El nuevo tablero global de las universidades: sin la tutela occidental y con otros objetivos
Ocho figuras académicas de medio mundo analizan para EL PAÍS la nueva realidad de la educación superior, en la que Europa debe de reposicionarse
La primera universidad del mundo se fundó en Fez (Marruecos) en 859 y le siguió la Universidad de al-Azhar (Egipto). Sin embargo, a ojos equivocados de los occidentales, esta no nació hasta 1088 en Bolonia (Italia). Siglos después, los campus se expandieron a la vez que el colonialismo, siempre con una visión muy eurocéntrica; pero ese tiempo de ombliguismo ha quedado muy atrás. Estados Unidos es la superpotencia y, no solo el sudeste asiático y Australia sustentan su progreso económico en la ciencia, sino que India, África o Sudamérica llaman a la puerta y no quieren tutelas en su Universidad. EL PAÍS ha recabado la opinión de ocho figuras académicas de renombre sobre este nuevo tablero en el que Europa trata de reubicarse. Fue durante el encuentro Reinventing Higher Education 2023, celebrado en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), al que este diario acudió invitado por IE University, organizadora de la reunión con universidades de los cinco continentes.
El ránking de Shanghái, creado por el Gobierno chino en 2003 para cartografiar la calidad de las universidades del mundo antes de dar becas en el extranjero a sus investigadores, refleja la fuerte competencia. Estados Unidos lidera en los primeros puestos, pero ha pasado en dos décadas de situar a 58 instituciones entre el centenar mejor a 39 el pasado año, mientras los británicos posicionan ocho (una menos) y Japón se desinfla (de cinco a dos). En paralelo, Australia coge fuerza (de dos a siete instituciones), emergen China, Singapur y Corea del Sur ―pasando de cero a nueve, dos y una universidades, respectivamente― y otros países se mantienen (Alemania con cinco, Holanda y Suecia con tres o Israel con dos).
“¿Cómo debe interactuar África y lo que se llama el sur global con países que tienen una tradición colonial? Ese es el elefante en la habitación [verdad ignorada]”, plantea Martin Paul, rector de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania). “Hay un modelo de ayuda al desarrollo en el que básicamente los gobiernos velan por sus intereses, es un postcolonialismo. Pero está produciéndose un cambio de juego; a nuestros socios en África les hemos preguntado qué temas les interesan y sobre ello trabajamos”, continúa Paul. Su prestigiosa universidad se caracteriza por acoger a muchos refugiados y por buscar la total integración de los inmigrantes. “Nosotros deberíamos no solo aceptar estudiantes de esos países, sino también enviar a los nuestros”, prosigue Paul, quien antes fue rector de la Universidad de Maastricht (Países Bajos).
¿Tiene sentido que los universitarios africanos estudien a Kant y no su propia filosofía? “Tenemos que redefinirnos a nosotros mismos. La mayoría de las universidades africanas fueron diseñadas cuando teníamos unos amos coloniales que querían tener una clase media formada muy barata. A día de hoy, eso no funciona. Así que estamos tratando de averiguar, en primer lugar, cuáles son nuestros desafíos”, explica Angela Owusu-Ansah, rectora de la Ashesi University (Ghana). “En el norte global investigan cómo llegar al espacio; pero nosotros investigamos cómo usar los plásticos de la basura como asfalto en las carreteras, que es más barato”. Owusu-Ansah sostiene que el África susahariana “tiene que asegurarse de que los cursos y los programas sean relevantes y con un liderazgo diferente” para lograr en 10 años el cambio que desean para sus países. En junio saldrá el primer ránking de universidades africanas. La rectora ghanesa, entusiasmada, cuenta que en el listado de Times Higher Education participarán un centenar de campus, de un total de 1.400.
“Lo interesante es que las universidades que han venido a Ciudad del Cabo de Tanzania, Ruanda, Ghana, Liberia… pueden saltarse todas las cosas malas de las universidades. Hay algunas vacas sagradas que hay que sacrificar para bien y eso en las que tienen una tradición centenaria es difícil”, sostiene Santiago Íñiguez, presidente ejecutivo de IE University. Estos campus pueden ser más ágiles en su funcionamiento y adaptarse mejor a los cambios que los europeos, que se transforman a paso de tortuga.
Los retos a los que se enfrenta la ciencia y la tecnología son cada vez más complejos y con las alianzas de universidades europeas ―auspiciadas por la Unión Europea que las financia― se trata de afrontarlos desde distintos puntos. En Alemania van a la cabeza. “Ahora desarrollamos lo que llamamos la triple hélice: una agenda conjunta de la industria, el sector público y la universidad para tratar temas que son interesantes para nosotros y también para otros, como el cambio climático o la transición energética”, explica Paul, quien remarca que no por ello hay que desatender las problemáticas locales.
Sharan C. Singh, vicerrector de Relaciones Estratégicas de Minerva University (Estados Unidos), elogia esta proyección empresarial de Europa: “Está muy por delante del resto del mundo en investigación real, práctica, significativa y aplicada. Los ránkings son solo un juego”. Se suma a la admiración Sally Wheeler Obe, vicerrectora de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Australia: “Hay que fijarse también en su modelo verde y su sostenibilidad social y financiera. Si observa los últimos datos de la Unesco sobre la inversión de los países en investigación e innovación, los países europeos están muy lejos del resto del mundo, además de Estados Unidos y China. Australia invierte mucho menos”.
“Si tuviera que decir algo negativo al respecto de Europa, es que es demasiado cautelosa para abrazar cosas que son fundamentales, como la interdisciplinariedad y tiene una excesiva regulación; por eso sus estudiantes salen con profundos conocimientos técnicos, pero sin amplitud de miras”, defiende Sharan C. Singh. “Un buen ingeniero tiene también que saber comunicarse y tener sentido comercial en un mundo interconectado”. El vicerrector cree que “Europa no pasa por una crisis existencial”, pero considera que “en el resto del mundo, hay un hambre, una ansiedad y una urgencia que Europa parece no tener por ser audaces y disruptivos y cambiar el modelo que hay en Europa”.
Para Wheeler Obe, en Europa pesa más que en otros lugares “el velo de la tradición y las expectativas de la sociedad” tras siglos de historia académica y eso se traslada a todos los ámbitos, ”porque una disrupción en la universidad también afecta a la sociedad”. En su país, Australia, la mayoría de los campus tienen menos de 70 años, cuenta, y están más abiertos que el viejo continente a los cambios en a forma de gestionarse, la forma de impartir clase o de interactuar con las empresas.
La interconexión tiene que llegar de todos los lados. “Ninguna institución por sí sola puede volver a abordar los problemas de manera eficiente. En mi opinión, el siguiente paso es que estas alianzas europeas también busquen socios con ideas afines fuera de Europa”, prosigue el rector de la Universidad Ruhr de Bochum. El socio mejor preparado, cercano y ávido de colaborar es el Reino Unido, que se ha quedado fuera de estos potentes consorcios por el Brexit ―al que se oponía radicalmente el mundo académico― y del programa de movilidad Erasmus. Tampoco la Unión quiere renunciar a algunas de las mejores universidades del continente ―Oxford y Cambridge― y a los equipos con los que se coinvestiga desde hace décadas.
Agnes Nairn, vicerrectora de la Universidad de Bristol, no oculta el interés: “Obviamente, el acuerdo de Irlanda del Norte ―que acaba de resolverse― era una barrera para que el Reino Unido prosiga en Horizonte Europa [el programa marco de investigación e innovación de la UE, vigente entre 2021 y 2027] de la que depende gran parte de nuestra financiación. Así que con suerte eso sucederá y, con suerte, también volveremos a Erasmus de nuevo. No queremos quedarnos marginados”.
El aislamiento es una barrera al conocimiento. La Universidad Americana de Beirut, que concentra casi toda la producción investigadora del Líbano, es consciente de ello. “Tenemos convenios con más de una docena de universidades estadounidenses, varias canadienses, de Latinoamérica, de Australia… pero no tenemos vínculos estrechos con ninguna universidad árabe que no sea la Universidad Americana del Cairo”, reconoce su rector, Fadlo Khuri, que tiene propósito de enmienda. “Tal vez no los hemos abordado como iguales a las universidades árabes. Tal vez sea nuestra culpa y han sentido que el Líbano políticamente ahora es un desafío”, sostiene. Su institución siempre han mirado hacia el oeste y ahora gira hacia el este. “Visité China, donde hay universidades de primer nivel, pero ahora mismo hay mucha rotación; y estamos construyendo relaciones en Pakistán e India”. Khuri admite que manejan tantos fondos, que es una excelente carta de presentación para encontrar socios. Entre ellos no estarán por motivos políticos universidades de Irán, aunque reconoce que las hay “sobresalientes”.
El español Ignacio de la Vega, rector asociado para Asuntos Académicos e Internacionalización del Tecnológico de Monterrey ―una referencia en México, de carácter privado― pone un ejemplo que tiene cerca para comparar los sistemas universitarios. “Hace 30 años México era uno de los países con el PIB más alto del mundo. En muchos indicadores entre el 11 y el 12; mientras Corea del Sur o Singapur estaban mucho más atrás. Y miras ahora los indicadores de prosperidad, de desarrollo o educación de esos dos países y están adelante”. De la Vega, que ha trabajado en Indonesia, se hace una pregunta retórica: ¿Qué ha pasado? “Muy fácil. Esos países asiáticos han invertido de forma permanente en talento, ciencia e innovación, mientras otros países no lo han hecho; y se ha producido ese gap [brecha] extraordinario. Todo es una cuestión de talento. Si inviertes, tienes buenos científicos, un ecosistema de investigación favorable, más proyectos, más citas [en revistas]…”.
De la Vega reconoce en especial el empeño que ha puesto Singapur: “Tiene, sobre todo, consistencia en todos los niveles educativos. En Latinoamérica son otras condiciones, tienes que pensar dónde inviertes. En la mayoría de esos países el 70% de la población está por debajo del umbral de pobreza, ha habido otras prioridades y cierta miopía política, no han visto que invirtiendo en educación viene la prosperidad, el desarrollo, la innovación…”.
Paul se muestra optimista sobre el futuro de Europa pese a la gran competencia entre países: “Tiene una historia colonial muy horrible; pero si le das la vuelta a eso y dices, ‘está bien, hemos aprendido de eso y estamos abiertos a aprender de los demás’, entonces podemos tener una contribución valiosa. Tenemos unos valores ―la libertad de expresión, los principios democráticos, la tolerancia…― que ofrecer al mundo”.
Estos valores europeos a los que alude Paul están ganando importancia. Íñiguez, del IE, subraya un viraje en los ránkings de las escuelas de negocios que, a corto plazo, cree llegarán a las universidades: “De repente, las escuelas americanas han perdido puestos en la tabla y eso ha favorecido a las europeas. Eso es un cambio copernicano, porque en el mundo de los negocios, lo que se valora es la empleabilidad. Y los ránkings ahora priman también la sostenibilidad, los temas medioambientales, estimular los temas de diversidad, inclusión, igualdad… en los que Europa destaca”.
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