”Es la tarea más fundamental de nuestra existencia el alcanzar tanta sustancia como sea posible para el concepto de humanidad en nuestra persona, tanto en el lapso de nuestra vida como más allá de ella, por medio de las huellas que dejamos en nuestra actividad vital”.
Y a las puertas de un nuevo siglo que, según una difundida percepción, trae consigo un cambio de época. El propio informe se anunciaba “en los albores de un nuevo siglo ante cuya perspectiva la angustia se enfrenta con la esperanza”.
Para ingresar al futuro, proclamaba que la educación debía levantarse sobre cuatro pilares: aprender a conocer, a hacer, a convivir y a ser. Es decir, adquirir los instrumentos necesarios para una comprensión del mundo, influir a través de la acción sobre él, participar y cooperar con los demás y desarrollarse cada cual como persona. Es este último aspecto el que aquí interesa.
Aprender a ser, se decía allí, tenía que ver con el desarrollo integral de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad. Equivalía a dotarse de un pensamiento autónomo y crítico, y de elaborar juicios propios para hacer sentido de sí mismo y de las circunstancias a su alrededor.
Implicaba, por tanto, crecer en autodominio; autonomía personal y afirmación de la propia interioridad. Significaba también la recuperación de los ideales de una formación humanista. Un resguardo contra el excesivo utilitarismo educativo, según el cual solo importan la cualificación laboral y la adquisición de competencias prácticas.
Anticipándose a los revolucionarios despliegues tecnológicos de las décadas siguientes, el informe apuntaba a prevenir —mediante la educación— los riesgos de deshumanización del mundo y la alienación impuesta por una cultura masiva de la banalidad, el espectáculo y la violencia.
Con todo, no resulta claro cómo se puede educar y aprender a ser, en el sentido empleado por aquel informe. Tampoco este dilucidaba el sentido de tal propósito. Lo caracterizaba primariamente como un proceso fundamental que recogía los elementos de los otros tres pilares; esto es, aprender a conocer, a hacer y a convivir.
En otras partes decía que su naturaleza no era puramente individual; que para impulsarlo debía cultivarse la imaginación y la creatividad; que para su consecución convenía aprovechar todas las oportunidades posibles de descubrimiento y experimentación: estética, artística, deportiva, científica, cultural y social.
Finalmente, que su objeto era “el despliegue completo del hombre en toda su riqueza y en la complejidad de sus expresiones y de sus compromisos; individuo, miembro de una familia y de una colectividad, ciudadano y productor, inventor de técnicas y creador de sueños”.
Tal vez lo más próximo a esta formulación sea el ideal expresado por la filosofía alemana de la Bildung, originada en el siglo XVIII. También ella apunta a interioridad, excelencia, carácter, virtud, superación, ilustración, autodeterminación. Según escribió Wilhelm von Humboldt: “Es la tarea más fundamental de nuestra existencia el alcanzar tanta sustancia como sea posible para el concepto de humanidad en nuestra persona, tanto en el lapso de nuestra vida como más allá de ella, por medio de las huellas que dejamos en nuestra actividad vital”.
Sin embargo, en el campo educacional contemporáneo son varios los obstáculos para una educación del ser inspirada en un ideal de Bildung, incluso modernizado y adaptado a las actuales expectativas de desempeño eficaz.
Ante todo, el enunciado mismo de un ideal formativo regido por valores allí donde, en contraste, prevalece el reino de la efectividad performativa. Lo que importa es demostrar habilidades; no un viaje interior de superación y autocultivo. La propia noción de interioridad es probable que choque en un ambiente que valora las conductas y la exterioridad.
También el énfasis en la individualidad del ser, de su inalienable diferencia y ensimismamiento, es probable que resulte contradictorio con un entorno cultural de masas, conformidad colectiva y evitación de las diferencias.
Por último, aprender a ser tampoco encuentra un lugar propicio en medio de las dinámicas actuales de la sala de clases y la escuela, ni su inclusión dentro del currículo se acomoda fácilmente. Sobre todo, ahora que impera un clima relativamente anémico en el sistema educativo y se multiplican las microviolencias en aulas y patios. Bajo estas condiciones no puede florecer una formación tipo Bildung, orientada hacia el aprender como una expresión de humanidad.
De modo similar, tampoco las circunstancias del entorno —en la ciudad y la calle, el hogar y la TV, el comercio y las redes sociales, los barrios y los estadios— son propicias para aprender a ser a través de la educación informal e imprevista o aleatoria. Lo mismo sucede con el aprender a convivir.
En efecto, reinan la desconfianza en los otros y en las instituciones, los hogares suelen ser inhóspitos, las calles inseguras, las redes sociales sectarias y tormentosas, la esfera pública polarizada y cargada de agresividad. En suma, la vida cotidiana se desenvuelve en un ámbito escasamente propenso para que surja una educación orientada hacia una humanidad superior.
En estas condiciones, la formación propia del aprender a ser y a convivir naufraga por falta de oportunidades, estímulos, reconocimientos, modelos y medios.
Al final, entonces, la educación —tanto formal o institucional como aquella informal e imprevista— queda circunscrita a enseñar a conocer y a hacer, particularmente en el orden de los desempeños observables, medibles y evaluables.
A la par, se enflaquecen los dos otros pilares —del ser y el convivir—, los cuales, sin embargo, son una fuente esencial para el desarrollo (humano), la integración de la sociedad y la formación y el cultivo del concepto de humanidad en nuestra persona.
Que buena reflexión… como siempre inspira a ur más allá en nuestra tarea y compromiso de educadores… especialmente cuando vemos solo ejemplos de quienes abandonando principios fundamentales se corronpen… falta de construcción del propio ser… sin embargo también importa la construcción del ser colectivo.. del que somos como sociedad y como pais.. la construcción de un ser más equitativo y justo sigue siendo el pendiente de ese ser que conformamos también en la suma de nuestras individualidades.
Gracias estimado Sergio!
Saludo cordial,
JJ