Las reformas educacionales y su implementación
José Joaquín Brunner, 28 de enero de 2021
Lo que importa son los efectos de las reformas educacionales una vez que comienzan a implementarse. Antes de eso, son una idea a la espera de ser adoptada y ejecutada. Mientras no se ponen en práctica, es posible mantenerlas en el reino de las promesas y rodearlas de unas narrativas plenas de esperanza.
La educación es especialmente propensa a imaginar grandes y variados cambios, con propósitos de alta intensidad valórica como civilizar la barbarie, emancipar la humanidad, crear ciudadanía democrática y compensar las desigualdades de clase social.
Tanto énfasis se pone en la idea de la educación como una fuerza histórica capaz de transformar “mentes y corazones”, y a la sociedad entera, que su reforma suele elevarse a las alturas de formidables utopías. Hoy, por ejemplo, abundan las tecnotopias y las narrativas de una inteligencia artificial general que gobernará el futuro.
Más próximas a las limitaciones reales de las sociedades—su historia, instituciones, distribuciones del poder y culturas—las políticas de reforma educacional buscan, por el contrario, mantenerse en el reino de lo posible y ofrecen “utopías reales”, según las denomina Erik Olin Wright. El diapasón de las narrativas se reduce proporcionalmente.
¿En qué consisten tales semiutopías? Según nuestro autor, en relatos que aspiran a incorporar ideales emancipatorios en instituciones y prácticas actualmente existentes, mediante reformas y narrativas capaces de movilizar su implementación.
De este modo, frente a las utopías educacionales que, por definición, no tienen un lugar donde concretarse, las reformas educativas producen cambios en el estado de cosas del sector con el propósito de impulsar ideales transformadores, así no sea parcialmente.
En Chile conocemos bien ambas vertientes. La utópico abstracta se propone rehacer radicalmente la educación sobre nuevas bases y sus ecos nos llegan desde lejos: desescolarizar el sistema, sustitución del docente por la IA, educación administrada por el hogar o provista totalmente por el Estado.
La vertiente de las utopías reales, en tanto, promueve un reformismo más o menos profundo dentro de los límites de lo existente. Son cambios limitados de orden institucional, curricular, de acceso y retención, de organización de las enseñanzas y la gestión de recursos.
¿En qué sentido puede decirse que estas reformas expresan utopías reales y no son meramente ajustes técnicos de lo existente?
En el sentido que ellas—como varias de las reformas impulsadas en Chile a partir de 1990–poseen un fuerte elemento ideal de carácter emancipador, vinculado a la igualdad y equidad, fraternidad y humanidad, justicia social, bien público y temas transversales de medio ambiente, paridad de género, diversidad afectivo-sexual y ciudadanía activa.
No resulta extraño que la mayoría de dichas ideas reformistas tengan su origen en las corrientes del pensamiento progresista durante los gobiernos de la Concertación y sus sucesores de la Nueva Mayoría y del “nuevo paradigma educacional” impulsado por el Frente Amplio.
Con todo, con el paso del tiempo, aquellas propuestas de cambio fueron moviéndose desde el reformismo realista hacia fórmulas de utopismo abstracto y contenido refundacional. El diapasón de las narrativas volvió a incrementarse. Los fines de la educación, establecía la Convención Constitucional, son “la construcción del bien común, la justicia social, el respeto de los derechos humanos y de la naturaleza, la conciencia ecológica, la convivencia democrática entre los pueblos, la prevención de la violencia y discriminación, así como la adquisición de conocimientos, el pensamiento crítico, la capacidad creadora y el desarrollo integral de las personas, considerando sus dimensiones cognitiva, física, social y emocional”.
La pregunta es si acaso estas iniciativas de cambio educacional, aparejadas con narrativas de altas expectativas, logran efectivamente mejorar los aprendizajes y alcanzan los fines prometidos.
Sabemos que después del período 1990 – 2010, cuando efectivamente el desempeño de los estudiantes mejoró y se redujeron levemente las brechas sociales del aprendizaje, la tendencia de los aprendizajes se estancó y últimamente se deterioró. Tales fenómenos coinciden con los años de mayor desintegración social, expansión de la anomia y difusión de los efectos dañinos de la pandemia por COVID en las familias y los colegios.
Coinciden, además, con el auge de las utopías abstractas cuyas narrativas desplazan al espíritu reformista. Las promesas crecen en medida inversa a la efectividad de las políticas. De hecho, varias de esas iniciativas, acompañadas de una narrativa igualitaria radical, una vez implementadas, exhiben severas limitaciones, tanto en el plano técnico como de incumplimiento de los fines proclamados.
Un ejemplo dramático es el de la Nueva Educación Pública que, desde el momento de su implementación, reveló múltiples problemas de diseño, una completa falta de realismo organizacional, fallas en la arquitectura de la gobernanza del sistema y excesivos aparatos burocráticos. Todo esto, sin emitir ninguna señal—por parte de los SLEP en operaciones—de poder revertir el estancamiento de los aprendizajes.
Algo similar ocurre con el nuevo sistema centralizado de admisión escolar basado en un algoritmo de asignación de los alumnos, el cual prometió no solo eliminar la segmentación escolar, sino generar mayor integración social en favor de niños y niñas de menores recursos. Hasta ahora, los resultados son claramente distópicos.
En efecto, estudios recientes muestran que, también en este caso, la gran narrativa sólo creaba un espejismo. Según concluyen Elacqua y Kutscher (2023), el sistema implementado no ha disminuido significativamente la segregación escolar y tiene un bajo impacto en la integración socioeconómica del sistema.
En suma, las reformas educacionales necesitan apartarse de las utopías abstractas, que prometen “cambios de paradigma” y metas inalcanzables. Al contrario, deben diseñarse como utopías reales cuya implementación favorezcan la gradual transformación del sistema escolar y un mejoramiento efectivo de los aprendizajes.
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