Republicanos
“Observo el arrollador ascenso de una visión, valores y un proyecto de restauración conservadora; un nacionalismo cristiano en guerra cultural”.
La cultura de los Estados Unidos tiene una poderosa irradiación alrededor del mundo. En particular sus expresiones masivas a través de la música, el cine y la televisión; las modas y los estilos; el idioma inglés y un cierto imaginario de los mercados, la modernidad y las tecnologías.
Algunos de mi generación nos formamos escuchando a Bob Dylan y los ecos de la Students for a Democratic Society (SDS), organización estudiantil rebelde. Leímos a Charles Bukowsky y Saul Bellow, situados en polos literarios opuestos. En Chile, los estudiantes protestábamos frente a la embajada de los EE.UU. por la guerra en Vietnam.
Luego, durante las décadas de 1970 y 1980, la presencia de aquella poderosa cultura cubrió con sus manifestaciones todo el espectro ideológico, político e intelectual. Por un lado, intervino en la preparación y ejecución del golpe cívico-militar de 1973 y dejó sus huellas en la doctrina de seguridad nacional y los Chicago Boys. Por el otro, apoyó a los centros académicos independientes, la recomposición de las fuerzas democráticas y los derechos humanos.
Formado en esta sensibilidad cultural —que identifica a EE.UU. con la vorágine de la modernidad capitalista, vista desde la periferia de aquel imperio—, he seguido durante los últimos días la Convención del Partido Republicano en Milwaukee.
Observo el arrollador ascenso de una visión, valores y un proyecto de restauración conservadora; un nacionalismo cristiano en guerra cultural contra todo lo que no es “americano”; o sea, blanco, patriarcal, evangélico, heterosexual. Y enemigo de lo foráneo, diverso, híbrido. Al mismo tiempo, un populismo sorprendente —viniendo de un partido tradicionalmente plutocrático— que se declara anti-élites de Wall Street y de Harvard; contrario a las grandes ciudades y a la cultura ilustrada y cosmopolita.
Por el contrario, el nuevo discurso republicano reivindica a la clase trabajadora abusada, desplazada y abandonada, y a los pequeños, olvidados, asentamientos rurales; al hombre común, explotado, cansado y humillado por la clase educada, liberal, progresista y decadente. Exalta la fuerza (militar), los productos made in America, la Pax Americana; en breve, un mundo dominado por los valores nacionalcristianos que iluminan la ciudad que resplandece sobre una colina, frase popularizada por el Presidente Reagan.
Por último, contemplo atemorizado una enfervorizada asamblea que expresa ruidosa y unánimemente su admiración y rinde culto a un líder que el diario Financial Times retrata como un felón convicto, un conspiranoico, un mujeriego y un hombre de negocios que ha mentido sobre su riqueza.
Nada de esto es ajeno a Chile y su eco marcará a las generaciones de hoy.
0 Comments