Relatos de escándalos y élites
Septiembre 10, 2024

Relatos de escándalos y élites

, 11 de septiembre de 2024

Nuestro mes de septiembre ha ido convirtiéndose, como abril lo fue para el poeta TS. Eliot, en el mes más cruel. En ambos casos, la regeneración que despunta en la naturaleza es también el anuncio de que se inicia un nuevo ciclo de decadencia donde se “mezcla memoria y deseo”. Tal es el momento que vivimos ahora.

Clima

Nos recuerda no sólo la mortalidad de lo que nace de nuevo sino que además trae a la memoria una serie de recuerdos preñados de historia: el golpe cívico-militar de 1973, la elección de Salvador Allende, las fiestas patrias, la matanza del seguro obrero, las glorias el Ejército, el asesinato de Orlando Letelier en Washington DC, la muerte de Pablo Neruda, el nacimiento de Nicanor Parra y el rechazo del texto propuesto por la Convención Constitucional (octubrista), acontecimiento este último inevitablemente entrelazado con el estallido social de octubre de 2019 y sus múltiples ramificaciones y ecos en la memoria colectiva.

Estas no son meras remembranzas inertes guardadas en el “baúl de los recuerdos”, sino figuras que mezclan memoria y deseo: sueños que quedaron sepultados, procesos inacabados, liberaciones que no llegaron a ser, conflagraciones que se repiten, asesinatos sociales y políticos, ilusiones que repetidamente emprenden vuelo este mes y luego mueren, poemas que configuran nuestros estados mentales, ritos de absolución y condenación. Desde este punto de vista, septiembre no sólo es cruel, sino que pesa en la conciencia nacional con su carga de desgarros y frustraciones.

Sobre todo hoy, en medio de un clima de opinión donde -es fácil percibirlo- se ha instalado una verdadera espiral de pesimismo. El juicio proveniente de todos los sectores parece converger: nada funciona, todo se deteriora, no hay soluciones, no existe progreso, oficialismo y oposición se neutralizan y arrastran al país a una completa parálisis.

Por el contrario, si hay cualquier señal positiva -brotes verdes que se anuncian en esta primavera fugaz- de inmediato ella se comunica contrarrestándola con un “pero, inversamente, a pesar de, empero, sin embargo, aunque, no obstante, aun cuando, sin obstar, de otra manera, por otro lado, en contraste con, antes bien, en cambio, por otra parte”, figuras todas que contrastan con, o anulan, el hecho favorable emergente. Los titulares de la prensa emplean este artilugio a destajo, sirviéndose de él para ver y juzgar las cosas en su aspecto menos favorable.

Escándalos 

Efectivamente, el momento actual -que nos lleva a un nuevo estadio en el ciclo de escándalos, ciclo que se repiten como las estaciones, en una espiral que los revive y agrava- es propicio para la difusión de percepciones negativas respecto a la sociedad y la naturaleza humana, las élites e instituciones, los poderes establecidos y la moral convencional. No es, por lo mismo, algo que pueda sorprendernos por su novedad.

De hecho, me reencuentro con un escrito mío de hace casi diez años en que abordaba precisamente este tema tan antiguo como la humanidad, potenciado ahora sin embargo por el alcance de los medios de comunicación y las redes sociales. Y por una mayor conciencia de los abusos de poder que los escándalos ponen al descubierto.

Lo dicho entonces mantiene plena vigencia, a pesar de tratarse de diferentes ciclos de escándalos. En efecto, en aquella oportunidad se congregaban en la plaza pública el escándalo de SQM y la colonización de la política por el poder económico, con el caso Cavalque envolvía al hijo de la entonces Presidenta Bachelet, golpeándola a ella y al gobierno de la Nueva Mayoría. ¿Qué decía mi texto frente a aquella coyuntura que mantiene plena vigencia hoy sólo con leves cambios de voces y sucesos? Veamos pues.

Una búsqueda superficial en Internet sobre el término “scandal” arroja más de 2,5 millones de referencias, incluyendo alrededor de 100 mil artículos de orientación académica o interpretativa. En idioma castellano, la misma pregunta produce 100 mil referencias y 10 mil artículos, respectivamente. (Hoy los datos correspondientes son, en inglés, 336 millones de referencias y más de un millón de artículos académicos; en castellano, cerca de 47 millones de referencias y 151 mil artículos, respectivamente).

La geografía del escándalo es global: desde EE.UU. a Tailandia, de Colombia a Gran Bretaña, de Rusia a Corea. Los tipos de escándalos mencionados son igualmente variados: políticos, corporativos, sexuales, eclesiásticos, militares, de la justicia, espionaje, deportivos, científicos, ecológicos, académicos, etc. Incluyen nombres famosos como Profumo, Clinton, Chirac y Kohl; situaciones como Watergate e Iran-Contra; empresas como ENRON y WorldCom. También aparecen escándalos localesde pedofilia, corrupción, mafia del alerce, filtración de datos, indemnizaciones, evasión de impuestos, y “casos” como Inverlink, MOP, Riggs, etc. De hecho, la pareja de términos “Chile + escándalo” conduce a 43 mil páginas electrónicas (lo mismo que hoy).

Y me preguntaba ya entonces:

¿Qué tienen en común estos nombres y situaciones que hace posible agruparlos bajo la noción de escándalo? Todos ellos conducen hacia un evento mediáticoque pone al descubierto algo previamente oculto y moralmente ignominioso -real o supuestamente- cuya exposición genera una secuencia de reacciones en la opinión pública.

¿Cómo explicar que tales eventos escandalosos ocupen un lugar tan importante en nuestra cultura cotidiana, al punto que, según dicen algunos, nos hallamos inmersos en una “cultura del escándalo”?

Mi hipótesis es la siguiente: las sociedades democráticas de mercado contemporáneas son propensas al escándalo. Porque sólo ellas son sociedades mediatizadas; esto es, sociedades cuyas experiencias culturales se organizan, en gran medida, a partir de procesos y bienes simbólicos producidos por los medios de comunicación. Éstos originan tanto el contexto simbólico en que vivimos como también una proporción creciente de los mensajes que recibimos y que orientan nuestras interacciones. En promedio, los chilenos dedicamos 27 horas semanales a la TV, 25 a la radio, 6 a la lectura de diarios y revistas y 3 a internet. (Hoy día, nada más que el uso de Internet a través de distintos soportes es de más de 8 horas diarias, incluyendo teléfonos inteligentes y streaming).

Es decir, una buena parte de nuestra existencia activa e insomne, y quizá incluso de nuestros sueños, está, directa o indirectamente, alimentada por los flujos de palabras, imágenes y sonidos provenientes de los medios y por su posterior elaboración a través de conversaciones, intercambios y comportamientos.

Por su parte, la industria de medios opera básicamente con dos lógicas, como resultado de su entorno democrático y de mercado.

La primera es la lógica del “nada humano me es ajeno” de Terencio, a quien suele llamarse el “precursor de la comedia de costumbres moderna”. Es una lógica de la indagación, la exhibición y la puesta en escena de la condición humana. Lleva a presionar continuamente sobre los límites (siempre ambiguos) de aquello que los medios pueden legítimamente presentar al público; o sea, mostrar, informar y publicitar. Es una lógica profundamente emparentada con las libertades de expresión e información -el derecho a conocer y transmitir- las cuales, a su vez, se hallan estimuladas por la competencia: la necesidad de vender audiencias a los avisadores.

En esta carrera (donde el rating es apenas una manifestación) los medios empujan constantemente los límites -del lenguaje y los temas, de enfoques y géneros- hacia más y más dimensiones de lo humano, virtuosas o miserables. A Freud no le resultaría extraño que parte de esa presión se ejerza precisamente allí donde las pulsiones humanas son más profundas: en el plano de la libido y el sexo, de la agresividad y la violencia, de la enfermedad y la muerte. (Ahora debemos agregar ademas: el afán de lucro y las apetencias del poder).

Hay, sin embargo, una segunda lógica de los medios que viene a complicar las cosas, la lógica de Lord Northcliffe, el dueño británico de medios de comienzos del siglo pasado, para quien “noticia es algo que alguien, en alguna parte, desea suprimir; el resto es publicidad”.

En juego están aquí dos cosas fundamentales. Por un lado, la definición de qué es noticia o, más exactamente, cuál es el ámbito de lo “noticiable”. Segundo, dónde trazar los límites de lo público, de manera de preservar el espacio privado del intruso escrutinio de Lord Northcliffe. (Hoy el caso Hermosilla nos obliga nuevamente a discernir estos límites).

Cualquier texto de estudio empleado en escuelas de periodismo revela las dinámicas principales en ambos frentes. Cito uno: “cada medio tiene interés en dar a conocer a su público determinados hechos y opiniones para conseguir fundamentalmente dos objetivos: ganar dinero y tener la máxima influencia y difusión”. Son, sin duda, intereses impecablemente democráticos y de mercado. Cito nuevamente: “Un hecho será más noticiable cuando produzca mayor cantidad de consecuencias que, a su vez, también serán noticia”. La dinámica del escándalo, una vez desatada, se ajusta exactamente a ese patrón: se alimenta noticiosamente a sí misma. Tercera y última cita: “Actualmente, las noticias que despiertan más interés son las noticias que explican historias de vidas […] donde los sentimientos más primarios […] son susceptibles de ser compartidos por todos los seres humanos, por encima de una determinada posición social…”. La democracia igualitaria se abraza aquí con el mercado de los sentimientos.

En suma, la incesante búsqueda de lo noticiable conduce de preferencia hacia aquello que -por buenas o malas razones- desearía permanecer oculto en una sociedad, impulsando a los medios a penetrar en la vida privada, incluso con el apoyo de tecnologías que permiten perforar su intimidad.

Cuatro elementos de la propia organización mediática -su lógica industrial, diríamos hoy- explican por qué su personal se siente inclinado hacia la promoción del escándalo: (i) El valor comercial de las noticias referidas a sucesos escandalosos (“el escándalo vende”); (ii) La persecución de objetivos políticos, tales como dañar la reputación de un gobierno o perjudicar a los opositores (hoy plenamente a luz del día); (iii) La auto-imagen profesional de los medios como conciencia vigilante y descubridores de hechos encubiertos; (iv) La rivalidad derivada de la competencia que lleva a una carrera por producir, en el menor tiempo posible, la noticia más impactante y con mayor efecto.

Hasta aquí el texto de hace una década. Sin embargo, la socio-lógica de los escándalos y sus efectos letalessobre el clima de opinión pública y el desenvolvimiento democrático es similar al observado hoy.  En particular, cuando impacta directamente sobre la reputación de las élites -de ayer y de hoy- asunto que abordamos a continuación.

Élites

El análisis de las élites chilenas está nuevamente en primer plano debido al más reciente ciclo de escándalos, el del abogado Luis Hermosilla y, en sentido amplio, la trama del tráfico de influencias que forma parte de las trastiendas del poder.

Al análisis de las élites he dedicado ya previamente repetida atención en este mismo espacio, en cuanto a sus tipos, conformación y modalidades de lucha y circulación. Por ejemplo, me he referido a estos grupos aquí, en relación a su variada composición funcional; aquí, en relación a su segmento de influencia mediática, y aquí, la ocasión  más reciente, donde abordo fallas en la conducción de las élites políticas de derechas e izquierdas.

Ahora las élites están de regreso propulsadas por un escándalo ampliamente cubierto por la prensa, producto de una sostenida investigación periodística de Ciper, que los demás medios han expandido y explotado conforme a la lógica propia de estos eventos, según vimos más arriba. Ahora, en el mes más cruel, dicho ciclo se encuentra en plena ebullición, teniendo como su principal fuente -al parecer inagotable- los cuantiosos mensajes delabogado Hermosilla. Según algunos, ellos constituyen un sociograma de un sector de las élites y ofrecen material en bruto para una sociología de los trajines en los laberintos del poder.

Al darse a conocer -gota a gota, golpe a golpe- los contenidos de esos mensajes apenas cifrados, uno obtiene una rara radiografía de algunas zonas altas o medio altas del sistema. Como resultado de lo anterior, hay abundante Schadenfreude (alegría por la mala fortuna de otro), veladas expresiones de odio y resentimiento, filtraciones de secretos de diverso origen, teledrama diario de sentimientos encontrados (entre amigos, parejas, socios de oficina, camaradas e incluso entre poderes del Estado), maniobras ofensivas y defensivas sobre el tablero de reputaciones, acusaciones y justificaciones, invocaciones  e interpelaciones, juegos estratégicos, revelaciones íntimas y pasiones movidas por la fama y el vil dinero en los corredores del poder. Por un instante, la élite va desnuda por las calles de la villa.  

En el trasfondo de todo esto, para lo que aquí interesa -que no es la comedia humana y sus miserias, sino los relatos que circulan en este fatídico mes de septiembre- se mueven y compiten entre sí encontradas interpretaciones sobre la sociedad chilena, su memoria y deseos. Uno de esos relatos largamente presente en nuestra cultura interpretativa es el de las élites como causa de nuestro desarrollo frustrado y, en general, de las frustraciones que acumula la sociedad.

Los debates del Centenario (en torno a 1910) proporcionan evidencia de primera mano para este relato. Recuérdese las primeras páginas del Chile Íntimo de Valdés Cange, publicado ese mismo año, donde su autor se expresa así:

“Algo mui parecido acontece en la política: los que nos gobiernan, nacidos por lo comun en la opulencia, educados léjos del pueblo, en establecimientos en que se rinde pleito homenaje a su fortuna i al nombre de su familia, dedicados despues a la tarea no mui difícil de acrecentar su patrimonio con el sudor ajeno, han manejado la cosa pública de la misma forma i con los mismos fines que su propia hacienda, dictando las leyes para su propio i esclusivo provecho. Con este procedimiento han prosperado tanto, han ascendido a tal altura, que tienden la mirada a las clases inferiores i, no viendo mas que los rasgos jenerales, la perspectiva engañosa, se creen en el mejor de los mundos i siguen resueltamente caminando hacia el abismo”.

Villanos

En estos días, vuelve a suscitarse el mismo debate, sólo que ahora en el idioma del 2024 y con categorías de entendimiento e interpretación más vecinas a las ciencias sociales contemporáneas, tal como se lee en el Informe del PNUD sobre Desarrollo Humano en Chile 2024. ¿Por qué nos cuesta cambiar?: Conducir los cambios para un Desarrollo Humano Sostenible. Según señala la Sinopsis del Informe, “La sociedad chilena está cambiando intensamente y el país exhibe destacables logros en Desarrollo Humano, mientras que al mismo tiempo está experimentando profundas dificultades para implementar cambios que desea o que necesita”.

Entonces, ¿dónde reside el problema?

Igual como Valdés Canje hace más de un siglo, este Informe denuncia una poderosa coalición anti-cambio, a partir de una lectura del ánimo subjetivo del pueblo: “Las personas atribuyen el estancamiento y deterioro que perciben a los liderazgos políticos y al gran empresariado. Consideran que estos actores han incumplido sostenidamente importantes promesas de cambio realizadas en el pasado, vinculadas al acceso a derechos y a protección social. Son, para la ciudadanía, los “villanos” del cambio. Se les acusa de manera transversal de priorizar sus intereses electorales y económicos en desmedro del bienestar de la población, de desconocer las verdaderas necesidades de las personas, de falta de voluntad para construir acuerdos que beneficien al país y de bloquear cualquier iniciativa de cambio que provenga de la coalición opuesta, sin considerar el bien común”.

¿“Villanos”, se preguntará usted?

Efectivamente: rústicos o descorteses; ruines, indignos o indecorosos. En el diccionario de Cambridge, malas personas que hacen daño a otras personas o infringen la ley. En el de Oxford, una doble entrada dice: personajes malos principales de una historia, obra de teatro, etc.; personas moralmente malas o responsables de causar problemas o daños. En el contexto que aquí se emplea, el de las élites como villanos, todos los significados de diccionario aplican y connotan a una clase de personas o mejor, personajes: malos, dañinos, indignos e “impresentables”, según suele decirse hoy. Todo esto con la patente connotación de ser protagonistas de un relato moral que los condena.

Dentro de la cultura masiva contemporánea, los villanos por excelencia son, ¡cómo no!, figuras de ficción hollywoodense, del estilo de Drácula, el Joker, Lex Luther, Darth Vader, Voldemor o el profesor Moriarty. Por cierto, la literatura especializada también reconoce una cohorte de Disney villanas mujeres, las cuales, según un estudio reciente, son retratadas a menudo como feas, con sobrepeso o asimétricas, y al mismo tiempo muestran características de poder y fuerza”, en la tradición de los cuentos sobre “reinas malas” (en oposición a princesas buenas) y brujas de todo tipo con sus pócimas, oscuros saberes, ritos escondidos y poderes maléficos.

Otro estudio sobre relatos Disney de villanía, reflexiona así: “La compañía Disney ha presentado al público estadounidense un sinfín de criminales, en parte compuestos por villanos, brujas, hechiceros y magos. […] la fórmula Disney enfrenta constantemente al bien contra el mal, y la lucha entre ambos sirve de base a las historias”. A su vez, un análisis similar -que los hay en abundancia, entre ellos uno pionero de Ariel Dorfman con Armand Mattelar de coautor, “Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo” (1971), del que se dice es “quizá el texto más conocido de este campo de estudio- expande dicha idea en una dirección concordante con nuestro propio análisis. Explica: “Los villanos de las películas de Disney pertenecen casi todos a la clase alta o media y ocupan desde ya posiciones relativamente altas de poder social, económico o político. Motivados en gran medida por la codicia y un ansia desmesurada de éxito, los criminales de Disney transgreden para satisfacer sus deseos intrínsecamente malvados”.

Más adelante, el mismo estudio concluye con otro aserto directamente atinente a nuestra interpretación sobre la supuesta villanía de las élites: “Todos los villanos buscan alguna forma de poder […] cada uno de estos villanos está motivado por el deseo de adquirir algo que creen que les hará progresar y les reportará un beneficio particular. Ninguno de estos villanos se encuentra en una posición en la que cometa crímenes para sobrevivir. Todos se encuentran en situaciones más bien cómodas y se mueven en gran medida por la codicia y una compulsión interna a transgredir. Algunos buscan un estatus elevado y la aclamación. A otros les mueven deseos materiales concretos y ansias de riqueza; algunos intentan alcanzar el trono o convertirse en gobernantes; otros buscan venganza y otros más actúan únicamente por el deseo de infligir el mal…”.

Frustración

Tras esta digresión, volvamos a nuestros propios villanos, las élites política y económica identificadas como un “monstruo de dos cabezas” que, en el relato del Informe del PNUD, se levanta como un obstáculo infranqueable e impide el cambio que Chile necesita imperiosamente. Curiosamente, esta narrativa pasa por alto el inaudito despliegue de cambios que -durante los últimos treinta o más años-se produjo en la economía chilena, la estratificación social, los balances entre generaciones, las transformaciones culturales y de valores del comportamiento colectivo, los niveles educativos expandidos, así como cambios en materias legislativas y morales,modificaciones ideológicas al interior de los principales bloques políticos, transiciones demográficas y epidemiológicas, maneras de inserción en el mundo global -mundo a su turno pletórico de cambios durante las mismas tres décadas- y en relación con el triángulo geopolítico de EE.UU., China y Europa, etc.

Más bien, el diagnóstico propuesto, o sea, la existencia de una extendida frustración en la sociedad chilena, es similar en cuanto a su matriz interpretativa -pero no a la altura- al Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 1998: Las paradojas de la modernización, conocido también como de los malestares, respecto del cual entonces asimismo discrepé (aquí y aquí). En efecto, el actual Informe sostiene que el pueblo, las gentes, las personas “perciben un país estancado o que va de mal en peor”. Como prueba invoca la Encuesta de Desarrollo Humano (EDH) 2023, según la cual la evaluación negativa sería contundente: “un 59% considera que en los últimos años el país ha empeorado. Casi un tercio cree que se ha mantenido igual. Y una proporción muy minoritaria considera que Chile ha mejorado. La evaluación negativa de los cambios recientes ha aumentado de manera importante en la última década”.

La espiral del pesimismo estaría operando a gran velocidad. Y contrasta con la pasividad y resistencia al cambio del establishment. Precisamente por eso, como citamos más arriba, “las personas atribuyen el estancamiento y deterioro que perciben a los liderazgos políticos y al gran empresariado. Consideran que estos actores han incumplido sostenidamente importantes promesas de cambio realizadas en el pasado, vinculadas al acceso a derechos y a protección social. Son, para la ciudadanía, los ‘villanos’ del cambio”. Y luego se agregan, en rápida sucesión, las siguientes otras prevenciones:

  • “La villanización de los liderazgos políticos y del gran empresariado por parte de la ciudadanía no es nueva. Fue una de las tesis planteadas por el Informe sobre Desarrollo Humano en Chile: Los tiempos de la politizaciónpara explicar la colectivización del malestar y el paso desde formas implosivas de descontento social hacia formas expresivas”.
  • “Los datos recogidos para este Informe muestran que, lejos de desaparecer, esa villanización persiste en la sociedad chilena”.
  • “Es importante precisar que la relación en torno a las deudas del cambio que establecen las personas con las élites no es lo mismo que la distancia entre élites y ciudadanía, […] sino que alude a un tipo de relación que enfatiza la deuda persistente, que identifica culpables y que instaura el castigo como modo de relación permanente”.
  • “El paso de la villanización al castigo podría contribuir a explicar en parte el estallido de 2019 y algunos comportamientos electorales posteriores”.

Todo esto recuerda, claro está, al tratamiento de los villanos y la villanía en el mundo de la Disney ficción y posee impactos culturales similares en el sentido de la lucha entre el bien y el mal, los estigmas de clase social, la búsqueda de éxito y poder y la conformación de un mundo contrastante de superioridades y bajezas morales.

Populismos

Esta particular lectura sobre la ausencia de cambiopor la villanía de la élite con sus dos cabezas (liderazgos empresariales y políticos), y su pretendido impacto sobre la subjetividad individual y social, tiene como supuesto una visión esquemática y reduccionista del ecosistema de las élites chilenas que, en este mismo espacio, he tratado anteriormente.

Por lo pronto, los actores protagonistas de este relato -v.gr., los liderazgos políticos y el gran empresariado, los villanos causantes de la ausencia del cambio necesario/esperado- aparecen confundidos en la narrativa con poderes fácticos, redes de intereses, señores todopoderosos, clase gobernante, grupos con fallas morales (estructurales, culturales e individuales) a la manera de un solo compacto llamado élite o élites; compacto que se opone cara a cara con un pueblo anhelante de cambios. Se trata, por lo tanto, de una suerte de versión posmoderna de la antigua lucha de clases donde a un lado se halla el pueblo (ahora ciudadanía, gentes, colectivo de personas no-élite, masas, movimientos sociales) enfrentándose, al otro lado, con los villanos políticos y empresarios; antiguamente la clase dominante, la burguesía, el bloque de poder.

Este enfrentamiento, así definido, pasa a ocupar un lugar central en la nueva matriz narrativa tanto de las derechas radicales como de las extremas izquierdas posmodernas. En ambos casos, en el núcleo de los respectivos relatos se libra una batalla política, social y cultural entre élite y pueblo. Según apunta un estudio referido a este tema, más allá de los debates nominalistas sobre el significado del populismo, “la abundante literatura sobre el fenómeno coincide, al menos, en definir el populismo como una ideología o discurso político que afirma un conflicto radical que atraviesa toda sociedad: el conflicto entre pueblo y élite, donde el pueblo se refleja como un colectivo homogéneo y bondadoso frente a una élite corrupta que tiene secuestrada la soberanía popular”.

En realidad, se trata de un relato que no se caracteriza por una gran sofisticación. En ambos polos -el de abajo y el de arriba- las nociones sincréticas de élite y de pueblo han perdido contemporáneamente la riqueza de significados con que Weber y Marx, respectivamente, las dotaron en su momento histórico. Ahora se aproximan a, y resuenan mucho más fuertemente en, la polémica mediática y al nivel de las redes sociales. Han abandonado las aulas y los textos de estudio para entrar de lleno en la guerra cultural.

Hoy forman parte de la invectiva “que se vayan todos”, usada desde la derecha anarco-libertaria de Milei contra la “casta” y por Maduro desde el chavismo-socialismo contra la “oligarquía fascista”. Como sea, si las élites villanas son arrastradas al sumidero de la historia por la fuerza de las masas movilizadas tras las promesas del populismo, más vale poner atención pues luego puede darse el “paso de la villanización al castigo”. Un suceso que en Chile tiene su precedente en la revuelta de octubre de 2019. Como previene el Informe en su versión completa, “se mantiene la rabia y también las demandas expresadas en el estallido de 2019. El Informe revela que, entre las personas que estaban a favor de estas demandas, el 83% lo sigue estando”.

La pregunta de la encuesta que lleva a desentrañar el descrédito de los liderazgos políticos es típicamente formulada por el Informe desde la mirada populista. Así, se busca identificar la principal debilidad de esos liderazgos para conducir los cambios que el país puede necesitar, ofreciendo las siguientes alternativas (ordenadas de mayor a menor asentimiento según la opinión de los encuestados): (i) Ponen por delante sus intereses personales; (ii) Su falta de experiencia, preparación o conocimiento; (iii) No conocen los problemas de la gente; (iv) Ponen por delante sus ideologías políticas, (v) Su falta de voluntad para llegar a acuerdos. Es decir: egoísmo, ignorancia, insensibilidad, dogmatismo e intolerancia.

Por el contrario, no se menciona una serie de otros actores y factores que podrían ser más relevantes a la hora de entender las dificultades de las élites para impulsar y gobernar el cambio. Por ejemplo:

  • Instituciones y personal de élite que destruyen su propia legitimidad y capital de prestigio, como sucede justamente en estos días a propósito del escándalo de las redes de tráfico de influencias: abogados, fiscales, jueces, ministros de Corte, otros servidores públicos y personal del liderazgo político.
  • Medios de comunicación y redes sociales que contribuyen a crear y propagar climas de opinióncínicos, pesimistas, polarizados y persecutorios que terminan alimentando el enfrentamiento entre pueblo y élites.
  • Expertos de todo tipo que fallan reiteradamente en el ejercicio de su experticia ya sea en la gestión de hospitales, la construcción de puentes, el diseño de sistemas, las funciones de inteligencia policial, la coordinación del transporte, el diagnóstico de problemas sociales, la gerencia de procesos legislativos o las responsabilidades profesionales.
  • Grupos identitarios que actúan con maximalismo, favoreciendo la fragmentación de la sociedad, la exasperación de la ciudadanía y el rechazo al cambio, como ocurrió con la Convención Constitucional tras el estallido y las protestas del 18-O de 2019 y, enseguida, con el Consejo Constitucional que pretendió restaurar una carta tradicional autoritaria, ambas instancias fracasadas, cada una en sus propios términos.
  • La academia -mi propio hogar, confieso aquí para evitar cualquier conflicto de interés- que se entusiasma fácilmente con sus propias tesis, dogmas e ideologías, todo ello con una inconfundible aura de superioridad moral e intelectual, en vez de contribuir a crear, mantener y adaptar consensos respecto de qué es necesario cambiar o no cambiar, por qué y cómo.

En fin, por el momento las élites chilenas se hallan impedidas -en este mes, el más cruel del año- de proporcionar gobernabilidad al cambio. Arrastradas por un torbellino de escándalos que revelan sus interioridades y las expone a la luz de los medios de comunicación, las redes sociales y la opinión pública encuestada, ellas se hallan en un momento especial de debilidad.

Las únicas fracciones gananciosas son aquellas que, a la extrema derecha y a la extrema izquierda, comparten una misma ideología populista y se proponen sustituir a las élites establecidas (el establishment) con sus propuestas de regeneración anti política de la sociedad en nombre del pueblo soberano. Una va en camino hacia la restauración del orden, las jerarquías y la conducción autoritaria en el marco de democracias iliberales. La otra se dirige hacia una refundación de la sociedad en términos de un orden popular, de igualitarismo social y progresismo moral, en el marco de la “máxima unión y movilización popular, militar, policial perfecta”, como ofreció el dictador de Venezuela tras defraudar el resultado de la reciente elección que lo dejó en minoría.

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