Cambiar para cambiar Parte 1: La producción científica argentina decae
Mario Albornoz, viernes, 23 de junio de 2023
“Si queremos que todo siga como está -decía el joven Tancredi en Il Gattopardo de Lampedusa- necesitamos que todo cambie”. En resumen, cambiar para que nada cambie. En este texto reflexionaré sobre el gatopardismo y sus consecuencias negativas para el desarrollo del país, aunque me limitaré a focalizar mi análisis sobre la política científica y tecnológica. Es necesario que haya cambios reales: cambiar para cambiar y no lo contrario. El modelo no va más, y es curioso que muchos investigadores, como lo señalé en una entrada anterior, no se hayan percatado de ello.
Como señala acertadamente Lucas Luchilo, el “modelo Barañao”, que acentuó tendencias que ya venían de lejos, hoy está agotado. Entre las evidencias de agotamiento señala su escasa dinámica innovativa, la imposibilidad de financiar la expansión y la burocratización de la profesión académica. El modelo dotó de infraestructuras, equipamiento y recursos suficientes a algunos grupos prestigiosos, pero permitió un crecimiento desmedido del CONICET, concentrando en él funciones que podrían ser mejor cubiertas por otros organismos. Es preciso establecer con claridad que la política de ciencia y tecnología es mucho más que una “política para los investigadores”. Forma parte de una política global que ofrezca al país un rumbo de desarrollo equitativo y sostenible ambientalmente. De lo que se trata es de crear las condiciones para que los resultados de las investigaciones, como así también la adaptación de conocimientos generados fuera del país se traduzcan en impulsos a la innovación. Por eso, los protagonistas de las experiencias de creación, difusión, adaptación y aplicación de conocimientos son muy diversos: obviamente, los investigadores, pero también los tecnólogos, los gestores y los empresarios, entre otros.
La ciencia y la tecnología son transversales a todos los ámbitos de acción del estado. En una organización matricial, las políticas públicas orientadas a problemas como la educación, salud, producción, comunicaciones y ambiente, entre otros, merecen ser atendidas por ministerios u órganos equivalentes. Pero las políticas de ciencia y tecnología son transversales a la mayoría de las políticas públicas, por lo cual los problemas a resolver requieren la interacción en todos los niveles. Es por eso por lo que la forma institucional del órgano estatal que las impulse debe ser también transversal y flexible. Esto no parece requerir necesariamente la conformación de un ministerio dedicado exclusivamente a la comunidad científica. Hay que discutir la forma más adecuada y cómo se produciría la gobernanza de la nueva estructura institucional, pero ese es un tema que reservo para un texto próximo.
El problema que me propongo abordar es de tal amplitud que me veo obligado a hacerlo en varias entregas, comenzando en este caso por la producción de la ciencia académica y su retroceso relativo frente a otros países latinoamericanos que ya superan la producción media de los investigadores argentinos. Agradezco la colaboración de Rodolfo Barrere, coordinador de la RICYT y del Observatorio de la OEI, en los análisis de los que doy cuenta en los textos que siguen.
¿Un derrumbe de la ciencia argentina?
Luis Quesada Allué, profesor de la Facultad de Ciencia Exactas de la UBA, investigador del CONICET y Jefe de Laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular del Desarrollo de la Fundación Leloir ha dado a conocer mediante un tweet el borrador de un estudio sobre las publicaciones argentinas en SCIMAGO (SCOPUS) en el que se refiere al “derrumbe de la ciencia y la tecnología argentina”. Por mi parte quizás no sería tan enfático, pero lo cierto es que usando la misma fuente y datos de SCOPUS para el decenio 2011 – 2020, se observa que de los cinco países latinoamericanos con mayor producción científica, Argentina es el que publica menos artículos en revistas registradas en bases de datos internacionales. Esto no era así en un pasado relativamente reciente. ¿Cuál es la explicación?
Soy consciente de que hay quienes objetan las mediciones bibliométricas basadas en publicaciones internacionales, como las que registran SCOPUS o el Science Citation Index a través de la Web of Science, por considerarlas como expresión de una agenda exógena y, por lo tanto, ajenas a las problemáticas locales. Más allá, incluso, de algunas visiones conspirativas, lo cierto es que la comunicación de los resultados de las investigaciones científicas admite diversas vías, destinadas a distintos públicos. Todas ellas deben ser respetadas y alentadas. En esta paleta de alternativas, las bases de datos internacionales reflejan lo que algunos denominan como la “corriente principal” de la ciencia. La participación en redes y proyectos internacionales conlleva la necesaria publicación en revistas internacionales y las bases de datos que así se generan son una fuente de conocimiento utilizable para abordar problemas locales. Permiten además realizar comparaciones internacionales por disciplinas o áreas problemáticas. La pandemia mostró hasta tal punto la utilidad de ciertas publicaciones para validar conocimientos, que hasta los medios públicos de comunicación se hicieron eco de los artículos publicados en The Lancet, por ejemplo.
Dicho esto, de acuerdo con los datos de SCOPUS, en valores totales de artículos científicos, el primer lugar le corresponde a Brasil, lo cual es obvio, debido a su tamaño, con casi noventa y cinco mil artículos en 2020, seguido por México con más de treinta y un mil, Chile con más de dieciocho mil y finalmente Argentina y Colombia empatando en dieciséis mil, con una diferencia menor a favor de Argentina. Esta pequeña diferencia, de unas doscientas publicaciones, se licuó al año siguiente (dato no incorporado a la tabla) pasando Colombia a estar por delante. Diez años antes (2011), sin embargo, Argentina superaba ampliamente el número de publicaciones de Chile y Colombia, por lo que la trayectoria seguida por estos cinco países muestra claramente el desempeño inferior de los investigadores argentinos en este rubro. En resumen, durante el decenio la producción de artículos de Colombia prácticamente se triplicó, la de Chile creció un doscientos treintaicinco por ciento, la de México más de un ochenta por ciento, la de Brasil un setenta y tres por ciento, mientras que la de Argentina creció, sí, pero tan solo un cuarenta y tres por ciento. Eso es lo que se grafica en el Gráfico 1.
Gráfico 1: Número de publicaciones registradas en SCOPUS
Fuente SCOPUS procesado por RICYT
Buscando explicaciones a la menor tasa de publicaciones de los investigadores argentinos, el primer intento es correlacionar las curvas de producto con las de insumos que, siguiendo el Manual de Frascati, son la inversión y el número de investigadores.
Inversión. Una primera aproximación no arroja una luz nítida, ya que a excepción de México, que desde 2016, en PPC, y desde 2015 en dólares corrientes viene registrando una disminución pronunciada de lo que invierte en I+D, los otros cuatro países tiene comportamientos previsibles.
Argentina y Brasil tuvieron una evolución similar entre los extremos del decenio 2011 – 2020, durante el cual los dos países crecieron un 9% aunque, claro está, sobre una base diferente. Por eso Argentina pasó de cuatro mil quinientos millones de dólares PPC en 2011 a cuatro mil novecientos en 2020; en cambio Brasil, que había empezado el mismo período con casi treinta y cuatro mil millones se aproximó a los treinta y siete mil millones de dólares PPC en 2020. Por su parte, Colombia aumentó un 27% su inversión a lo largo del decenio y Chile lo hizo en un 31%. Es decir, que en estos dos países el aumento del número de publicaciones tuvo un crecimiento pronunciado que también puede ser visto en la curva de la inversión. La anomalía en este caso es México, ya que su producción de artículos aumentó pero la inversión en I+D se contrajo un 20%.
En resumen, esta explicación no es completamente satisfactoria ya que, a excepción de Chile y Colombia no se percibe en todos los países una clara correlación entre la inversión y el número de publicaciones.
Si estos valores no nos han dado la explicación satisfactoria, ésta quizás surja de la correlación con el otro indicador de insumo, es decir, el número de investigadores.
Investigadores. A primera vista, los valores a 2020, medidos en personas físicas (no en equivalencia a jornada completa) son parecidos a los que podría esperarse. El mayor contingente corresponde a Brasil con más de cuatrocientos cincuenta mil investigadores, seguido por Argentina con algo más de noventa mil y México con sesenta y dos mil. Les siguen Colombia (veintiún mil) y Chile (quince mil setecientos), con la particularidad de que estos dos países invirtieron su orden en el decenio, ya que en 2011 Chile superaba claramente a Colombia.
Argentina, cuyo número de investigadores es el segundo después de Brasil, es el que tiene un mayor número de investigadores con relación a la población económicamente activa (PEA). Con más de cinco investigadores cada mil personas de la PEA, Argentina supera los cuatro de Brasil y muy ampliamente a los otros tres (Chile con menos de dos, Colombia con menos de uno y México con poco más de uno). Llama la atención que pese a la amplitud de la base científica argentina, los cuatro países hayan logrado una tasa de publicaciones en revistas internacionales más altas que Argentina. A lo largo del decenio Argentina aumentó su número de investigadores un 17%, en tanto que Brasil lo hacía en un 84% y Chile casi un 68%. El dato que salta a la vista es que Colombia prácticamente triplicó su base de investigadores. México, en cambio, crecía menos: un 10% ente puntas.
En resumen, esta segunda variable tampoco explica suficientemente la evolución de las publicaciones en cada país; particularmente en el caso de Argentina y México.
Publicaciones por investigador. Otra aproximación a la productividad es comparar el número de publicaciones con el de investigadores. En el caso de Argentina, registró en 2020 un promedio de dieciocho artículos por cada cien investigadores. Un valor parecido, aunque algo superior (veinte artículos cada cien investigadores), registró Brasil. A partir de allí, los número crecen: cincuenta artículos cada cien investigadores en el caso de México, ochenta en el de Colombia y ciento diecisiete en Chile. Claramente, la productividad per cápita es mucho más elevada en los países más pequeños. Pero por otra parte, llaman la atención una vez más los valores de México, dado que el crecimiento del número de sus investigadores fue el más bajo de este conjunto de países.
Inversión por investigador. Cruzando ambas variables de insumos, se encuentra algún sendero para la explicación del fenómeno, ya que Argentina es, con mucha diferencia, el país que menos invierte por investigador. En 2020 Brasil invirtió 387.620 dólares PPC, México 234.002, Colombia 90.544, Chile 87.581 y Argentina 54.183, muy por debajo de los otros países. De acuerdo con estos valores, los investigadores argentinos son los que disponen de menos recursos, lo cual debe traducirse en su productividad.
Costo por artículo. Sin embargo, una vez más las explicaciones lineales fallan, ya que si bien Argentina es el país (de estos cinco) que menos invierte por investigador, el indicador de costo por artículo muestra una relación diferente. Cada artículo de autor brasileño costó en 2020 ciento setenta y ocho mil dólares corrientes y cada artículo argentino ciento veintiún mil dólares. Menos costosos son los artículos de autores mexicanos (poco más de cien mil dólares) y definitivamente menos costosos los de Chile (cuarenta y seis mil) y los de Colombia (treinta y dos mil). Es decir que Argentina, siendo el país con menos recursos relativos invierte por artículo científico casi tres veces más dólares que los chilenos, cuatro veces más que los colombianos y un veinte por ciento más que los mexicanos.
Investigadores y autores. Argentina tenía en 2020 algo más de noventa mil investigadores pero no todos ellos eran autores o coautores de artículos registrados en SCOPUS. De hecho, el número de autores de aquel año era de 28.695, es decir, un 32% del total de investigadores. Dicho de otro modo, casi dos tercios de los investigadores argentinos no publicaron o copublicaron ningún artículo registrado en SCOPUS aquel mismo año. Por otra parte, dos tercios de los que sí publicaron (61.702) sólo registraban un artículo en aquel año. Estos datos, que son llamativos, pueden tener distintas explicaciones, ya que no sería lo mismo que el tercio que publicó en 2020 fuera el mismo conjunto de investigadores todos los años, es decir, que se repitieran tanto los que publican como los que no publican. En cambio, si un número importante publicara cada dos años o tres, y no se repitieran los autores, el promedio tendería a dar un numero de autores parecido al de investigadores. Estas hipótesis deben ser verificadas.
Una conclusión provisional
En noviembre de 2017 el Centro REDES realizó un estudio de producción bibliográfica para el MINCYT. Las conclusiones de entonces reconocían el menor crecimiento relativo de la producción científica argentina pero afirmaba que no había una explicación unicausal. Por el contrario, el fenómeno parecía tener varias explicaciones posibles que se combinan.
Un aspecto importante que se señalaba en aquel informe y que no se ha considerado en este texto (lo será en la próxima entrega) es que se verifica una cierta correlación entre la cantidad de revistas nacionales y la cantidad de artículos totales de cada país. El bajo crecimiento de las revistas argentinas indexadas en SCOPUS parece ser un factor muy relevante en la baja tasa de crecimiento de la producción científica del país. Es decir, que la escasez de revistas argentinas indexadas parecía tener un peso significativo en el bajo crecimiento de los artículos nacionales en SCOPUS. Esta idea se refuerza al considerar que Chile y Colombia fueron los países que más crecieron en cantidad de publicaciones y son también los que más publican en español.
Otro aspecto importante que se señalaba en aquel informe era el mayor peso relativo de las ciencias sociales en los países cuyos artículos científicos aumentaron en forma más acentuada. Los dos países que más habían crecido entre 2010 y 2015 eran también los que más publican en revistas de ciencias sociales indexadas en SCOPUS.
Casi seis años después del informe del Centro REDES sigue vigente la idea de que la explicación del hecho de que la producción científica argentina sea inferior a la de otros países latinoamericanos no es lineal sino que expresa un fenómeno multidimensional. Entran en juego aspectos centrales de la política científica imbricados en los diseños institucionales y en los incentivos que se aplican. También entran en juego aspectos culturales: ¿acaso será refractaria en alguna medida la comunidad científica argentina a publicar en las principales revistas internacionales? ¿Prefieren quizás hacerlo en revistas latinoamericanas? Estos aspectos serán analizados en las próximas entradas.
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Cambiar para cambiar. Parte 2. ¡Ah, pero las ciencias sociales…!
Mario Albornoz, viernes, 21 de julio de 2023
En la primera parte de esta mirada sobre la producción científica de los investigadores argentinos veíamos que publican en menor medida que los de otros países latinoamericanos en revistas relevadas en bases de datos internacionales como SCOPUS. Cabe entonces preguntarnos por qué ocurre esto. Una primera respuesta (no azarosa, sino de circulación real en ciertos grupos) es que en realidad publican menos porque prefieren publicar en revistas locales o regionales. ¿Será cierto o se trata de una postura ideológica basada en el supuesto de que es necesario resistir a una ciencia hegemónica e impulsar una ciencia más estrechamente vinculada con necesidades latinoamericanas? Otras respuestas de circulación corriente, vinculadas con el supuesto anterior, se orientan a adjudicar el problema al peso (excesivo o escaso, según la mirada) de las ciencias sociales. Por otro lado, hay quienes creen que el problema se deriva de que los grupos de investigación en Argentina tienen menos cooperación internacional y que esto se refleja en las publicaciones de mayor acceso global. Otra hipótesis es que lo que ocurre es el reflejo de decisiones políticas y de la disposición de los incentivos. Vamos a repasar algunas de estas hipótesis o meras suposiciones.
Publicaciones latinoamericanas por conjuntos de disciplinas
En 2020 la base SCOPUS registró aproximadamente dieciocho mil artículos con autores argentinos. A simple vista se observa que el predominio correspondió a las ciencias físicas, cuyas publicaciones eran el treinta y cinco por ciento del total (5.910). Un conjunto algo menor, que superaba el treinta por ciento, a ciencias de la vida (5.330); casi una cuarta parte a ciencias de la salud (4.061) y apenas el ocho por ciento a ciencias sociales (1.360). Es decir que en Argentina las publicaciones de ciencias sociales constituían un conjunto minoritario.
En rasgos generales se observaba una distribución parecida en los cinco países latinoamericanos de mayor producción científica, aunque con algunas particularidades llamativas. El conjunto de artículos sobre ciencias físicas fue en todos los casos el más numeroso y oscilaba desde el treinta y tres por ciento del total en Brasil hasta el cuarenta y uno por ciento en México. (Gráfico 1). En segundo lugar se alternaban los artículos publicados en revistas identificadas como “ciencias de la salud” y “ciencias de la vida”, variando según cada país. En Argentina, Brasil y México primaban las ciencias de la vida, mientras en Colombia y Chile era más numeroso el conjunto de ciencias de la salud.
Sin embargo, la diferencia más importante estaba dada por las publicaciones de ciencias sociales. Mientras en Argentina las publicaciones de ciencias sociales, como ya señalé, representaban en 2020 un ocho por ciento del total, en Brasil se aproximaban al diez por ciento y en México al once por ciento. Sin embargo, en Colombia alcanzaban algo más del dieciséis por ciento y en Chile el porcentaje llegaba casi al veinte. Eso quiere decir que en esos dos países la ciencias sociales representaban un volumen considerable que puede explicar parte de la exitosa conducta del conjunto de sus publicaciones en SCOPUS.
Gráfico 1. Publicaciones por disciplina 2020
Fuente: Rodolfo Barrere (Observatorio de la OEI) sobre datos elaborados por RICYT.
Participación de las ciencias sociales
Hemos visto algo así como una foto: la del año 2020. Pero si miramos la película y examinamos el período 2010-2020 veremos un panorama sorprendente: el inesperado protagonismo de las ciencias sociales. En efecto, en el primer año de esta serie las ciencias sociales representaban en Argentina el siete por ciento del total de las publicaciones, en tanto que al final del período llegaban a poco más del ocho por ciento (aunque en algunos años alcanzó valores algo más altos, que no sostuvo). Brasil fue un caso parecido, ya que las disciplinas sociales representaban algo menos del ocho por ciento en 2010 pero se aproximaban al diez por ciento en 2020. Diferente fue el caso de México, que arrancó con menos del siete por ciento pero terminó cerca del once. En Colombia el crecimiento fue mayor, ya que partió de un valor cercano al doce por ciento en 2010 hasta superar el dieciséis en 2020, aunque en algunos años de la serie alcanzó valores más altos. Finalmente, en Chile pasaron del trece a casi el veinte por ciento.
Algunas conclusiones preliminares permitirían inferir que el aporte de las ciencias sociales en Colombia y, sobre todo, en Chile influye significativamente en el desempeño exitoso de estos dos países (sobre todo, en comparación con Argentina) en cuanto a publicaciones científicas en SCOPUS. También surge una primera evidencia que remite a la política científica y es que tanto Chile como Colombia promovieron muy activamente la inclusión de revistas científicas locales en SCOPUS. ¿Por qué lo harían? Por una razón muy simple: para alentar al mismo tiempo la difusión destinada a públicos locales e internacionales, así como también para fortalecer las revistas científicas del país. A pesar de ser el tercer país en cantidad de artículos, Argentina es el que menos revistas nacionales tiene en SCOPUS (75). Chile, tratándose de un país más pequeño, con una comunidad científica menos numerosa, tiene casi un 60% más (121).
Pero entonces surgen varias preguntas: si se excluyen las ciencias sociales ¿los investigadores de ciencias “duras” replican las mismas tendencias generales? Y más localmente ¿los investigadores argentinos en ciencias sociales no publican o publican en otro tipo de revistas? Esta última pregunta nos lleva a interrogarnos acerca de cómo es el universo de publicaciones científicas de ciencias sociales en Iberoamérica por fuera de SCOPUS.
¿Realmente restan las sociales?
En total, las publicaciones científicas argentinas registradas en SCOPUS aumentaron más del cincuenta por ciento en el período 2010-2020, pero el conjunto de las de “ciencias físicas” lo hicieron por debajo de tal valor; concretamente, ocho puntos menos que conjunto total. También crecieron cuatro por ciento menos que el total los artículos de “ciencias de la vida”, aunque aumentaron un diez por ciento por encima de la media las de “ciencias de la salud”. La sorpresa es que las ciencias sociales, a pesar de ser un grupo pequeño, aumentaron entre 2010 y 2020 nada menos que un ochenta y uno ciento (753 a 1.360), es decir, veinticinco puntos más que el promedio total. Dicho de otro modo, las ciencias sociales no fueron un lastre, sino que contribuyeron, aunque levemente debido a su menor volumen, a mejorar el resultado del conjunto.
En Brasil, el fenómeno fue aún más acentuado ya que las publicaciones del país aumentaron casi el noventa por ciento en el período. La ciencias físicas y las de la salud crecieron menos entre las puntas de la serie (nueve y trece por ciento, respectivamente). Aumentaron, en cambio, las publicaciones correspondientes a ciencias de la vida, pero una vez más la sorpresa la dieron las ciencias sociales, cuyas publicaciones pasaron de 3.962 en 2010, a 9.275 en 2020, lo que equivale a un crecimiento de ciento treinta y cuatro por ciento; muy por encima de la media de aumento de las publicaciones del país. Tampoco en este caso las publicaciones de ciencias sociales fueron una carga negativa para la producción científica del país, si se la mide en artículos registrados en SCOPUS.
En Chile los resultados que se observan son más acentuados, comenzando por el aumento del número total de sus publicaciones en SCOPUS, que en 2020 duplicaron una vez y media el valor de 2010. Si se discrimina por grupos disciplinarios, se observa que la cantidad de artículos en ciencias físicas y de la vida creció mucho menos que el total, aunque los de ciencias de la salud aumentaron casi un veinte por ciento por encima de la media del conjunto. Lo notable es que las ciencias sociales casi triplicaron el número de sus artículos, con lo que dieron un salto de ciento veinte por ciento por encima de la media, lo que confirma que parte del buen resultado del conjunto de la ciencia chilena se debe al aporte de estas disciplinas. Lo mismo ocurrió con las publicaciones colombianas en ciencias sociales, que casi se cuadruplicaron entre los extremos del período, muy por encima de la media del total de las publicaciones colombianas. Finalmente, México no se apartó demasiado de los restantes países, ya el conjunto de sus publicaciones se duplicaron, las de ciencias físicas crecieron mucho menos, en tanto que las restantes disciplinas avanzaron, pero una vez más la sorpresa proviene del conjunto de las ciencias sociales, que prácticamente se triplicaron (1.117 artículos en 2010 y 3.328 en 2020). También en este caso, a pesar de tratarse de una participación menor, el vigor de las ciencias sociales se expresa en una tasa de crecimiento mucho más alta que en el resto de las disciplinas.
Se suele señalar que la producción académica en las ciencias sociales tiene rasgos diferentes a la de ciencias exactas y naturales, ya que en estas últimas predominan los artículos en revistas globales editadas en inglés, mientras que en las primeras tiene más importancia publicar en las lenguas nacionales y editar libros o capítulos de libros. Algunos autores afirman que existe una dificultad adicional en el caso de América Latina, dado que las revistas de ciencias sociales no estarían suficientemente representadas en las bases de datos internacionales, como SCOPUS. Ya hemos visto que esto es parcialmente erróneo o se está modificando muy rápidamente, ya que en los casos que hemos examinado las publicaciones de ciencias sociales aumentan más que las restantes disciplinas.
¿Hay vida fuera de SCOPUS?
Es interesante revisar la validez de la suposición de que las bases de datos internacionales como SCOPUS o Web of Science (WOS) no son representativas de la producción regional en ciencias sociales. ¿Cómo explorar esa tierra ignota que no ha sido descubierta (u oprimida, según el tipo de lectura) por las bases de alcance mundial? Hay fuentes para analizar esta dimensión en lo que respecta a la producción latinoamericana: por ejemplo, Scielo, Latindex, Redalyc y otras bases de datos de carácter regional. Se trata de un conjunto heterogéneo que no está suficientemente normalizado para ciertos análisis, pero que permite una aproximación a este universo no suficientemente explorado.
En tal sentido, es muy destacado el trabajo realizado por el Proyecto OLIVA del CECIC de la Universidad Nacional de Cuyo que, con apoyo de la RICYT y el Observatorio de la OEI logró consolidar los registros de Scielo y Redalyc, construyendo una única base de datos compuesta por 884.265 artículos publicados en 1999 revistas iberoamericanas indexadas en SCieLO y Redalyc hasta mediados de 2019 (aunque se analizó sobre todo el período 2010-2017). Es interesante señalar que el 41% de estas revistas está indexada también por SCOPUS. Se trata de un grado de cobertura bastante alto que relativiza las expresiones de escasa representatividad. En el caso de España el valor es sensiblemente más alto (68%). En cuanto a América Latina se destaca el caso de Chile, dado que el 61% de las revistas chilenas de la base OLIVA están también en SCOPUS y Brasil porque la mitad de sus revistas están indexadas en ambas bases. En cambio, tan solo el 28% de las revistas de Argentina en la base OLIVA están también en SCOPUS. Esto permite afirmar que si bien hay vida fuera de SCOPUS, esta base cubre una parte muy representativa de la producción científica latinoamericana. Sin embargo, el diferente grado de cobertura en países como Chile y Brasil (por no tomar en consideración el dato de España), por un lado, y Argentina, por otro, pone de relieve aspectos que tienen que ver con la cultura de la comunidad científica de ciencias sociales y también con prioridades políticas e instrumentación de incentivos a la publicación en medios de ámbito global. Un dato que puede resultar sorprendente (Gráfico 2) es que hay más artículos de autores latinoamericanos en SCOPUS o la Web of Science que en OLIVA u otras bases regionales.
Gráfico 2. Artículos de autores latinoamericanos por base de datos (2010-2017)
Fuente: Papeles del Observatorio N° 23 con base en OLIVA y RICYT
Otros factores
Se han señalado otras posibles causas al fenómeno de la baja producción relativa de artículos científicos en bases de datos internacionales por parte del los autores argentinos. No es fácil, sin embargo, establecer una correlación directa entre las tendencias a la cooperación internacional frente a la producción de artículos registrados en bases de datos globales. La cooperación internacional encuentra canales institucionalizados y no institucionalizados. Entre los primeros se cuentan los acuerdos entre agencias financiadoras, universidades y programas impulsados por organismos supranacionales como la Unión Europea. Entre los segundos se abre un amplio espacio que se nutre de relaciones interpersonales y redes de distinto tipo y amplitud, derivadas generalmente de la colaboración entre colegas. Según un estudio realizado por el Observatorio de la OEI en 2017, en Argentina el 44% de los artículos tenían coautores extranjeros, lo cual expresa un razonable esfuerzo de cooperación internacional y de integración de la comunidad científica argentina en el escenario de la ciencia mundial. Chile, sin embargo, estaba muy por encima de ese valor, ya que el 55% de sus artículos científicos eran en coautoría con extranjeros, lo cual puede ser muy bien atribuido a los incentivos de una política científica que tiende a la adopción de estándares internacionales. Brasil, en cambio, tenía una tasa de coautoría extranjera por debajo con el 35%. El informe destacaba la importancia de la interlocución propia de cada comunidad científica que, en el caso de Brasil, la gran dimensión de su comunidad científica le permitía priorizar la difusión de los resultados de la investigación entre un público científico local.
En cuanto al idioma, Chile y Colombia, los países que más crecieron en cantidad de publicaciones son también los que más publican en español (24% y 30%). Estos valores son congruentes con el desempeño de sus ciencias sociales. Argentina y México lo hacen en un 17%. Brasil publica un 20% en portugués. El estudio del Observatorio incluía una encuesta a investigadores latinoamericanos que publicaban en bases de datos internacionales. De acuerdo con los datos de aquella encuesta, el idioma no resultó ser un impedimento significativo. En cambio, el 75% de los autores argentinos destacó el costo de la publicación en revistas indexadas como una barrera muy importante. Al respecto, vale señalar que en Chile hay incentivos monetarios específicos a la publicación cash-for-publication y eso influye en la productividad de manera directa.
En este recorrido surge la evidencia de que acusáis a la ciencias sociales sin razón… de ser un lastre para el desempeño global de las publicaciones científicas latinoamericanas, ya que su presencia en SCOPUS es de menor dimensión pero su tendencia al crecimiento es más acentuada que la de otras disciplinas. Si los demás factores señalados son poco relevantes, resta examinar cuál es la influencia de los aspectos culturales y las cuestiones institucionales y operativas. Sobre estas dimensiones propias de la política científica trataremos de indagar en el tercer episodio de esta saga.
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