Educación XXI: problemas de adolescencia
José Joaquín Brunner, 23 de marzo de 2025
Es posible que gran parte de la desorientación que experimentan las sociedades contemporáneas, y la sensación de agobio y ausencia de patrones de conducción, encuentren su origen último en la actual crisis de transmisión intergeneracional de certezas y verdades, de una moral común y un común destino; en fin, de una visión compartida del mundo y su evolución.
Como nunca antes, nuestro sistema educacional está ante un verdadero cambio de marea. Durante el siglo XIX debió echar las bases de una incipiente institucionalidad docente republicana, con el esfuerzo combinado del Estado, la Iglesia católica y el sector privado. Sin embargo, al celebrarse el primer Centenario, el balance fue negativo. La joven República apenas contaba con establecimientos y maestros para una minoría de la población y su calidad era altamente desigual.
Por lo mismo, a lo largo del siglo XX el principal reto fue extender la educación obligatoria, de manera de incluir progresivamente a todas las niñas, niños y jóvenes, consolidando así una comunidad unida por un plan común de estudio dentro de un sistema público con proveedores fiscales, municipales y privados. El Bicentenario celebró un logro impresionante: un sistema con acceso universal a la enseñanza primaria, secundaria y superior. Pero el balance final fue insatisfactorio nuevamente: las oportunidades educativas, si bien disponibles para toda la población joven, eran decalidades muy distintas, segmentadas socialmente y administradas por una institucionalidad que había perdido legitimidad.
En la actualidad, por tanto, nuestro sistema encara un doble desafío.
Uno, legado por el siglo XX, consistente en llevar todos los colegios subvencionados por el Estado—municipales, pertenecientes a SLEP, privados confesionales o laicos ycorporaciones de administración delegada —a un nivel de calidad similar, en cuanto a resultados de aprendizaje, al del promedio de los países de la OCDE. Suponeincrementar significativamente la efectividad educacional de los establecimientos, mejorando su liderazgo, cuerpo docente, capacidad pedagógica, clima escolar y relación con las familias y la comunidad. Esta es una tarea organizacional, política, administrativa y cultural de grandes proporciones que, hasta ahora, no hemos podido acometer con los resultados esperados.
El otro, que se nos vino encima con el siglo XXI, consiste en un cúmulo de nuevos problemas de magnitud hasta ahora desconocida. Por lo pronto, su complejidad es máxima; responden a múltiples variables interconectadas, como por ejemplo la crisis de autoridad docente. En seguida, algunos de estos problemas son volátiles, en el sentido de que aparecen sorpresivamente, como los estallidos de violencia escolar. Asimismo, se caracterizan por la ambigüedad en cuanto a las relaciones de causa y efecto, fenómeno evidente cuando se trata de explicar los desiguales resultados del aprendizaje.
Adicionalmente, los desafíos del siglo XXI provienen de cambios demográficos,socioeconómicos, tecnológicos y culturales que afectan directa o indirectamente a la educación. Menciono algunos: dramática reducción de la población infantil y juvenil y aumento de los estratos de edad avanzada; alteraciones en la composición de las familias y prevalencia de hogares monoparentales; desintegración de comunidades tradicionales y afectación de comunidades urbanas por la inseguridad, las drogas y el narcotráfico; crisis de confianza en instituciones tanto estatales como no–estatales.
Agréguese a todo esto, las profundas transformaciones de los patrones morales y valores de la ciudadanía, especialmente de los grupos juveniles, en relación con derechos y deberes, libertad de elegir, autonomía de las conductas, nociones de autoridad y jerarquía, y disposición de los propios cuerpos e identidades. Y, entrelazando el conjunto, el masivo impacto de las tecnologías de información y comunicación, Internet, los celulares inteligentes y las redes sociales, la digitalización y la emergente difusión de la IA.
El despliegue simultáneo y entrecruzamiento de estos problemas y desafíos representan retos para nuestro sistema educacional no conocidos durante los dos siglos anteriores. Ponen en tensión—y modifican de maneras que aún no alcanzamos a comprender—una de las principales funciones de dicho sistema: la introducción de las nuevasgeneraciones a un mundo del que progresivamente deberán hacerse cargo para, a su vez,legarlo a las futuras generaciones.
Este proceso de transmisión y socialización cultural, de valores y significados, de lo sagrado y lo profano, de creencias y racionalidades, de imaginarios y habilidades, de códigos normativos y disposiciones para la acción, se encuentra alterado. Con ello, la reproducción propiamente de la sociedad queda sujeta a interrogantes fundamentales y a disputas sobre su dirección y sentido.
Dichas perturbaciones se manifiestan en brechas generacionales, incomprensiones mutuas, crisis de identidad y de trayectorias, cuestionamiento de roles y funciones, indeterminación de géneros y lenguajes. Las categorías básicas de autoridad—padre y madre, profesor y alumno, adulto y niño, experto y lego, principal y agente—están mudando y crean incomunicación, confusión de límites y categorías, anomia, ausencia de bordes y dificultades de evaluación, justificación y valoración.
Es posible que gran parte de la desorientación que experimentan las sociedades contemporáneas, y la sensación de agobio y ausencia de patrones de conducción, encuentren su origen último en la actual crisis de transmisión intergeneracional de certezas y verdades, de una moral común y un común destino; en fin, de una visión compartida del mundo y su evolución.
En estas condiciones—tal como muestra la serie “Adolescense”—sólo queda la dramática interpelación del hijo de quince años a su padre, el detective, a quien trata de ayudar a descifrar el misterio de un crimen cometido entre compañeros del colegio: “porque tú no estás entendiendo”, le dice; “no estás leyendo lo que hacen”. A qué te refieres, le pregunta el padre. Y el joven responde con una sola palabra: Insta, abreviatura de Instagram empleada en la cultura juvenil británica. Es un choque entredos mundos de vida.
Esta escena clave de la serie inglesa, que hoy está en boca de muchos, refleja dramáticamente un abismo entre generaciones, con todas las implicancias educativas, culturales, familiares y existenciales que aparecen entreveradas en la serie.
Entonces, ¿será esto lo que nos queda? ¿Ser reconvenidos por las nuevas generaciones de no estar entendiendo lo que sucede? ¿Y ellas, creer que Insta es el mundo y su explicación?
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