La derrota del A Favor
Diciembre 18, 2023

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El triunfo del En Contra debe leerse, ante todo, como una derrota del A Favor. La expectativa de los medios, de la clase ilustrada y bien informada y de una mayoría de los analistas era que ganaría la última opción.

De hecho, la oposición había logrado transmitir durante los últimos días una confianza en aumento respecto de su victoria. Todos los astros parecían estar alineándose A Favor, se decía. Incluso el jueves pasado fue calificado como un día horribilis, apuntando a una explosión de elementos que, se suponía, fortalecían el clima del A Favor.

Léase: un indultado por el Presidente Boric aparecía comprometido en un confuso delito; la detención de los protagonistas principales de la corrupción en el caso de la Fundación Democracia Viva en Antofagasta; los rumores in crescendo de una crisis de gabinete; el gobierno en silencio y arrinconado; la amenaza de un colapso de nuestro sistema de salud y, encima de todo, los ecos propagados por las medidas de Milei. Estos venían a reforzar las aspiraciones de nuestra derecha doméstica, convencida anticipadamente de tener al alcance de su mano una Constitución libertaria-conservadora, securitaria y de protección de un orden fuertemente amarrado.

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Esa proyección victoriosa, imbuida de espíritu Republicano, tácitamente endilgada contra el gobierno Boric y las izquierdas, debía consagrar un cuadro de hegemonía de derechas. En efecto, la oposición apostaba a que la victoria del A Favor vendría a culminar la acumulación de fuerza electoral iniciada con el “gran rechazo” del 4-S y que luego avanzó arrolladoramente (en apariencia) con la elección de consejeros constitucionales del 7-M pasado.

Ayer esa tendencia ascendente debía encontrar un cauce todavía mayor con el triunfo del A Favor, abriendo las compuertas para una poderosa corriente que llevaría a Kast al gobierno en dos años y, a las derechas, a coronar su hegemonía desplegando la nueva Constitución del 17-D de 2023.

De hecho, esa carrera ascendente de las derechas encabezadas por Kast y Republicanos alimentó el sueño de una Constitución “propia”, en la tradición de Jaime Guzmán y la Constitución de 1980. Esa fue la razón por la cual la oposición desechó la propuesta constitucional consensuada por los expertos y la transformó en un diseño identitario de derechas, buscando imponer su visión de mundo, sus valores y su modelo de desarrollo.

Esa ambición y el giro que introdujeron Kast y Silva para arribar a una Carta Fundamental que resultara “cómoda” para los poderes establecidos -fácticos y de jure, de la inversión y la alta cultura, de los valores conservadores y las creencias neoliberales- fueron ampliamente rechazados ayer. Igual como antes la ciudadanía había rechazado la propuesta de la izquierda octubrista, compartida en esa ocasión por el gobierno de Boric, que allí perdió definitivamente el rumbo, su programa y su utopía de una refundación nacional.

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¿Significa todo lo anterior que las derechas han sido aventadas del escenario?

No, no es así. Republicanos, Kast y su grupo han experimentado indudablemente una derrota. Junto a los partidos de Chile Vamos, que se hicieron parte tempranamente de esta derrota al abandonar su autonomía y poder en favor de la conducción republicana.

Sin embargo, la propuesta de las derechas obtuvo, a pesar de todo, y lo extremo de su apuesta identitaria, un 44% de las preferenciasSe mantienen pues como una alternativa poderosa, acompañada de sus cuantiosos recursos materiales, sociales, empresariales, en las comunicaciones y la cultura.

Además, debe decirse, el resultado de ayer deja en pie, ahora fortalecida y con mayor legitimidad, la Constitución de 1980 transformada y democratizada por la Concertación y suscrita en 2005 por el Presidente Lagos.

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Por eso mismo, las fuerzas del En Contra -donde confluyen las izquierdas, la DC, los disidentes republicanos de talante libertario y los votantes alienados del sistema o que repudian la política y a los políticos- no aparecen celebrando eufóricamente un triunfo. No lo conquistaron.

En realidad, dichas fuerzas no poseen coherencia interna, carecen de liderazgo, no movilizaron una alternativa y terminan, al final del día, por ratificar una Constitución que la mayoría de ellas siente ajena. En efecto, a lo menos a las izquierdas, esta Constitución les parecía, hasta muy recientemente, tramposa, pinochetista, no-democrática, excluyente y marcada por una radical ilegitimidad de origen. Ahora deberán avanzar, necesariamente, hacia nueva percepción de dicha Carta.

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De modo que el plebiscito de ayer no tiene, en verdad, ganadores. Su resultado fue uno de derrotas; ante todo, según vimos, de las derechas, Kast y los Republicanos, Chile Vamos y de los grupos y personalidades de centro que las acompañaron.

En seguida fue una derrota, además, de la clase política -en cuanto agrupamiento de élites- encargada de la gobernabilidad del país. Su prolongado y polarizado intento por imponer, cada uno de sus extremos más radicalizados ideológicamente, una Constitución que favoreciera sus antagónicas, y a ratos enajenadas, visiones de país, ha fracasado rotundamente.

La principal consecuencia de esa confrontación, y de la inefectividad de la clase política, es que continuará la debilitada gobernabilidad del país. Y podrían crecer la anti política, las corrientes inorgánicas, anarcocapitalistas (libertarias) y anarco-destituyentes (de izquierdas), abriendo las puertas a soluciones populistas, autoritarias, de caudillos y redes sociales, de ideologías identitarias y discursos rupturistas.

No es este, por lo mismo, un buen momento para el país.

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Efectivamente, el gobierno estaba débil ayer y volverá a estarlo hoy.  Las dos coaliciones oficialistas no logran actuar coherentemente y con efectividad política y de gestión. Está sobrepasado por retos de gran magnitud en seguridad, salud, crecimiento, previsión, educación y en cuanto a las limitadas capacidades de actuación del Estado.

La oposición ha recibido ayer una derrota significativa y, como ha quedado más claro ahora, carece de un proyecto y visión de país que suscite una amplia mayoría. Sus liderazgos salen debilitados, especialmente el de Kast y Republicanos. Sus voceros intelectuales y académicos resultaron escaldados. Sus redes de poder están intactas, pero deberán reconsiderar su estrategia de constante hostigamiento al gobierno.

La comunidad imaginada por las derechas y plasmada en su propuesta de Constitución queda profundamente cuestionada en aspectos centrales: los mercados como motor de la sociedad a través de la “libre elección”, el Estado subsidiario pero sobrecargado de nuevos organismos, los límites a los derechos de la autonomía moral, la idea de una democracia protegida frente a supuestos excesos populares, la destemplada recusación de las contribuciones, etc.

El país en su conjunto sufre una difundida sensación de estancamiento y falta de horizontes de futuro. Efectivamente, el crecimiento que dinamiza a las sociedades y su economía está estancado; los grandes sistemas de servicio social se hallan cuestionados y entrabados; el modelo de desarrollo parece agotado, pero no se avizoran inversiones y capacidades de innovación; las instituciones políticas se hallan dominadas por fuerzas centrífugas y lógicas de fragmentación.

Cerrado pues el largo “momento constitucional” que se arrastra desde el 15-N, volverán a instalarse en la agenda pública precisamente esos problemas, fallas, debilidades, frustraciones y múltiples demandas. La clase política, a su vez, volverá a ser interpelada y estará expuesta al escrutinio de la gente, la misma que en dos ocasiones sucesivas le ha dado un portazo. ¿Podrá finalmente ponerse a la altura?  Esa es la cuestión decisiva.

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