La derecha Republicana y su ideología
El triunfo Republicano del 7-M fue recibido, incluso por los ganadores, con indisimulada sorpresa. Kast lo ratificó: “Sí. En eso hay que ser muy transparente: esto, efectivamente, también nos sorprende a nosotros”. Desde ese día, la prensa y quienes opinan en público se preguntan: ¿qué derecha es la derecha republicana?
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Los columnistas, medios de comunicación y redes sociales compiten en ingenio y por lugares comunes. Ganó la perseverancia, se dijo; fue un plebiscito contra el gobierno (“Chile ha derrotado un gobierno fracasado”); un revés para las ideas de izquierda; una réplica del terremoto político del 4-S; una demostración que el país clama por orden y seguridad; un reconocimiento al liderazgo de Kast; el fin del centro político; un desfondamiento de la ex-Concertación; un cambio de hegemonía dentro del sector (de la derecha); ánimo antiestablishment; un voto contra los viejos partidos; un resucitamiento del carácter chileno; una lápida puesta sobre el espíritu de la revuelta (léase, el octubrismo); un resurgir de valores tradicionales; ganaron las ideas de la libertad; resultados favorables para los activos financieros locales; una reducción de la incertidumbre; una respuesta pro mercado; “hoy los chilenos derrotaron el desgano, la apatía y la indiferencia”; “la derecha más dura queda con el sartén por el mango respecto del proceso constituyente”; ahora [ella] tiene la oportunidad única de guiar al país hacia una sociedad libre y democrática. Y, los más entusiastas, ven ante sí un hito histórico en la vida democrática del país.
Desde las izquierdas, el triunfo electoral de Republicanos fue saludado con una ráfaga de calificativos; ilustres algunos, otros puramente ruidosos. En primerísimo lugar, cómo no, el de fascistas. Y luego variaciones del mismo: fascistoides, proto fascistas, neo fascismo, fachos, fascismo-oligárquico, post fascismo, fascismo posmoderno y fascismo neo liberal, término este último vuelto inofensivo por repetido. Además se usaron los de derecha extrema, radical, ultra, reaccionaria, cavernaria, medieval, oscurantista, religiosa, negacionista, pinochetista, neoliberal, trumpista, bolsonarista, etc.
Asimismo, echando mano al rico vocabulario polémico de las izquierdas y sus lenguajes, se inició de inmediato un esfuerzo de tipificación del fenómeno Republicano. Este sería el eje de un nuevo bloque de poder, una expresión defensiva del gran capital, el producto de un nuevo consenso de Washington (capitalismo nacionalista y de afirmación doméstica), hegemonía del sector financiero, régimen político de supervisión y policía, una expresión especular e invertida del estallido social del 18-O, el germen de un Estado para tiempos de narco capitalismo global, la rebelión del facho pobre, un movimiento bonapartista, una expresión populista (en todo el espectro de este último término: pro, post, ultra, reaccionario, radical, tipo 18 de Brumario, autoritario, putchista, etc.).
Según puede apreciarse, no han faltado a las izquierdas -de cuya cultura formo parte- calificativos a la hora de lamentar su derrota a manos de este nuevo tipo de derecha que ha proliferado como fenómeno global durante las últimas dos décadas. Tan variadas expresiones se ven reflejadas también en el párrafo que al partido Republicano chileno le dedica Wikipedia. Es considerado, señala, remitiendo en cada caso a las correspondientes fuentes, como un partido de extrema derecha, ultraconservador, populista, pinochetista, autoritario, nacionalista, nativista, neoliberal, antifeminista, anticomunista, antiinmigración y antiglobalista.
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Del lado de la academia, el terreno de ideas y metáforas en torno al fenómeno Republicano a nivel mundial se hallaba bien abonado ya antes del triunfo local del 7-M. En efecto, los Republicanos chilenos y su líder Kast se encuentran situados entre las fuerzas ideológicas calificadas como de las nuevas derechas. Por ejemplo, un artículo presentaba a este fenómeno global como un resultado de la crisis de la globalización neoliberal, al interior de la cual se estaría gestando una reacción -de parte de ciertas derechas nacionales- que busca transformar las democracias en un sentido iliberal. Cito a continuación una versión de esta tesis en perspectiva internacional:
“Ese escenario socioeconómico y sociocultural de crisis de la globalización quedó dispuesto para que emprendedores políticos de ultraderecha repolitizaran distintos asuntos en clave reaccionaria y contestataria, canalizando el descontento y desafección frente a la política. Tino Chrupalla en Alemania, Javier Milei en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Donald Trump en Estados Unidos, Nayib Bukele en El Salvador, Santiago Abascal en España, Marine Le Pen en Francia, Boris Johnson en Gran Bretaña, Viktor Orbán en Hungría, Narendra Modi en India, Giorgia Meloni y Matteo Salvini en Italia, Andrzej Duda en Polonia, André Ventura en Portugal, Vladímir Putin en Rusia, Recep Taiyip Erdogan en Turquía y Guido Manini Ríos en Uruguay, son ejemplos del ascenso de estas nuevas derechas que, más allá de sus especificidades nacionales y regionales, forma parte de una tendencia o ciclo global de contestación de la democracia liberal y de su correlato externo, el orden liberal internacional” (Sanahuja, 2023).
Desde otra cátedra se plantea, en paralelo, una versión de análisis cultural del fenómeno de las ultraderechas en perspectiva latinoamericana:
“El internet permite que la ultraderecha latinoamericana diga y haga lo que hubiera sido inimaginable hace tres décadas. Es así como puede al fin darle rienda suelta a su violencia simbólica. Humilla públicamente a mujeres y a homosexuales. En México, a través de Callodehacha, minimiza la violencia contra las mujeres y se burla socarronamente de las feministas y de quienes luchan por igualdad y por justicia. Desde Miami, a través de la hispano-venezolana Yael Farache, exhibe su veneración por Donald Trump, su crueldad hacia los inmigrantes, su racismo hacia la gente de color, su odio hacia la izquierda, su rechazo de la democracia y su desdén hacia otras culturas y religiones.
[…]
El argentino Agustín Laje se lanza contra el feminismo y lo asocia con el incesto y la pedofilia. Su compatriota Nicolás Márquez ataca furiosamente a la izquierda por su promoción del homosexualismo y por sus fantasías igualitarias. El chileno Axel Kaiser alerta sobre los marxistas que tendrían una mente patológica y serían asesinos en potencia. El brasileño Rodrigo Constantino también atribuye un desorden psiquiátrico a los militantes de izquierda y además describe a los pobres y a los negros como bárbaros e inferiores. La guatemalteca Gloria Álvarez atribuye a los indígenas una extraña tendencia a violar y tolerar la violación, descarta cualquier igualitarismo y rechaza los derechos universales a la salud, a la educación y al trabajo” (Pavón-Cuéllar, 2020).
Por último, la academia viene distinguiendo desde finales de la primera década del siglo XXI entre una ultraderecha (far right) radical y otra extrema; aquella situada dentro de los parámetros de una Constitución democrática, aunque oponiéndose a ella y buscando transformarla, esta otra claramente enfrentada a ese marco fundamental, el que busca subvertir y sustituir. Como dice el experto Cas Mudde (2014), en tanto que el extremismo rechaza la democracia en su totalidad, el radicalismo acepta la democracia, aunque rechaza la democracia liberal, esto es, pluralismo y derechos de las minorías.
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Un uso tan amplio y variado como el que se viene haciendo de la nueva derecha, derecha extrema o radical, o derecha alternativa (como en alt-right, designación usada en EE.UU. para un movimiento más o menos heterogéneo de extrema derecha y nacionalista blanco), amenaza con restar cualquier precisión y densidad a esta terminología, igual como sucedió antes con el infinito estiramiento del vocablo neoliberal.
De hecho, dentro de ese vasto territorio de la nueva derecha, quizá el único elemento común entre Trump, Buquele, Meloni, Erdogan, Le Pain, Bolsonaro, Netanyahu, Modi y Orban, sea su inclinación hacia lo que se ha llamado iliberalismo, combinado con una abierta desconfianza en la democracia política y los partidos, régimen del cual estos líderes, sin embargo, forman parte exitosamente en términos electorales.
De ahí en adelante, todos los demás elementos de toma de posiciones ideológicas -v.gr., invocación o condenación de la lucha de clases, actitud frente a las élites o el capitalismo global (Davos), grado y tipo de nacionalismo, rol atribuido a los valores tradicionales, actitud frente a la religión, tolerancia o repudio de la violencia, respeto o no de los DD.HH., creencia o negación del cambio climático, preferencias estéticas clásicas o posmodernas, aceptación o no de los mercados, roles encomendados al Estado, concepción de la política deguste la dialéctica de amigos y enemigos, grado de rechazo de la inmigración, virulencia frente a los feminismos radicales, etc. -todos ellos, varían grandemente entre estos líderes y sus movimientos políticos.
¿Qué debemos entender, entonces, por aquel fenómeno clave -el del iliberalismo- término bautizado por Fareed Zakaria en la revista Foreign Affairs en 1997? Según señala en un reciente estudio M. Laurelle (2022), este concepto ofrece más posibilidades de comprensión que varias otras nociones competitivas, tales como conservadurismo, derecha extrema y populismo. Según esta autora, sería una ideología que, siendo dependiente de cada contexto nacional, sin embargo es global por su alcance, variando su intensidad según los países. Representa una reacción contra el liberalismo en todas sus expresiones contemporáneas (político, económico, cultural, geopolítico, civilizacional). Frecuentemente opera desde dentro de la democracia, buscando (y, a veces, obteniendo) el respaldo del voto popular. Propone soluciones mayoritarias, nacional-soberanistas, que favorecen las jerarquías tradicionales de la sociedad y la homogeneidad cultural. Y, por último, suele impulsar un desplazamiento de la política por una cultura «post-post-moderna» según la denomina esta autora, en tanto reclama para sí un arraigo fuertemente local en un ambiente donde las élites aparecen cada vez más envueltas en un cosmopolitismo global.
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Pues bien ¿qué variaciones locales, chilenas, introduce el fenómeno Republicano y el liderazgo de Kast a esa ideología articulada en torno al eje del iliberalismo, según los términos recién descritos? A continuación proponemos algunas notas para aproximarnos a este fenómeno.
Orígenes. En primer lugar, esta peculiar forma de derecha radical proviene en el caso chileno de una doble matriz cultural, cada una con sus correspondientes experiencias formativas.
Por un lado, la matriz del gremialismo -cuerpos intermedios, Estado subsidiario y rechazo de la «politización» atribuida a las democracias liberales-, movimiento de lucha estudiantil nacido a fines de los años 1960 en la PUC. Posteriormente, este mismo movimiento da lugar, a comienzos de los años 1980, ya en plena dictadura (con la cual se hallaba comprometido desde su comienzo), a la UDI, partido de derecha, de la democracia protegida y el pluralismo limitado. Kast, igual que una parte de la actual dirigencia y cuadros Republicanos, proviene precisamente de esta vertiente o puede reclamar ser su legítimo heredero.
Por otro lado, la matriz del «pinochetismo», ideología-en-acción de la dictadura urdida por la UDI y su principal ideólogo, Jaime Guzmán, la cual combinaba en un proyecto común Estado autoritario, sociedad civil disciplinada y despolitizada, y economía neoliberal inserta en mercados globales.
Doctrina constitucional. La doctrina y el ideario tras esta ideología, expresada en la Constitución de 1980, seguramente están en el trasfondo del pensamiento constitucional de los actuales Republicanos, aunque no pretendan (ni puedan) reproducirla en su integridad ni aplicarla directamente a los problemas de hoy.
Mas las ideas y conceptos de base, y su inspiración filosófico-política, sin duda mantienen validez como principios orientadores del actual partido Republicano. Por ejemplo, ideas guzmanianas tales como: la “concepción del hombre y la sociedad, propia de la civilización occidental y cristiana en la cual se ha formado nuestro ser nacional”; o los derechos personales que emanan de la naturaleza humana y son “anteriores y superiores al Estado”; o la necesidad de imponer límites al pluralismo ideológico, con el fin de “excluir de la vida cívica a aquellas doctrinas que atenten contra la familia, que propugnen la violencia, o que sustenten una concepción de la sociedad, del Estado o del orden jurídico de carácter totalitario o fundado en la lucha de clases”, límites de raigambre profundamente iliberal; o la proclamación de un sistema económico libre, que “se define resueltamente en favor de la propiedad privada de los medios de producción y la iniciativa particular como motor”. Todas estas ideas, activamente promovidas por el ideólogo fundador de la UDI en 1980, puede anticiparse que serán remozadas y adaptadas a las condiciones actuales y servirán como un guión para la actuación de los consejeros constitucionales Republicanos.
Seguridad nacional y estados de excepción. A las cuatro ideas-ejes anteriores se agrega el tópico de la seguridad que recibe un tratamiento especial. “No podemos prescindir de la evidencia”, escribe J. Guzmán allí, “de que el mundo actual está amenazado por múltiples formas de violencia y subversión, hoy más sutiles y potentes de lo que nunca lo fueran en nuestra historia”. En respuesta, la Constitución Política debía declarar una “guerra jurídica total al terrorismo”. Al efecto propone cuatro estados de excepción que autorizan al Presidente de la República para suspender o restringir los derechos que explícitamente se consignan en cada caso. “La escala descendente empieza por el estado de asamblea, para la situación de guerra externa; sigue por el estado de sitio, para la situación de guerra interna o conmoción interior; continúa al estado de emergencia, en caso de grave alteración del orden público, daño o peligro para la seguridad nacional, y termina en el estado de catástrofe, para el caso de calamidad pública”.
Seguridad y derechos personales. No escapaba al ideólogo de la UDI, la tensión que inevitablemente surgiría entre libertades y seguridad. Con ese fin busca una fórmula hobbesiana para satisfacer la doble exigencia “de otorgar a los Gobiernos herramientas suficientes para enfrentar situaciones de excepción -que por desgracia cada vez son más peligrosas y frecuentes- y de compatibilizar debidamente los derechos de las personas con la seguridad nacional”. La idea subyacente de que las sociedades viven en permanente guerra interior y necesitan estados de excepción para controlar ideas y conductas desquiciadas, sin duda encuentra amplia resonancia en Chile durante el período post estallido social y en las actuales circunstancias de una sociedad atemorizada por el delito, el crimen organizado, la violencia y el narcotráfico.
Democracia limitada. Una noción de democracia protegida, con un fuerte sentido de autoridad y ojalá con mecanismos disuasivos de control ideológico, forma parte asimismo de la atmósfera cotidiana en que hoy se desenvuelve la opinión pública encuestada en diversas partes del mundo. En Chile ella es patrimonio, aunque no se declare, de las derechas herederas del iliberalismo gremial-pinochetista en que se ve reflejada una proporción importante de Republicanos. La idea misma de democracia liberal no resuena armónicamente con la ideología guzmaniana. Según esta, “si la democracia es una forma de gobierno, no puede ser un fin en sí misma, porque ninguna forma de gobierno puede jamás serlo. Y en cuanto medio, su validez dice en cambio directa relación con su eficacia para promover la forma de vida que se anhela. Por eso es que la democracia sólo es realmente legítima en cuanto sirva a la libertad, la seguridad, el progreso y la justicia, al paso que pierde toda validez si debido a un erróneo diseño o aplicación práctica, termina favoreciendo los antivalores inversos del totalitarismo, el estatismo, el terrorismo, la subversión y la demagogia, como tuvimos dramática oportunidad de comprobarlo en los años que precedieron al pronunciamiento militar de 1973”.
Por lo mismo, son las formas de vida deseadas o repudiadas por los sectores gremial-autoritarios las que, en última instancia, conectan con el iliberalismo contemporáneo. Pues como señalaba el propio Guzmán en 1980, solo premunidos de una visión de la democracia-como-medio se vuelve posible evitar “repetir la experiencia vivida, que nos condujo a una democracia antilibertaria, por su fragilidad frente a la amenaza totalitaria o estatista; a una democracia insegura, por su insuficiencia para definirse contra el violentismo y toda otra forma de subversión; en fin, a una democracia demagógica, por su ineficacia para favorecer una conducción política, económica y social, que permitiera generar creciente progreso y efectiva justicia”. De allí emerge al final la idea de crear una democracia “autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social”, como quedó plasmado en un famoso Oficio de esa época redactado por Guzmán (1977, 332-336).
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¿Qué rasgos propios posee, entonces, el iliberalismo chileno de derechas, heredero del UDI-pinochetismo y, según algunos, tan antiguo incluso como el fantasma portaliano?
Aquí hay tres que son determinantes en la estructuración de esta ideología:
- Alta valoración de las anclas existenciales que están en retirada; o sea, las instituciones fundamentales que hasta ayer ataban a hombres y mujeres a una forma de vida preferida: una familia (bien constituida), el paterfamilias como representación jerárquica de la ley, las comunidades locales, la escuela como instancia de integración, la religión y la moral inspirada en valores trascendentales, la patria y sus símbolos, etc.
- Crítica de la modernidad considerada disolvente de los órdenes tradicionales y portadora del secularismo, el positivismo científico-técnico, el individualismo contractualista, la disolución de los vínculos de fraternidad y la competencia que no reconoce sino el precio de las cosas y las personas. Dicho en otras palabras, el iliberalismo chileno es moderno a pesar suyo.
- Concepción de la sociedad como un todo orgánico integrado de arriba hacia abajo en torno a las «jerarquías naturales», estamentos sociales, estratos educacionales y culturales, instituciones respetables, estructuras de autoridad y predominio de los que saben . Entre las personas privadas y el Estado, los cuerpos intermedios deben gozar de autonomía para cumplir sus fines propios.
En breve, el iliberalismo UDI-pinochetista es una ideología conservadora-autoritaria, tradicionalista y jerárquica, propia de una sociedad civil organizada en torno a sus cuerpos intermedios. Su mejor expresión en Chile se halla en la Constitución original de 1980. Representa una restauración del orden bajo los parámetros de democracia protegida y pluralismo limitado.
A esta visión ideológica cabe agregar ahora su proyección en el plano económico que, paradojalmente, no resultó en una forma de corporativismo o estatismo militar- industrial sino en un inesperado maridaje de lo orgánico-conservador con la ideología neoliberal de mercados, propuesta antitética pero que logró generar, a partir de 1980, una fusión ideológica que en su momento Jovino Novoa bautizó como Chicago-gremialismo (2013). Ya a la altura de la crisis económica de inicios de la década de 1980, Guzmán, como ideólogo mayor de la UDI y de la Junta Militar, defendía una matriz neoliberal no en nombre de alguna teoría económica sino derechamente de los “más altos objetivos nacionales”. Y agregaba: “Por esto, y porque el sistema de economía social de mercado es el único compatible con la sociedad integralmente libre a que Chile aspira como objetivo político, es que aquél debe entenderse como parte intransable y esencial de la nueva institucionalidad en progresivo desarrollo desde 1973” (Guzmán, 1982).
Según la autora de uno de los más extensos estudios sobre el pensamiento de Guzmán, él pensaba que “no puede existir un sistema democrático donde no existe un alto desarrollo económico, que es fruto de la libertad económica. De este modo pareciera que Guzmán considera los principios del liberalismo económico como un fin, y no un medio, como considera a la democracia. Para Guzmán, la libertad económica está por encima de la libertad política o social, y viene garantizada por la adopción del principio de subsidiariedad (Moncada Durruti, 2003).
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Con este verdadero acertijo ideológico tendrá que vérsela ahora el partido Republicano y sus liderazgos, tironeados como están por una visión desconfiada de la democracia, una concepción puramente subsidiaria del Estado y la intensa adhesión a la libre iniciativa individual en un tiempo que comienza a dejar atrás el recetario neoliberal. Hasta el momento, la manera de escapar a definiciones ideológicas más generales ha sido mediante un acentuado pragmatismo con prioridades dirigidas a atender a las principales preocupaciones de la gente, como puede observarse en el Plan de Gobierno 2022-2025 del candidato Kast para la segunda vuelta de la pasada elección presidencial (noviembre de 2021).
Es un lema de esta nueva derecha reclamar para sí, igual como hace la nueva izquierda, una conexión privilegiada con el sentido común de la gente, cuya superioridad respecto al conocimiento experto y de las élites se proclama como garantía de proximidad al pueblo. Así lo declaraba el Plan de Kast desde el comienzo: “Nuestro pueblo tiene un sentido común, una sabiduría muy honda y antigua, muy superior a la de las universidades, los libros y los expertos”. Acto seguido arranca con las propuestas para un “Chile en paz y orden”, donde se lee: “El avance del narcotráfico y la llegada de crímenes violentos como los asesinatos por encargo, las encerronas y los portonazos han dejado en evidencia las profundas debilidades en materias de seguridad. Sin ella, no tendremos bienestar, desarrollo ni una vida digna. Es urgente recuperar la paz y el orden para que los chilenos vivan en un entorno estable donde puedan alcanzar sus sueños”.
El plan securitario del candidato republicano cubría seis aspectos claves: seguridad interna, estado de derecho y terrorismo en La Araucanía; delincuencia: protección, prevención y defensa de las víctimas; nueva política carcelaria; reorganización y modernización de las policías; guerra contra los narcos y las drogas; inmigración legal y controlada. En el intertanto, los temas de orden y seguridad se han tomado la agenda pública en Chile -del gobierno y la oposición-, así como la agenda mediática y de la opinión pública encuestada. Esto genera un clima intensamente hobbesiano, que sin duda favoreció la amplia votación obtenida por los consejeros republicanos el 7-M. A la vez, estimula la desconfianza hacia la democracia, mostrándola como un régimen incapaz de controlar el crimen y la violencia y de garantizar el orden y la seguridad de las personas.
En paralelo circulan las ideologías iliberales de las nuevas derechas que conectan con los tópicos de las fallas y debilidades de la democracia. El primero en proclamar con carácter afirmativo el valor del iliberalismo fue Viktor Orbán, Primer Ministro húngaro, quien en un famoso discurso de 2014 llamó a abandonar los métodos y principios liberales para organizar la sociedad, igual que la visión liberal del mundo. Se puede tener -dijo en aquella oportunidad- democracia sin liberalismo, lo mismo que desarrollo económico sin el modelo liberal parlamentario occidental, según mostrarían Singapur, China, Rusia, India y Turquía.
Cuatro años más tarde, en otro polémico discurso, Orbán reclamo para su criatura iliberal la designación de una «democracia cristiana», no individualista ni liberal, apegada a los valores cristiano-europeos, centrada en comunidades, con base en la familia y el derecho a prohibir la inmigración.
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En suma, a manera de conclusión, diremos que el fenómeno Republicano se estructura -desde el punto de vista de una oferta ideológica de las nuevas derechas-, en torno al eje del iliberalismo, como una derecha más bien radical que extrema, según C. Rovira y otros expertos en estos asuntos. Su principal fuente intelectual es una suerte de guzmanismo-renovado y post dictatorial; con énfasis en una concepción democrática limitada, de institucionalismo portaliano, con fuerte énfasis presidencialista, exaltación de la autoridad jerárquica (del paterfamilias), e importancia crucial de ley y orden como principio constitutivo de una sociedad hobbesiana, en constante riesgo de desintegración por la amenaza de fuerzas enemigas internas y externas. Una derecha, en breve, que trata la democracia como un medio, no como un fin.
Sociedad orgánica. La sociedad misma se concibe de manera orgánica, con base en la familia (fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer) y con una arquitectura de cuerpos intermedios gremialmente cohesionados y guardianes de su propia pureza, o sea, apolíticos y abocados nada más que a sus funciones y fines propios. No hay cabida en este esquema ni para los individuos atomizados y centrados en sus intereses egoístas ni para un Estado promotor de fines y/o proyectos colectivos. El sujeto del iliberalismo son personas pertenecientes a comunidades naturales y cuerpos intermedios, dotados de derechos previos al Estado y de propiedad privada que los constituye como agentes morales. A su vez, el Estado existe para las personas, la protección de la propiedad y el orden y seguridad de una sociedad civil a la que sirve subsidiariamente.
Economía postneoliberal. ¿Tendrá Republicanos una propuesta en este plano? De entrada, su basamento intelectual seguiría siendo el Chicago-gremialismo; subsidiaridad más mercados. Pero, ¿qué se sigue de ahí? El Programa Kast 2022-2026 se inspiraba en esta visión: “Estabilidad para atraer inversión, crear oportunidades y para mitigar los miedos de nuestros compatriotas, responsabilidad para que el progreso sea sostenible, y decisión para enfrentar las trabas que impiden al Estado estar al servicio de las personas, y que dificultan contar con mercados abiertos y competitivos”. La concreción de esta visión en el Programa era perfectamente convencional, plana, con los habituales llamados a crecer, invertir, emprender, atender a la gente y a “un Estado eficiente, transparente y sin corrupción, que preste servicios de calidad a las personas de forma respetuosa y oportuna”. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué habría más ‘Navarra School of Catholic Neoliberalism’ como lo llama Moretón (2023)? ¿O que en la actual fase postneoliberal del capitalismo global, la política Republicana sería más propensa a regular mercados, fomentar la competencia y aproximarse a una suerte de «ordoliberalismo chilensis», una economía social de mercado antes que la versión neoliberal de una «sociedad de mercado», donde todo conduce a una resignificación económica de la vida?
Cultura postsecular. Por último, en la esfera cultural, probablemente la de mayor relevancia en el sentimiento Republicano, incluso por delante de la política, el orden de los valores está claro. En perspectiva trascendente es Dios, Patria y Familia, idealmente escritos con mayúscula inicial. En el plano secular se traduce por familia (cruz de la sociedad, sobre cuyo fundamento esta se construye… o destruye, hogar, sociedad bien constituida, sana, virtud, educación); patria (nacionalidad, tradición, pueblo, comunidad; “misma raza, cultura, lenguaje, tradiciones históricas y mismas aspiraciones”, y dios (“un sentido trascendente de la vida, que necesariamente entronca con el sentido de familia y el de Patria”). Recojo y cito esta trilogía desde una fuente de pensamiento inesperada, pero seguramente próxima -por afinidad electiva- con el movimiento Republicano (Almirante Vergara, ex Comandante en Jefe de la Armada, 2016). El propio Kast tuiteaba en enero de 2020: El amor a Dios, a la Patria, la Familia y la Libertad fueron los pilares de #JaimeGuzmán (1 de abril 2020). Efectivamente, el componente religioso-conservador, de preeminencia de «valores espirituales» y de regulación moral-tradicional de las comunidades entendidas como reunión de familias, forma parte central del discurso y del fenómeno Republicano. Sirve a la vez para anclarlos a un pasado patriarcal, fundar una crítica de la modernidad (tardía), levantar un reclamo frente a la decadencia de Occidente y proyectar un futuro que proporcione seguridades frente a las incertidumbres, confusiones y el laissez faire moral que caracterizaría a la posmodernidad. La «guerra cultural» contra los nuevos bárbaros posmodernos será inevitablemente una marca Republicana.
Proyección futura. Mirada prospectivamente, en fin, la ideología de esta nueva-no-tan-nueva derecha chilena se acerca, vía su iliberalismo, a una familia más amplia de ideologías de derecha radical. En común comparten la desconfianza respecto de la democracia liberal-pluralista y buscan -dentro de ella- levantar apoyo popular para sus ideas de autoridad, seguridad, orden y de valores gruesamente definidos como cristianos. Imaginar que esta derecha sería un mero retorno al pasado pinochetista, o alguna tardía expresión neofascista, o algo muy distinto que las demás corrientes iliberales que recorren el mundo, sería equivocar el diagnóstico, seguramente a cuenta del propio futuro.