Sociedad y saber, los “bordes” de la educación superior
Unidad de Aseguramiento de la Calidad, Fundación AEQUALIS.
Si se determinaran cambios en las políticas y consecuentes acciones relativas a la educación superior nacional, por ejemplo, las posibles alteraciones al estado vigente de sus procesos de evaluación o de su financiamiento o de su cabal entendimiento como auténtico “asunto público”, entre otros componentes más que relevantes en el funcionamiento de sus instituciones, cabe preguntarse ¿cuáles debieran ser los “bordes” que con carácter de “intransables” debieran considerarse de todas maneras y a como dé lugar, en tales cambios o ajustes que se estimen implementar.
Por una parte, es axiomático señalar que las instituciones de educación superior (IES) y la sociedad en que se insertan son consustanciales, no existen las unas sin la otra. Si son inconcebibles las IES fuera de un contexto social, es difícil entender la existencia de una sociedad sin tener en ella grupos de estudiosos relativamente institucionalizados.
Son dos elementos de un todo que integra pueblo, geografía y cultura como la materia prima más propia de la tarea de las IES, caracterizada por el saber, como elemento que la relaciona con su medio social. Si éstas son desde una sociedad y para una sociedad, lo son desde un saber y lo son para un saber que es universal y para todos ya que se trata de hacer real al saber universal, considerando que la persona humana puede ejercer la mejor posesión de las cosas, espirituales y materiales, a través del conocimiento. También en el sentido de generar una auténtica igualdad de oportunidades, en cantidad y calidad, con el claro propósito de formar buenos ciudadanos, mejores gobernantes y mejores gobernados.
Por la otra, es permanente la principal tarea de las IES como parte del proceso educativo global vinculada a su trabajo con el saber: crearlo, ordenarlo, sistematizarlo, enseñarlo, aprenderlo, divulgarlo, el que le determina su misión social. Son las IES y la sociedad en íntima relación a través del saber quiénes determinan sus diversas funciones según los requerimientos originados en el contexto social como distintas demandas que condicionan la formación de recursos humanos y la generación y transferencia del conocimiento.
La manera en que las IES colocan el saber a disposición de la sociedad es a través de una tarea intelectual realizada con afán de servicio y para ello requiere autonomía. No la autonomía como un fin en sí misma, tampoco como aquello que protege de normas o restricciones generando aislamiento, sino como el factor que posibilita una rica convivencia con otras instituciones sociales, entre ellas el Estado y el sector productivo de bienes y servicios, en armonía y permanente intercambio, por haber establecido su propio régimen interior y haber definido su libertad, esto es, donde terminan sus derechos e inician sus deberes.
Otro elemento a cautelar en su permanencia, además de la autonomía, es la relación de las IES con el Estado cuya tarea es, simplemente, originar las mejores condiciones para el desarrollo de cada institución, cualesquiera sean sus características, en tanto no contraríen o desarmonicen con el bien común, objeto general de toda sociedad, generando un régimen de libertad donde cada IES pueda asumir sus propios riesgos y sí tener, como preocupación central, su conjunto y no a una institución en especial o determinadas agrupaciones de ellas y sí con presencia a nivel del sistema como tarea más pertinente.
Un aspecto importante de otorgar estas mejores condiciones tiene que ver con el traspaso de recursos económicos estatales a las IES. El Estado sí debe subsidiar a la educación superior en aquellas funciones de claro beneficio social, garantizando a las IES y a sus integrantes una auténtica igualdad de oportunidades para similares méritos académicos y con una alta comprensión estatal referida a la búsqueda e implementación de una oferta de recursos que consolide las mejores oportunidades de desarrollo institucional.
Cabe también tener presente que lo que requiere la sociedad es una gran diferenciación de la oferta educacional tal como, gradualmente, se ha plasmado en base a las políticas públicas originadas en la década de los 80, enmarcada en un pluralismo que supone diálogo y oposición en la coexistencia de diferencias y convivencia de corrientes culturales diversas. La identidad nacional expresada en cultura propia no es uni-forme sino que se “con-forma” en el integrarse en torno a valores comunes básicos constituyendo una unidad común y por ello es necesario que en la sociedad puedan existir IES que correspondan a distintos mundos teóricos que desarrollen y cultiven un saber inicial fundamentado en el simple amor a la sabiduría ejercida por un grupo humano de estudiosos como poder constituyente principal.
La mayor diversidad de opciones educacionales existente hoy representa una mejor expresión del principio de libertad de enseñanza y de educación como el modo más eficaz de aprender y ejercer la libertad y por ello la posible futura tarea sea más de ajustes y no de radicales cambios del desarrollo tenido desde los 80. Cualquiera modificación futura será adecuada expresión si coloca como base de futuro el actual presente educacional, reforzando la autonomía, respetando su diversidad cultural en lo institucional respecto al sistema nacional y en lo orgánico respecto a cada entidad.
La educación superior, bien lo sabemos, se inserta en un ámbito más amplio que el particular de cada una de sus instituciones cual es la sociedad política a la que contribuye, precisamente, educando y para este logro requiere de autonomía, no para ser un Estado dentro del Estado, sino para poner en práctica una política académica que aplicada con estricto rigor científico y fuerte conciencia de su misión social, le permita ser soberana en lo que es lo más propio que es el saber manejado en términos de plena autonomía no solo frente al estado sino también frente a cualquier otra instancia que estime determinarle reglas en su desarrollo interno y en su manera de convivir con su medio cultural.
Las IES requieren de su propia autoridad en lo que concierne a la enseñanza que imparte, a la investigación y creación que estime realizar y a su relación con el entorno en que se inserta en el contexto de una mejor ciudadanía.
Por otra parte y por último, también cabe tener presente que son las personas, en este caso los estudiosos –maestros y discípulos en el caso de la educación superior- quienes en mejor forma garantizan el trabajo propio de la institución y que es el que más importa, el vinculado a las ideas, su generación y su entrega mediante el trabajo teórico y práctico dispuesto a discutir y analizar sus propios supuestos determinados por un recto sentido de la verdad, definido en ejercicio de la libertad académica y directamente ligado al saber y al estudio al ritmo de tiempo que representa su sentido reflexivo.
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