Junio 29, 2023

Logo El MercurioSimce y colegios “desmunicipalizados”

Comparación por resultados del Simce

Señor Director:

Ayer este medio afirmó que los resultados Simce recientemente publicados abren dudas sobre la calidad del nuevo sistema de educación escolar estatal, debido al bajo rendimiento que obtuvieron. Se llega a esta conclusión comparando los cinco mejores puntajes de los establecimientos desmunicipalizados con los mejores puntajes de los municipales y particulares subvencionados.

Esta comparación, sin embargo, es sesgada, toda vez que se comparan establecimientos con índice de vulnerabilidad distintos y rendimientos históricos distintos.

En la medida que la Agencia de la Calidad dé acceso a las bases de datos del Simce podremos comprender mejor los resultados y sacar conclusiones.

Lo que sí han dejado en claro los resultados del Simce es la importancia de medir los aprendizajes. Ello no parece ser tan evidente, pues el actual ministro solicitó el año pasado suspender la aplicación de la prueba.

Sylvia Eyzaguirre
Investigadora Centro de Estudios Públicos;

El agujero negro de la educación chilena

Juan Pablo Cortés, Director Ejecutivo Escuelas del Cariño Secretario Ejecutivo Red Gradúa Chile

El Simce es, si se quiere, la punta del iceberg. La desescolarización entre los mayores de 18 años influye en todas las áreas críticas de la educación actual, incluyendo la deserción escolar –hay una correlación directa entre padres desescolarizados y NNA que abandonan el sistema–, la inasistencia crónica que es el paso previo a abandonar el sistema y que también se encuentra en niveles alarmantes, y, en un plano mucho más permanente, la imposibilidad de reducir las brechas entre los distintos sectores socioeconómicos.


Hace unas semanas, dirigentes políticos y líderes de opinión rasgaron vestiduras con los resultados del Simce. Se habló de un “desastre” que tendrá consecuencias por años y se buscaron responsables de uno y otro sector. También se intentó buscar explicaciones, como que la educación ha disminuido entre las prioridades de la gente por temas más urgentes como la delincuencia; que influyó la tardanza en reabrir los colegios e, incluso, que podrían estar incidiendo elementos como las nuevas tecnologías.

Nadie, sin embargo, mencionó un elemento que está en la base de nuestras falencias educacionales y que es prácticamente transversal, salvo por los sectores socioeconómicos más acomodados: cuatro de cada diez adultos que conviven o son responsables de esos niños, niñas y adolescentes, no terminaron el colegio. Más de cinco millones de jóvenes y adultos, de acuerdo a la última Casen, de los cuales 500 mil son derechamente analfabetos.

El Mineduc prepara planes de reforzamiento de aprendizajes, busca tutores para Chile y otras iniciativas que son muy atendibles, pero no llegan al nervio del problema. ¿Cómo podía un padre o una madre que no terminó su educación escolar ayudar a sus hijos cuando se vieron expuestos a la educación remota en la pandemia? ¿Cómo pueden ayudarlos a revisar sus tareas o resolver dudas frente a una prueba? Y más aún, ¿cómo podrían transmitirles a los niños la importancia de ir al colegio, cuando ellos mismos lo abandonaron?

El Simce es, si se quiere, la punta del iceberg. La desescolarización entre los mayores de 18 años influye en todas las áreas críticas de la educación actual, incluyendo la deserción escolar –hay una correlación directa entre padres desescolarizados y NNA que abandonan el sistema–, la inasistencia crónica que es el paso previo a abandonar el sistema y que también se encuentra en niveles alarmantes, y, en un plano mucho más permanente, la imposibilidad de reducir las brechas entre los distintos sectores socioeconómicos.

En las próximas semanas deberían salir los resultados de la nueva Casen, lo que nos dará una foto actualizada de un fenómeno que en su última edición, en 2017, fue un escándalo y acaparó portadas, pero no cambió nada. Nuestra proyección, lamentablemente, es que en el mejor de los casos esta cifra se mantenga, pero lo más probable es que haya aumentado.

De estos cinco millones de mayores de 18 años que nunca terminaron el colegio –y que, para ser más claros, son el futuro de los niños que hoy están desertando del sistema y luego son olvidados por él–, el país tiene una matrícula anual para menos del 3%, y para quienes nos ocupamos de tratar de educar a ese 3%, el apoyo estatal actual es insuficiente.

Recientemente, las corporaciones que impartimos educación de adultos en distintas modalidades nos agrupamos en la Red Gradúa Chile, para unir fuerzas y tratar de visibilizar esta problemática. Esperamos que los distintos actores del Estado y la sociedad civil podamos trabajar en conjunto en políticas públicas que permitan hacernos cargo de este enorme desafío pendiente.

La educación como instinto del prójimo

Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat , Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín,
La educación es un músculo que sirve para agradecer, para pedir perdón y perdonar, para mirar con amor a la humanidad y cuidar de la naturaleza. La buena educación es un instinto del prójimo.

La educación consiste, primero, en un modo de ser caritativo y gentil con los demás. Educada es una persona que sabe que se debe a los(as) otros(as), sea porque le agradece la vida y la humanidad, sea porque se preocupa de ellos(as), mayores, menores o pares. En segundo lugar, la educación es una tarea, una pedagogía, un empeño por urbanizarnos, por hacernos capaces de convivir con más gente.

¿Cómo estamos? Malón, al debe. Los mayores no sabemos bien qué hacer. Es triste llegar a viejos, pues suele ocurrir que uno(a) no se entiende con los que le siguen. El traspaso de la cultura a las siguientes generaciones siempre se ha dado con una cierta ruptura, y más de alguna vez con ingratitud. Pero nos hallamos en una circunstancia histórica inédita: los factores de orientación cultural están siendo cuestionados radicalmente: la religión y la escuela, por de pronto. ¿Cuestionados por los jóvenes? ¿Por Google? La inteligencia artificial nos puede quitar los controles de la vida tal como la conocemos.

Al fenómeno se le ha llamado anomia: falta de normas. Las manifestaciones pueden ser pintorescas, pero también enervantes. Una niña, durante la clase, sin permiso de nadie, se cambia de ropa. La profesora le llama la atención. La alumna responde de mal modo. Vienen los apoderados. Gritonean a la profesora. La directora del colegio le pide a la profesora que agache el moño, que el ministerio, que los tribunales…

Hay otro tipo de anomia que pone los pelos de punta. Las reglas de la identidad se han vuelto corredizas. En kínder, exagero un poco, se llama al niño y a la niña, y se les dice: “Miren, ustedes pueden decidir ser hombres o mujeres”. Los párvulos se confunden. Muchos padres, madres y educadores en general están indignados.

El desorden entra a las aulas o proviene de ellas. Las ciudades están pintarrajeadas. Groserías, insultos de los peores. Orines. La barbarie vuelve a los estadios. Funas. Linchamientos mediáticos.  Se ha comenzado a manejar con la bocina.

Pero asoman señales positivas. En las estaciones del Metro, tras los torniquetes, el pasajero se encuentra con tres guardias, trajes nuevos, piernas separadas, como diciéndole “se acabó la chacota”. Los directores del Metro hasta ahora han sido los culpables del deterioro del ferrocarril metropolitano, un servicio que fue magnífico. Hace años que la mala educación venía in crescendo. No se encontró nada mejor que echarles la culpa a los viajantes: “Está prohibido comprar o dar limosna…”. ¿Por qué no quitan un par de guitarras? ¿Un micrófono? Requísenlos sin devuelta. En tres días se acabaría el cuento. Dos.

Hay otra señal positiva: la Comisión Experta para la confección de la nueva Constitución. Los políticos de todos los sectores, desde republicanos a comunistas, han conversado como personas civilizadas y, por esta vía, han llegado a un pre-texto que augura una reedición espectacular de la democracia. Lo que tendría que valorarse no es haber estado de acuerdo en todo, sino haberse probado que el diálogo es posible. Este debe considerarse un hito de educación cívica en la historia del país, independientemente del resultado del plebiscito del próximo diciembre.

Seguramente hay más señales positivas. Son pepitas de oro.

¿Las hay en las familias? Seguramente sí. Es sobre todo la familia el lugar donde se forman los mejores sentimientos y actitudes, aunque no siempre. Por lo mismo la escuela es clave. En la familia, en la escuela y en la misma ciudad puede desarrollarse el olfato de la fraternidad. La educación es un músculo que sirve para agradecer, para pedir perdón y perdonar, para mirar con amor a la humanidad y cuidar de la naturaleza. La buena educación es un instinto del prójimo.

 

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