Educación: el riesgo de la pureza
Manuel Gil Antón
Enorme lección: si alguien se aprecia puro, seguidor a pie juntillas de una verdad incuestionable, considera toda pregunta, duda o crítica que se le haga, como amenaza.
La literatura, si es buena, suele darnos claves con las que entender la vida en el terreno del transcurrir individual o el colectivo. Para lo que acontece en la educación en México, un fragmento de “El nombre de la rosa”, de Humberto Eco, es un ejemplo.
Guillermo de Baskerville es el fraile franciscano encargado de indagar lo que ocurre en un convento donde se han cometido varios crímenes. Le acompaña su discípulo, Adso de Melk.
En un momento de la narración, Guillermo sorprende a Adso, y al lector, pues le dice, reflexivo, que tenga mucho cuidado con la pureza y las personas que creen ser puras. ¿Acaso la pureza no es una virtud? piensa Adso. Con franqueza, el fraile en formación pregunta a su tutor: “¿Qué es lo que más os aterra de la pureza? Y Guillermo responde, seco: “La prisa”.
Enorme lección: si alguien se aprecia puro, seguidor a pie juntillas de una verdad incuestionable, considera toda pregunta, duda o crítica como amenaza; en aras de sostener su dicho descalifica a todo el que difiera y –si tiene poder– se apresura a poner en práctica las consecuencias de su fe.
Eso está ocurriendo en la educación pública en nuestro país. Un grupo de personas que ocupan puestos clave en la SEP, adscritos (a su juicio) a los principios de la pedagogía crítica y seguidores (también conforme a su entendimiento) de Paulo Freire y otros pensadores, han puesto en marcha, de forma a mi juicio atropellada y con premura, una transformación educativa que, por el valor de sus enunciados e intenciones –sobre todo la idea de una educación activa, ahora casi reservada sólo a quienes tienen recursos– merecería el adecuado ritmo de lo bien hecho.
Modifican la estructura curricular y abandonan el esquema de asignaturas aisladas para sustituirlo por una propuesta interdisciplinaria que, con base en proyectos reales, referidos a problemáticas vividas por el alumnado, incorpore a su formación no solo lo que se aprendía en el antiguo modelo, sino más y mejor. Luego de una consulta a modo (aunque, como todo gobierno, afirman que fue “sin precedentes” en su amplitud y validez), consideran que el magisterio y las comunidades la aprueban, y con un año de prueba piloto –sin dar a conocer cómo se realizó ni sus resultados, lo cual es crucial– la pondrán en marcha a partir del 28 de agosto, cuando inicia el último ciclo escolar de esta administración, con sus correspondientes libros de texto.
Colegas que de esto saben, afirman que las propuestas de Freire, entre otras y otros sabios, son superiores a la educación que va de arriba abajo (el que sabe, sabe, y enseña al que nada sabe quien recibe, pasivo, el conocimiento) pues conciben a la educación como camino y ejercicio de la libertad, pero – añaden – su puesta en práctica es compleja y requiere tiempo, paciencia, procesos de planeación curricular muy bien pensados e incluso modificar las aulas; cambios en la formación inicial del personal docente, materiales de enorme calidad que ayuden a sostener una variación tan honda, y espacios de estudio adecuados para la adopción de esta estrategia y su potencial formativo, por parte de las y los profesores en servicio, que eviten que la modificación sea, en otro sentido, pura: es decir, pura apariencia por su apresuramiento sexenal.
No le hace, dirán los impolutos: Arrancamos en un mes. El plan piloto fue estupendo. Toda crítica atenta contra el futuro. Oiga, ¿es posible la pedagogía crítica como política de Estado? ¡Calla! ¡A un lado! ¡Tenemos prisa!
Lo dicho: aterrador.
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