderes religiosos, coloniales, racistas, revolucionarios, militares bajo la consigna de deconstruir la historia de los países y sus grupos dominantes.
Así, movimientos de esta índole llevaron a derribar monumentos confederados en los Estados Unidos, estatuas imperialistas en ciudades británicas, representaciones de conquistadores y del poder colonial en América del Sur, estatuas de Lenin en toda Europa del Este, del dictador Chiang Kai-shek en Taiwán y más recientemente a la destrucción de estatuas del gobernante autoritario Hafaz Al-Assad en Siria.
A estos eventos se suma nuestra propia iconoclasia local dirigida contra Baquedano y el plinto, imágenes sagradas, marcas comerciales, señalética pública, símbolos de la estatalidad y la nacionalidad, edificios gubernamentales y todo tipo de representaciones atribuidas a las jerarquías oficiales en la sociedad.
¿Qué resta después del furor iconoclasta?
Una tesis publicada en 2023–premiada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio como la mejor en su género— habla de que quedan “vacíos representacionales”, de los cuales el más evidente sería, dice, “el pedestal solitario de color blanco en Plaza Baquedano”, o sea, nuestro plinto; vacíos que a su turno llevarían a preguntarse sobre el “amplio repertorio de nuevas imágenes que vienen a interrogarnos sobre los significados que se rearticulan en torno al escenario de la destrucción…” (Sepúlveda Infante, 2023).
Esto lleva a pensar desde el plinto hacia una cierta idea de la historia; la historia anudada en torno al estallido social con sus cadenas de significado hacia atrás y, precisamente por su vacío, también hacia un futuro incierto.
Apenas diré unas pocas palabras sobre esto, que recojo de entre los escombros a los cuales Walter Benjamin dedica su novena tesis sobre Filosofía de la Historia. Recordarán ustedes que allí él reflexiona sobre las ruinas que produce el Progreso. Donde la modernidad apenas se nos aparece como una cadena de acontecimientos, escribe, el ángel de la historia “lo ve como una catástrofe que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies”, mientras el ángel mantiene fija la mirada, despavorida, de espaldas al futuro (Benjamin, 1940).
De manera similar, aunque claro está en un registro mucho menor, puede uno imaginar que nuestro plinto se halla situado en ese mismo contexto; el de una ruina que acumula historia y, aún vacío y mudo, sigue activo en la memoria colectiva. Liberado de su figura heroica se convierte en el síndrome de nuestra incapacidad de superar las batallas de la memoria y reconstituir una comunidad imaginada.
La memoria colectiva existe y se encarna de mil maneras
En siquiatría te enseñan a vivir con ciertas memorias – aún las duras. Pero la “ salida “ va por un lado distinto al del amigo Brunner : hay algunos que preferimos avanzar en la historia para ir generando nuevas distintas memorias.
¿Y hacia dónde va avanzando el amigo Aninat ayudado por la psiquiatría?
Cordialmente,
JJB