Entre grupos de WhatsApp y salidas de fin de año: cómo las universidades regulan (o no) la relación entre profesores y estudiantes
Las relaciones entre profesores y alumnos hoy son muy distintas a cómo eran hace una década y más. No solo porque las tecnologías han cambiado, sino porque también lo ha hecho el cómo interactúan y conviven las distintas generaciones, y cómo percibe la juventud a sus figuras de autoridad. Convivencias fuera de la universidad con algunos brindis, en casas de académicos o en un bar. O intercambios de todos los días, mucho más comunes: ¿tienen los alumnos universitarios el WhatsApp de sus profesores, o deben escribirles por el correo institucional? ¿Y si los contactan por redes sociales? ¿Cómo poner límites?
Por Isabel Plant y Sebastián Molina, 10 de Mayo de 2025
“El gran hito fueron la manifestaciones feministas de 2018. Fue ahí que se pusieron en cuestionamiento prácticas comunes, como que un profesor hiciera una convivencia con universitarios en su casa al cierre del semestre; o que salieran profesores y estudiantes a tomarse algo”, explica una académica que ha trabajado de planta en dos influyentes universidades chilenas.
Luego agrega: “Hoy está mucho más instalado en pregrado que eso puede dar pie a comportamientos inadecuados. Pero las universidades no han querido establecer protocolos específicos. Uno, para que no quede nada fuera de la norma, es muy difícil abarcarlo todo. Y dos, para la resistencia de imponerse en las vidas privadas de gente adulta”.
Las relaciones entre profesores y estudiantes hoy son muy distintas a cómo eran hace una década y más. No sólo porque las tecnologías han cambiado, sino porque también lo ha hecho el cómo interactúan y conviven las distintas generaciones, y cómo percibe la juventud a sus figuras de autoridad. Hoy la cercanía puede ser beneficiosa, pero también abre nuevas preguntas y disyuntivas.
La semana pasada, un reportaje de The Clinic destapó una denuncia de abuso en la Universidad Alberto Hurtado, que comenzó con un profesor que había tenido salidas a tomar alcohol con la que sería su alumna de postgrado, a quien alguna vez incluso llegó a alojar en su casa (con su pareja presente). La repercusión fue contundente: dos días después de la publicación los estudiantes paralizaron las clases, se manifestaron en la Alameda y el profesor fue apartado de las aulas.
El debate estaba instalado: incluso si ese caso no hubiera tenido comportamientos abusivos. ¿Es correcto no poner límites personales? La pregunta se extiende a convivencias grupales fuera de la universidad con algunos brindis, en casas de académicos, o en un bar. O intercambios de todos los días, mucho más comunes: ¿tienen los estudiantes universitarios el WhatsApp de sus profesores, o deben escribirles por el correo institucional? ¿Y si los contactan por redes sociales?
Pero es difícil encontrar normativas locales al respecto. ¿Se puede reglamentar la relación entre estudiantes y profesores hoy?
La nueva autoridad
“Las relaciones de autoridad se han ido transformando a lo largo del tiempo y a través de la sociedad, básicamente por la emergencia de lo que, hace ya diez años, llamé en un libro como ‘expectativas de horizontalidad’”, explica la socióloga Kathya Araujo, académica de la USACH e investigadora de NIUMAP (Núcleo Interuniversitario multidisciplinar Individuos, Lazo Social y Asimetrías de Poder).
“Eso ha permeado en la sociedad chilena y también a las nuevas generaciones. Hay una una exigencia nueva a la figura de autoridad. Por otro lado, hay dificultades, porque todavía nuevos modelos no se han instalado y eso hace que las relaciones de autoridad a veces tengan fricciones”, agrega Araujo.
Mucho se ha discutido en los últimos años sobre una crisis de autoridad en la juventud, sobre todo en las aulas escolares. ¿Qué pasa si esta se arrastra al mundo universitario? Los adultos tenemos mucho que aportar en ello, según opina el experto en educación superior José Joaquín Brunner, quien es académico de la Universidad Diego Portales y de la Universidad de Tarapacá.
“Efectivamente, la comunicación intergeneracional se ha vuelto más complicada y formas antiguas de relación, autoridad y comunicación están cambiando rápidamente. Luego, los ajustes de conductas deben hacerse en ambos lados de la brecha generacional. Nosotros, los adultos, somos los llamados a recibir a las nuevas generaciones e introducirlos al mundo de los saberes, de las creencias y valores culturales. Eso no pueden hacerlo profesores que viven de espaldas al mundo y desconfían de los jóvenes. Pierden su autoridad entonces y se dedican a afirmarla autoritariamente, lo cual tampoco funciona. En suma, más que cargar la crisis de autoridad a los jóvenes, somos los adultos los que tenemos que hacernos cargo. Y rehacer la legitimidad de la autoridad que nos da el saber y la experiencia para formar a las nuevas generaciones”, dice Brunner.
Pero entonces, ¿es importante mantener la autoridad, frente a la horizontalidad de trato que se ha ido imponiendo entre generaciones en la sociedad?
Brunner responde: “Por cierto, no hay educación posible sin autoridad. Ni hay educación que prescinda de la jerarquía o asimetría que existe entre generaciones. Esto es así desde los orígenes de nuestra especie. No hay horizontalidad entre maestros y discípulos, entre profesores y alumnos. Son roles y funciones asimétricas por la experiencia, los saberes y la transmisión. Claro, esto no puede confundirse con el autoritarismo grotesco de quien se cree superior, dominante y abusa de su rol y función. Hay jerarquía pero fundada en razones y hay asimetría pero en constante diálogo y evolución. Es evidente que hoy día se ha vuelto más difícil mantener la comunicación pedagógica pues compite, y no logra aún integrarse, con las redes sociales y los medios tecnológicos que están transformando el espacio educacional”.
Estudiantes y profesores: Nuevas reglas
Las universidades son autónomas y, por lo mismo, libres de tener o no normativas en distintos ámbitos. Lo que puede ser fiscalizado por la Superintendencia de Educación Superior es, por ejemplo, el acoso sexual, la violencia y la discriminación de género en esos establecimientos, como parte de la Ley 21.369, promulgada en 2021. Así, tras la última oleada feminista, las universidades han instalado protocolos de denuncias, reglas y diversos tipos de instancias para reglamentar sus espacios con respecto a ese tipo de conductas.
Pero fuera de ese ámbito, cada universidad es libre de manejar el cómo invita a sus docentes a relacionarse con sus alumnos. No existe una especie de “manual de Carreño” universal al respecto, sino que opera mucho criterio personal o sentido común; en ciertos casos, varía por facultades.
De una decena de universidades consultadas, hay sólo un par que sí cuentan con propuestas concretas para los académicos. Es el caso de la Universidad Finis Terrae, por ejemplo, que tiene un instructivo para “una adecuada relación con los estudiantes conforme a la dignidad de la persona”, publicada en junio de 2018. Ahí se entregan lineamientos para la construcción de una relación entre el académico y los alumnos que favorezca el cumplimiento de los objetivos pedagógicos y “mediante un correcto manejo de los límites en dicha relación, prevenga la ocurrencia de conductas confusas o inapropiadas susceptibles de cuestionar el comportamiento del académico frente a los estudiantes”.
Daniela Sarrás, secretaria general de la U. Finis Terrae, explica: “Este instructivo fija lineamientos generales para la relación entre el académico y los alumnos, dentro y fuera del aula. En ese sentido, los académicos deben encontrarse dispuestos a interactuar con los estudiantes en el contexto del proceso de aprendizaje. El mismo documento instruye a los académicos a usar un lenguaje verbal y no verbal respetuoso y atingente a los contenidos pedagógicos del curso, prohibiendo estrictamente el realizar bromas, o utilizar expresiones o alusiones personales, sociales y culturales agraviantes, o cualquier otra expresión que pueda dañar la dignidad de las personas o constituir una discriminación arbitraria”.
El documento dice el lenguaje debe ser siempre “respetuoso”. Este se debe cuidar si hay un encuentro fuera del espacio universitario, no de por sí algo negativo, pero donde “la posición de autoridad se mantiene y debe mantenerse”. En estos encuentros o actividades fuera de la Universidad se recomienda no tomar alcohol.
También tiene más recomendaciones prácticas, como usar solo el correo institucional para los contactos, y añade “se debe evitar la creación de grupos de WhatsApp u otras plataformas digitales como medio de comunicación alternativo a los oficiales”. Las redes sociales se proponen sólo con fines de uso pedagógico.
Por su parte, la Universidad Andrés Bello tiene unas recomendaciones para el comportamiento de docentes, publicadas por parte de la vicerrectoría académica en 2018. Ana María Cid, directora general de Docencia de esta casa de estudios, cuenta: “Las recomendaciones surgen en el marco de un proceso continuo de mejora institucional, impulsado por la necesidad de fortalecer la convivencia universitaria. Este proceso ha incluido instancias de diálogo con estudiantes, cuyos aportes han sido clave para identificar oportunidades de mejora. Durante los últimos años, además, se avanzó en la actualización del reglamento de convivencia, un instrumento que se revisa y ajusta de forma regular para responder a las necesidades de nuestra comunidad académica”.
En las recomendaciones se lee: “Entendemos que la relación entre académicos y alumnos es asimétrica por lo que es necesario resguardar el adecuado comportamiento de los docentes”. Además del llamado de ejercer su labor académica en un clima de respeto y ayudar a sus alumnos, se recomienda no caer en conductas que puedan llamar a malinterpretaciones.
Se recomienda, por ejemplo, que si hay actividades extrauniversitarias con estudiantes, que sean en contextos grupales, “idealmente sin consumo de alcohol por parte del docente. Si bien son contextos extrauniversitarios, la asimetría entre estudiante y profesor sigue manteniéndose”.
Orientar con mira a la calidad
A veces no hay documentos que vengan desde lo normativo, sino que desde la propuesta del ideal del trabajo académico. En la Universidad de Chile, por ejemplo, aunque no hay un protocolo específico para regular la relación entre estudiantes y docentes, sí se promueve “la convivencia de la comunidad universitaria como elemento integral de la formación en ciudadanía”, explican desde la casa de estudios. Hay diferentes instancias para plantear la discusión al respecto, como los Diálogos intergeneracionales, donde estudiantes, funcionarios y académicos dialogan sobre las problemáticas de la comunidad.
También la Universidad de Chile tiene un extenso documento sobre su modelo educativo -publicado en 2021-, donde se listan los principios que los guían, como la formación integral de personas, la pertinencia educativa, la equidad e inclusión, la calidad educativa e igualdad de género y no discriminación.
Es similar el caso de la Universidad Católica, donde la Vicerrectoría Académica cuenta con un manual de “Principios orientadores para una docencia de calidad”, publicado en 2013. Ahí se enumeran nueve elementos a trabajar, que van de la experiencia en su área o la promoción de los valores de esa casa de estudios.
En cuando a relación con los estudiantes, el documento detalla: “El docente de calidad es por ende accesible para sus alumnos y se interesa en sus aprendizajes; crea un clima favorable y demuestra interés, respeto y valoración por el aporte y proceso de aprendizaje de sus estudiantes”. Algunas facultades específicas, dentro de la casa de estudios, han armado sus propias normativas con ciertas reglas.
¿Es posible normar con detalle la interacción entre profesores y alumnos en el aula universitaria? ¿Que se pierde y qué se gana?
José Joaquín Brunner opina: “No se puede ni se deben normar las interacciones en la esfera de la educación o, en general, en una sociedad, a riesgo de instalar una máquina burocrática y reglada hasta en los detalles. Más bien, se trata de formar personas autónomas, capaces de asumir sus derechos y responsabilidades. Evidentemente, tiene que haber reglas básicas y explícitas para evitar y sancionar daños, abusos, violencias entre mayores y menores, o entre géneros distintos, sean físicas o psicológicas. Y parte importante de la educación consiste en que cada uno aprenda a seguir reglas internas, una moral de convivencia, y esto en las escuelas es esencial”.
Kathya Araujo sentencia: “Hay cosas que tienen que resolverse con criterio, porque tenemos como sociedad la necesidad de encontrar nuevas fórmulas y esas no van a poder venir solamente de normativas ni de leyes. Porque estas no son capaces de pensar todo en ese tipos de interacciones específicas, ni son capaces de pensar las las diferentes dimensiones que están en juego. ¿Entonces cómo se norman las relaciones? Por supuesto evitar que la asimetría de poder se vuelva en un abuso, pero lo otro es al mismo tiempo poder reconstruir de relaciones de confianza, intergeneracionales. Que permitan también relaciones de cercanía. O corremos el riesgo de aumentar el otro gran problema de nuestra sociedad hoy, que es el aumento de la desconfianza”.
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