PISA: detención y vuelta atrás
José Joaquin Brunner, 17 de diciembre de 2023
En las tres pruebas centrales el desempeño de nuestras alumnas y alumnos, a los 15 años, es más insatisfactorio que aquel medido en torno a 2010. En cambio, durante la primera década del siglo XXI, los resultados venían mejorando significativamente,
Los resultados del examen internacional PISA 2022 confirman una tendencia preocupante en el caso de Chile. En las tres pruebas centrales—esto es, lenguaje, matemáticas y ciencias—el desempeño de nuestras alumnas y alumnos, a los 15 años, es más insatisfactorio que aquel medido en torno a 2010. En cambio, durante la primera década del siglo XXI, los resultados venían mejorando significativamente en cada una de estas pruebas.
Luego, no solo estamos estancados, sino que hemos retrocedido. La pandemia y su impacto no son la causa; sólo han acentuado el deterioro, igual como ocurrió en los demás países de la OCDE. Entre los países de la Organización, Chile se sitúa debajo del promedio en las tres áreas examinadas, aunque lidera todavía en la región latinoamericana.
Mirados estos resultados más cualitativamente, sólo un 44% de las y los estudiantes chilenos superan el nivel 2 de desempeño en matemáticas—el más elemental y menos exigente—comparado con un 69% en el promedio de la OCDE y un 85% de los estudiantes de los países confucianos (Singapur, Macao (China), Japón, Hong Kong (China) y Taiwán). En el otro extremo, ¿qué porcentaje de alumnos alcanza niveles de excelencia (niveles 5 y 6), en matemáticas? En Chile un 1%, en el promedio OCDE un 9% y más de un 20% en los países del área cultural confuciana.
La situación en las áreas de lenguaje y ciencias es algo mejor. En Chile, por encima del nivel más elemental se sitúan 66% y 64%, respectivamente. Y alcanzan el nivel de excelencia, un menguado 2% en ambas disciplinas. A la vez, las desigualdades educacionales de origen sociofamiliar se mantienen más o menos constantes, lo mismo que la desigual calidad de las oportunidades a las que acceden los estudiantes. El sistema no ha corregido pues su naturaleza heterogénea y segmentada.
Alguien dirá: nada nuevo bajo el sol. Seguimos obteniendo logros de aprendizaje mediocres, con un fuerte condicionamiento de clase social. Como es habitual, ocupamos un lugar inferior al promedio de los países de la OCDE, pero somos líderes en la región. Nuestros alumnos de alto rendimiento son una proporción ínfima en comparación internacional (1% o 2%), lo cual indica que aun los colegios privados pagados no compiten con los mejores a nivel mundial.
Esta perspectiva que hace de la mediocridad una costumbre es propia de conformistas pasivos. Estaríamos en manos de las fuerzas del destino. Además, es una visión equivocada.
En efecto, a comienzos de siglo estábamos mejorando nuestros resultados. También entre estudiantes de hogares con reducido capital social, económico y cultural. Y PISA lo reflejaba. Nuestro liderazgo en América Latina era más marcado y ascendente. Incluso, llegamos a acariciar la posibilidad—en caso de continuar esa trayectoria—de acercarnos a Portugal, país que actualmente se sitúa alrededor del promedio entre los países de la OCDE.
La pregunta sobre las causas de aquel cambio de trayectoria, para pasar primero a una línea plana y luego descendente, incluso antes de la pandemia, suscita encontradas explicaciones.
La respuesta que niega valor a cualquiera medición referida al desempeño y los resultados del aprendizaje es la más sorprendente, pues hace desaparecer el problema y sus causas desechando el diagnóstico. Sobre todo, rechaza aquellas mediciones que pueden utilizarse para hacer comparaciones entre países, grupos socioeconómicos, de género y de poblaciones nativas y migrantes, o bien que se prestan para elaborar rankings o tablas de posiciones. Estos serían meros fetiches competitivos cuyo uso debería evitarse, argumento que suele invocarse también frente al SIMCE.
Por el contrario, la OCDE usa intensamente los resultados de PISA para realizar interesantes y variados análisis. Por ejemplo, para identificar los factores que inciden en el desempeño de los sistemas, colegios y estudiantes; realizar comparaciones entre países y sus trayectorias a lo largo del tiempo; reconocer buenas y malas prácticas y para construir rankings que muestran la evolución de los sistemas escolares. De hecho, PISA se ha convertido en una fuente de primer orden para la investigación educacional a nivel global y los gobiernos hacen uso de sus resultados para diseñar políticas o corregirlas.
Sin duda, PISA sirve también para evaluar políticas y reformas de gran escala, como aquellas impulsadas por el gobierno de la presidenta Bachelet y que quedaron plasmadas en la Ley 20.845 (2015) que regula la admisión de las y los estudiantes, elimina el financiamiento compartido y prohíbe el lucro en establecimientos educacionales que reciben aportes del Estado.
Según sus impulsores, dicha legislación, así como las políticas escolares de aquel gobierno, entre ellas la nueva educación pública que creó los SLEP (2017), debían provocar un cambio histórico de nuestra educación pública suministrada por establecimientos municipales y privados subvencionados. No solo cabía esperar una mejor calidad sino mayor justicia educacional, reducción de las desigualdades y la segmentación, y un fortalecimiento de la enseñanza estatal desmunicipalizada.
El SIMCE a nivel nacional y la prueba PISA a nivel internacional, junto con una cuantiosa evidencia proveniente de estudios académicos, reportes de organismos públicos, experiencia de los actores involucrados, declaraciones de padres y apoderados, testimonios de maestros y estudiantes, muestran que ninguna de esas expectativas ha sido satisfecha.
Por el contrario, los datos disponibles ponen a la vista un retroceso en los logros de aprendizaje y una mantención de los niveles de desigualdad. La nueva educación pública estatal, radicada en los SLEP, se ha convertido en el símbolo de un diseño mal concebido e implementado. El ministerio de educación aparece sobrepasado por las dificultades y retos de un sistema en retroceso. El deseo de introducir un nuevo paradigma de políticas ha fracasado. La opinión pública encuestada se manifiesta escéptica frente a cualquiera promesa de mejoría y converge con la corriente del conformismo pasivo.
A partir de mañana, instalado ya en un clima posplebiscitario, el país deberá hacerse cargo de este cuadro calamitoso. Y enfrentar, con realismo, el hecho que el sistema escolar retrocede, justo cuando su contribución se vuelve más y más necesaria.
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