Medio ambiente educacional
”La educación imprevista o aleatoria es la más directamente afectada por el deterioro del clima social, el estancamiento de la economía, la crispación de la política, el pesimismo y cinismo culturales y los movimientos identitarios. En su conjunto, estos fenómenos generan circunstancias hostiles para aquel aprendizaje que se obtiene espontáneamente del contacto con los otros y de participar en la sociedad”.
Así como hay un clima escolar propicio para el aprendizaje, con disciplina, dispuesto curricularmente, con profesores profesionalizados y estudiantes motivados, debe haber también un clima social que favorezca los procesos educativos no formales, informales e imprevistos. Pero hoy este se halla deteriorado.
La idea de que lo humano consiste en un proceso de educación permanente viene, a lo menos, desde el siglo XVII. Comenius, el gran educador moravo, concibe la vida como un aprendizaje constante, desde el nacimiento hasta la escuela de preparación para la muerte. Esta idea adquiere plena vigencia a fines del siglo pasado cuando la Unesco proclama cuatro pilares de la educación: aprender a conocer, a hacer, a ser y a convivir. Sobre ellos se sostienen las nociones de sociedades que aprenden continuamente, de economías basadas en el conocimiento y de habilidades del siglo XXI.
Esta visión se conjuga asimismo con la cuádruple distinción entre educación formal (aquella provista —bajo el cuidado del Estado— por el sistema escolar y la educación superior); educación no-formal (planeada y organizada pero desarrollada fuera de dicho sistema por organismos de la sociedad civil); educación informal (deliberada pero no institucionalizada, por ejemplo, al interior de la familia o en el mundo del trabajo), y educación imprevista o aleatoria (no deliberada ni buscada pero que ocurre de manera espontánea a través del quehacer cotidiano).
Últimamente, la educación informal y la imprevista adquieren especial importancia para los pilares del aprender a ser y a convivir, debido al enorme impacto de los medios de comunicación, de las redes sociales y del mundo de los signos. Vivimos más años y estamos más expuestos a un entorno de imágenes, símbolos y datos.
Similarmente, el aprender a conocer y a hacer (know how) depende cada vez más de procesos de educación no-formal, informal e imprevista que ocurren a lo largo de la vida. A su vez, estos procesos se ven potenciados por internet y la inteligencia artificial, adquiriendo múltiples plataformas de apoyo y utilizando centenares de nuevas aplicaciones.
No significa que la sociedad se vuelve una escuela sino que se transforma en un lugar donde, según la famosa frase de Comenius, es posible enseñar todo a todos, a lo largo de la vida. Para esto se requiere un entorno adecuado. Igual como hay un clima escolar propicio para el aprendizaje —disciplinado, dispuesto curricularmente, con profesores profesionalizados y estudiantes motivados— debe haber también un clima social que favorezca los procesos educativos no formales, informales e imprevistos.
Hoy, en cambio, nuestro medio ambiente social se halla francamente deteriorado. No necesito explicarlo. Reinan la crispación, el miedo, la desconfianza y la anomia. Se producen desbordes, irracionalismos, elusiones, agresiones y abusos. Todo esto ocurre, primero que todo, en el orden real, presencial y físico de la cotidianidad. Y, enseguida, se reproduce y amplifica a través de los medios de comunicación y las redes sociales, convertidos en una verdadera cámara de resonancia.
En este ambiente debemos aprender a ser, a saber hacer, a convivir y a conocer como ciudadanos. De la escuela se espera que contribuya con las bases cognitivas y con ciertas habilidades de ciudadanía. Pero lo más importante debería aportarlo la educación no-escolarizada; esto es, el compromiso, la comprensión y las virtudes democráticas. ¿Es posible una buena educación ciudadana en tales circunstancias?
Difícilmente. El clima social en que se desenvuelve dicha educación es hostil. Dentro de los establecimientos hay una tensa atmósfera de frustraciones y microviolencias. En su entorno y en la esfera pública, interminables querellas de fracciones y partidos, debates inconducentes, problemas que se arrastran sin resolverse, descuido de las formas, oportunismo y nihilismo, elusión de las instituciones, confusión ideológica, volubilidad de las masas, liderazgos débiles y el espectáculo que reduce la polis a un parque de entretención.
La sociedad, en las diferentes modalidades de la educación, empobrece así su potencial de aprendizaje en torno a los cuatro pilares: conocer, hacer, ser y convivir.
La educación formal, que durante la etapa temprana de infantes (junto a la familia) y luego durante el ciclo obligatorio K-12, es esencial para el desarrollo de las capacidades humanas más decisivas y para la integración de la sociedad, se halla estructuralmente estancada y coyunturalmente dañada por la pandemia. De hecho, desde hace más de una década no muestra progresos. Vive una prolongada crisis sin mejora de calidad, reproducción de brechas, estancamiento de resultados, desprofesionalización docente y desarreglos institucionales y de gestión.
La educación no-formal, del estilo scout, parroquias, clubes deportivos, centros comunitarios, juventudes políticas, organismos de la sociedad civil, etc., se encuentra disminuida por las propias transformaciones de la sociedad: desarticulación de la familia, deshilachamiento del tejido comunitario, secularización, individuación, debilitamiento del asociacionismo y anomia. Al mismo tiempo se observa una proliferación de movimientos identitarios que se plantean en una frontal lucha cultural, dando lugar a procesos sectarios de aprendizaje.
Cierta educación informal —deliberada pero no institucional— es la única que prospera en el actual cuadro, acompañando la individuación de la sociedad. De ahí el auge de la literatura de autoayuda y la verdadera explosión de prácticas de auto-aprendizaje y autocultivo, en variadas esferas de la vida cotidiana. Por ejemplo, diferentes formas de saber-hacer, usos de información, comunicación de sí mismo (el narcisismo de las redes sociales), manejo de la propia identidad en la micro-esfera pública y el cuidado (metafóricamente hablando) del propio jardín.
Por último, como vimos, la educación imprevista o aleatoria es la más directamente afectada por el deterioro del clima social, el estancamiento de la economía, la crispación de la política, el pesimismo y cinismo culturales y los movimientos identitarios. En su conjunto, estos fenómenos generan circunstancias hostiles para aquel aprendizaje que se obtiene espontáneamente del contacto con los otros y de participar en la sociedad.
Al final, la educación a lo largo de la vida viene dada, antes que todo, por el medio ambiente social y la calidad de las oportunidades y experiencias que ofrece a las personas en las diferentes etapas de su desarrollo. Una sociedad detenida, con grandes desajustes y escasa capacidad de compartir metas, lo más seguro es que no puede proporcionar una buena educación.
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