Circulación en la élite política
“El proceso de renovación se desenvuelve con sorprendente resiliencia y institucional”.
Aún no se acostumbra el país al hecho de asistir a un ciclo de renovación de su élite política. Se trata, en primer lugar, de una renovación generacional. Esta se manifiesta nítidamente en los cuadros de gobierno, algo más moderadamente en el Congreso y los partidos, y en las diferentes instancias que participan en el proceso constitucional. La generación que encabeza la renovación nació entre el final de la dictadura y el comienzo de la transición. Tan temprano acceso a la administración del poder ha causado innumerables traspiés, desprolijidades y errores.
Con todo, aquel movimiento no ha de entenderse como un corte abrupto, aunque posee elementos rupturistas. “Que los viejos se vayan a sus casas, no quieran que un día los jóvenes los echen al cementerio”. Así invoca el poeta Huidobro la ineluctable sucesión entre generaciones. Esa hora llegó para quedarse.
A su vez, la sustitución generacional es coetánea con un segundo cambio; del reposicionamiento de las élites del poder.
Tras su renacer en 1990, luego de su interdicción durante la dictadura y de conducir una pacífica transición, la élite política experimentó un relativo congelamiento y progresiva depreciación. Testimonio fueron los cuatrienios repartidos entre Bachelet y Piñera, durante cuyo segundo mandato —amenazado por el estallido violento y la protesta cívica— aquella élite estuvo a punto de ser empujada al cementerio por el furor popular.
El acuerdo nacional del 15-N repuso la centralidad de la élite política en el escenario de la gobernanza. Inició un proceso de transformación institucional de vasto alcance que, a pesar de severos tropiezos, sigue su curso. La gobernabilidad del país, precaria y amenazada por un entorno adverso, se mantiene en pie. Existe diálogo en medio de la confrontación. Y el propio gobierno, aunque impopular y bajo presión, busca responder a las emergencias de todo tipo que irrumpen a cada momento.
Por último, la renovación de una élite política conlleva, necesariamente, una redefinición de identidades ideológicas a la luz de nuevas ideas y programas políticos. En esta dimensión todo está en desarrollo. Parafraseando a Fukuyama, puede decirse que nuestro sistema político no superará su crisis de fondo hasta que el furor popular se empareje con buenas políticas.
En suma, el proceso de renovación en curso se desenvuelve, me parece, con sorprendente resiliencia y lealtad institucional, más allá de preferencias personales. Por ejemplo, yo lamento que el Socialismo Democrático, cuyo ethos comparto, se haya dividido, debilitando así la contribución de la centroizquierda a la renovación de nuestra élite política. Cabe esperar que se trate solo de un desacierto momentáneo.
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