Trump, ¿la derecha del siglo XXI?
Nuestras propias derechas, su clase política y cuadros intelectuales, observan incómodos algunos, otros fascinados, esta revolución en curso que trae a la memoria su propio pasado revolucionario, nunca plenamente reconocido.
Sin duda, el fenómeno Trump es un experimento radical de superación de la democracia desde su interior. En los cien primeros días, los más historiados de un gobierno, Trump y su grupo de poder MAGA están escenificando algo así como el guion de una revolución posmoderna de derechas. Una que busca el reemplazo deliberado del régimen democrático por uno autocrático que está desplegándose a plena luz del día. Es decir, ante la mirada cómplice o atónita de quienes dicen defender los principios y las prácticas democráticas.
Nuestras propias derechas, su clase política y cuadros intelectuales, observan incómodos algunos, otros fascinados, esta revolución en curso que trae a la memoria su propio pasado revolucionario, nunca plenamente reconocido.
Algunos rasgos identificables desde ya
La revolución transcurre, primero que todo, en la escena comunicativa de la sociedad: es de naturaleza simbólica, ritmos vertiginosos, carácter mediático y esencialmente narrativa. Su primera línea de fuego son redes sociales, podcasters y streamers. A todo lo ancho y largo de esta plaza pública puede uno encontrarse, casi a cualquier hora, con Trump en modo de emisión. Pocos líderes políticos de los últimos 100 años exhiben tal fuerza, presencia y sí, genialidad, en eluso de la comunicación y de los influencers contemporáneos. A mí me recuerda uno solo con tal poder sobre la palabra y con una similar voluntad perversa por transformar el mundo a su manera.
Estamos frente a un constante espectáculo en movimiento que gira en torno a la persona de Trump, sus figuras y memes, sus dichos y exabruptos, sus inventos y mentiras, sus infundios y ataques, sus gestos y bombásticas declaraciones. Las élites de la alta cultura -académicos, intelectuales, artistas, diseñadores, publicistas, creativos, periodistas estrella, estrategas de la gran industria de las comunicaciones- están de espaldas, confundidos, sin poder creer lo que ven y sin entender el proceso de circulación de imágenes en este verdadero bazar posmoderno.
Todo se juega allí: en la retórica, los enunciados inauditos -Canadá Estado número 51, el Golfo de América, reclamaré el Canal de Panamá, anexaremos Groenlandia, los representantes de los países corren a besarnos el trasero, Zelenski es un dictador sin elecciones, un resort en Gaza, mi amigo Xi, y así por delante- ; en breve, en guerras de palabras, imágenes, signos e ilusiones.
Construcción mediática de los enemigos
Al mismo tiempo, Trump despliega durante sus primeros 100 días en el gobierno una audaz estrategia de ruidosas batallas en múltiples frentes. Batallas domésticas, locales, nacionales, regionales y globales. Batallas en el terreno de los valores, los imaginarios, el lenguaje, las tarifas, la frontera, la justicia, los organismos internacionales. Batallas con los aliados y amigos de EE.UU., tanto como con sus enemigos, al punto que a ratos unos aparecen confundidos con los otros.
El perfilamiento de enemigos internos y externos es una especialidad de Trump y de su peculiar revolución llamada a remover y superar la democracia liberal. El mundo trumpiano tiene cabida sólo para dos poblaciones irreductiblemente separadas por un abismo político-moral, con ribetes adicionales de clase, nacionalidad, sexo, dinero y fuerza: los amigos y los enemigos; los exitosos y los fracasados; los ambiciosos y los acobardados. Los amigos deben lealtad absoluta al líder y demostrarle su constante admiración; los contrarios son humillados, caricaturizados y relegados a algún círculo del infierno que él administra. You are fired!
A este propósito, un colega académico habla de la “construcción mediática del enemigo” y en otra parte escribe: “Esta manera dicotómica y enemizada de abordar los asuntos de interés social y cultural para el país se hace acompañar de una retórica hiperbólica y de una pragmática de la negación, de tal forma que prevalecen los apriorismos irreductibles, en su mayoría expuestos con falta de transparencia y de franqueza”.
Trump aplica el dispositivo de enemización a grupos sociales completos; el caso de los inmigrantes es el ejemplo más provocativo. Los califica de asesinos, enfermos mentales, drogadictos, desalmados, rufianes, terroristas e infiltrados. Son subhumanos -“humanoides” se usó en Chile para condenar y desaparecer a los enemigos internos durante la dictadura- que no poseen derechos ni merecen proceso justo y pueden fácilmente ser deportados a cárceles amigas o a recintos clandestinos.
El Estado mismo, antes que un complejo sistema de poderes separados y balances que se limitan unos a otros, cuyo mandato es proteger las libertadesnegativas y positivas de las personas, se convierte en palabras de Trump en un oscuro agente de sus enemigos; el deep state. Un gobierno en las sombras entregado a oscuras maniobras conspirativas, a la exacción impositiva, la corrupción funcionaria y a servir al enemigo omnipresente. Ya hace varios años, Stephen Bannon, ideólogo de Trump, llamaba a impulsar una “deconstrucción del Estado administrativo”.
El dicho “drain the swamp”, en castellano drenar el pantano, es la metáfora empleada por Trump desde su anterior período para declarar la guerra al Estado en forma, el Estado de derecho; aquel que él, en su discurso, identifica con las élites del poder. O sea, un concepto más bien de izquierdas, previamente utilizado también por la sociología crítica norteamericana de los años 1960.
El proyecto chino en reverso
Hoy, con el cambio revolucionario que representa Trump en su segunda administración de gobierno, el Estado comienza a llenarse de valores populistas, nacionalistas y autoritarios en el plano político, de valores socialcristianos conservadores en el plano cultural y de valores libertarios (en el sentido de la motosierra de Milei y Musk) en el plano económico.
En vez de identificarse con el establishment liberal, de la costa este y la academia refinada, Trump se ve a sí mismo con un líder y conductor del pueblo. Más específicamente, del movimiento MAGA. Este aspira a refundar el dominio estadounidense sobre el mundo con base en una mezcla de supremacía racial, oligarquías tecnológicas, principios de conservación moral, fronteras físicas (y morales) inexpugnables y un mercantilismo tarifario que mantiene desconcertados a los poderes del sistema financiero mundial, incluso dentro de los EE.UU.
De este modo, a la negación del liberalismo pluralista, acusado de abrigar la semilla desquiciadora de los ideales woke, sigue ahora la negación de las libertades de mercado de Adam Smith y su escuela. En su reemplazo acuden las ideologías de dominación autoritaria y de naciones económicas dominantes, que están llamadas a crear un nuevo balance entre civilizaciones y poderes tecnológicos parapetadas tras sus fronteras militares, religiosas y culturales.
Para llegar a la meta, sin ceder ventajas a la potencia contendiente -la China capitalista, de partido único comunista, cultura imperial burocrática y creciente poderío científico-tecnológico- Trump busca disponer de un sistema similarmente unificado en su cúpula, con un liderazgo personalizado tan potente como el de Xi, militarizado y con una industria civil-militar de alta tecnología conducida desde el Estado por una cerrada camarilla, sin disidencias internas ni competencia partidista debilitadora del proyecto MAGA. Sorprendentemente, entonces, la visión de Trump y MAGA imita y se construye en un espejo donde se refleja la proyección imperial de la China comunista de Xi.
Estrategias disruptivas
Como encarnación de este proyecto revolucionario posmoderno de derechas, Trump ha convertido al tradicional Partido Republicano en un movimiento personal, controlado a su imagen y semejanza, no-liberal ni republicano, no-democrático tampoco, dispuesto a seguirlo en esta lucha por la renovación del “sueño americano”.
Para ello partió por reclutar a su propia élite alejada del Grand Old Party; sin vínculo con las clases aristocráticas y burguesas ni con las viejas familias republicanas y los valores conservadores. Más Nixon que Reagan, dicen algunos; en cualquier caso, un partido que hoy se define como postliberal, según proclamó J.D. Vance. En breve, según señala un estudio académico , “la captura del Partido Republicano por parte de Donald Trump permitió un cuestionamiento radical de la sabiduría recibida dentro del movimiento intelectual conservador más amplio. En particular, permitió la aparición de una Nueva Derecha post-Trump, de perfil claramente nacional”. Nosotros hablamos de una derecha radical, extrema, con MAGA como imaginario y Trump su líder carismático, heredera de una larga tradición anti-intelectual.
Pero, ojo, no se trata de un restauracionismo salvo en lo sentimental, como una emoción envuelta en la bandera, la fe y la supremacía blanca amenazada por hordas bárbaras. En lo demás, estamos frente a una derecha revolucionaria; una onda ascendente a nivel global sólo comparable a la onda anterior que hace un siglo recorrió a Europa -España, Italia y Alemania- hundiéndola en el abismo de la Segunda Guerra Mundial.
Como todo movimiento revolucionario, el de Trump se proclama imbuido de una misión histórica que consiste, como vimos, en situar a EE.UU. a la cabeza de la nueva época que emerge. ¿Que emerge cómo? Precisamente con la disputa hegemónica entre EE.UU. y la China capitalista-comunista; la erosión de las ideas liberales y del ideal democrático; la amenaza de grandes movimientos de inmigración masiva desde el sur; la revolución digital que aún se halla en el momento inicial de la IA; el calentamiento global, y la necesidad de generar un nuevo tipo de orden posmoderno, postliberal, posdemocrático y, dirán algunos, poshumano.
El camino hacia la conquista del poder (total) por parte de Trump-MAGA no procede bajo las reglas del modelo revolucionario (bolchevique) del siglo XX. Al contrario, se construye desde dentro de la democracia liberal y desde dentro del capitalismo global, teniendo como primer objetivo el control de los tres poderes tradicionales del Estado, incluyendo el control del deep state y la conquista de las palancas burocráticas clave mediante una masiva remoción de personal y su sustitución por personal leal, acreditado ideológicamente.
Esta estrategia, prefigurada ya en el documento programático Proyect 2025 que sirvió de base para las órdenes ejecutivas y el uso de resquicios legalesdurante los primeros 100 días, forma parte también del ariete empleado por Trump para drenar el pantano; esto es, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) dirigido hasta ahora por Elon Musk.
La idea-fuerza de esta estrategia es que un líder fuerte y decidido, con poderes absolutos como la Corte Suprema reconoció a Trump, puede avanzar creando más y más poder en el vértice del Ejecutivo, empujando el programa MAGA. Durante la primera centena de días parece haber tenido más éxitos que reveses, al menos desde el punto de vista de acumular poder y de mantener a la oposición confundida y paralizada, mientras alienta a la propia base de Trump.
La lucha contra las universidades, la academia y la intelectualidad liberal-progresista es otra expresión simbólica más de este ataque político-cultural (y también financiero) operado desde dentro de las instituciones del Ejecutivo contra la institucionalidad que soporta la vida democrática, el pluralismo de ideas y la proyección del poder soft de los EE. UU. hacia el exterior.
Sin mayores problemas, Trump y su camada MAGA enfiló contra las universidades Ivy League y contra Harvard, primera en este selecto grupo. Mientras la mayoría de las academias atacadas -igual que poderosas oficinas de abogados y medios de comunicación liberales- se retacaron frente a esta ofensiva y prefirieron transar su autonomía -al menos por el momento- por dinero, Harvard resistió y recurrió a la Justicia. El ex Presidente Obama elogió la posición adoptada por la Universidad: «Harvard -dijo- ha dado ejemplo a otras instituciones de educación superior al rechazar un intento ilegal y torpe de reprimir la libertad académica, al tiempo que toma medidas concretas para garantizar que todos los estudiantes de Harvard puedan beneficiarse de un entorno de investigación intelectual, debate riguroso y respeto mutuo».
De hecho, según informaba hace poco la BBC, muchas de las políticas de Trump -las deportaciones masivas, el cuantioso despido de funcionarios públicos por parte de Elon Musk y su DOGE, la decisión de revocar la ciudadanía por derecho de nacimiento para los hijos de inmigrantes indocumentados- han sido impugnadas en los tribunales.
Sin embargo, es posible que esas impugnaciones estén previstas también por Trump como un medio para llegar a la madre de todas las batallas que su gobierno deberá librar ante la Corte Suprema. Es allí donde espera probar si acaso es posible terminar con la autonomía universitaria, la libertad académica y el derecho a la libre expresión en los claustros, con el fin estratégico de reforzar el poder presidencial.
Por último, cabe preguntarse por qué sería tan importante, como sostengo aquí, seguir de cerca la revolución MAGA-trumpista en los EE.UU. Me imagino que a nadie escapa la razón de fondo.
La ola ascendente de las derechas extremo-radicales –iliberales y postliberales, nacionalistas, neoconservadoras y autoritarias, no democráticas y antidemocráticas- que acompaña el nacimiento de una nueva era de control tecnológico-político del mundo, tiene su punto culminante en los EE.UU. Si se impone allí, cuesta imaginar que Europa y América Latina no sigan la misma suerte.
Nuestras derechas, que desde ya parecen haberse plegado a favor de esa ola, ¿mantienen un sector en condiciones de resistir, dispuesto a renovar y proclamar un ideario liberal-democrático? ¿Qué visión de futuro abriga este sector y levanta como alternativa frente al trumpismo? ¿Cuál es su idea del mundo que está formándose en la disputa entre China y EE.UU.? ¿Cómo esperan reanimar una esperanza democrática cuando guardan todavía en la memoria las “ventajas” de una “democracia protegida”? ¿A qué recursos de significado recurrirán sus intelectuales para reconstituir una comunidad imaginada?
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