”Esa generación despertó una mañana preguntándose: “¿qué me ha ocurrido?”’
La política muestra poderosas inercias y también cambios imprevistos. Entre ambos, la historia transcurre como una fuerza impredecible. En su primer año, el gobierno Boric pudo ver cómo sus propios, sublimes proyectos, estaban en manos de Fortuna, la caprichosa diosa de Maquiavelo.
Para partir, la imagen de un gobierno transformador de paradigmas y creador de nuevos modelos, refundacional en una palabra, quedó sepultada junto con el rechazo del texto propuesto por la Convención Constitucional. La idea de que el país podía ser reinventado se estrelló con un sistema que posee estructuras, clases, hábitos, poderes, códigos y sus propias formas de orden y normalidad.
Enseguida, el programa inicial, del cual su coalición advertía al Presidente que no podía apartarse ni un milímetro, quedó literalmente en el aire. Perdió el marco que debía brindarle la nueva Carta Fundamental. El Gobierno se encontró sin sostén ideológico ni una agenda que orientase su acción.
Sus equipos debieron asumir inesperadamente unas coordenadas que hasta ayer reprobaban: seguridad nacional frente al crimen organizado; control de la inmigración irregular, incluyendo a las FF.AA. a cargo de las fronteras; prioridad para que Hacienda opere frente a la crisis económica y recupere el clima de inversión; continuos estados de excepción en la macrozona sur, que el Gobierno pensó poder reemplazar mediante diálogos con perspectiva intercultural.
También la arquitectura gubernativa duró poco. Originalmente preveía dos coaliciones ocupando espacios contiguos. El anillo interior, más próximo al Presidente, sería ocupado por Apruebo Dignidad, la alianza hegemónica. El anillo exterior, en tanto, acomodaría al Socialismo Democrático, la alianza subalterna, como allegado en casa ajena. Este arreglo, resultado de una guerra ideológica de treinta años contra la ex-Concertación, fracasó y provocó un ajuste imprevisto de equipos e influencias.
En efecto, un gobierno orgulloso de su sello generacional, con un núcleo compuesto solo por exdirigentes estudiantiles, tuvo que dar paso, abruptamente, a probados cuadros políticos de la ex-Concertación. Y, junto con esto, la ilusión de deshacerse de las tecnoburocracias expertas pasó a retiro. Volvió a reconocerse el valor de la experiencia y la necesidad de contar con especialistas profesionales para administrar sistemas complejos.
Por último, la peregrina idea de que con su llegada al poder la joven generación ponía definitivamente fin a la circulación de las élites en la esfera política debió ser abandonada, al descubrir que ella misma se había convertido en la élite. Al igual que Gregorio Samsa, el personaje de Kafka, esa generación despertó una mañana preguntándose: “¿qué me ha ocurrido?”.
Ahora lo sabemos: la fuerza impredecible de la historia había actuado de la mano del infortunio.
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