Formación de sujetos competentes
José Joaquín Brunner, 5 de febrero de 2023
Desde antiguo, la educación postula la existencia de un ideal humano que se desea alcanzar. Así tituló Werner Jaeger (1939) su clásico estudio: Paideia, la formación del hombre griego. Empleo este término intraducible, dijo, pues resume, en su unidad originaria, el conjunto de procesos que luego la modernidad separó: civilización, cultura, tradición, literatura o educación. Paideia, escribe, “significó la educación del hombre de acuerdo con la verdadera forma humana, con su auténtico ser”. Fue, si se quiere, el primer humanismo, construido sobre el hombre como idea en su validez universal y normativa. “A ella aspiraron los educadores griegos, así como los poetas, artistas y filósofos”, concluye.
También la noción alemana de Bildung (formación, configuración) se erige como un hito de la educación regida por un principio superior de humanidad. El verdadero fin de la especie humana, proclamó Wilhelm von Humboldt a comienzos del siglo XIX, es el desarrollo máximo y más proporcionado de la totalidad de sus poderes. Tiempo antes expresaba en una carta: “El fin último de nuestra existencia es lograr, cada uno en su persona, la máxima correspondencia posible con el concepto de humanidad”. Cada individuo, en su infinita variedad, está llamado a esta tarea, al auto cultivo de todo su potencial. ¿Dice algo concreto este ideal? Más de lo que podríamos imaginar: “en el carácter humano llevado a su perfección” representa, según Humboldt, “una sensibilidad llena de vida, una ardiente imaginación, la calidez del sentimiento moral y una firme voluntad, todos guiados y conducidos por el poder de la razón crítica”.
Situados ahora en la modernidad tardía o posmodernidad, ¿hay un espacio todavía para este tipo de gran relato sobre la educación y su función formativa? ¿Existe, o es siquiera posible aún, un discurso educacional que apele a una imagen superior de lo humano y su autocultivo?
En un mundo globalmente fragmentado, de sistemas diferenciados y altamente especializados, con múltiples saberes que compiten entre sí, sin dioses ni una imagen de completitud del fenómeno humano, ¿puede sostenerse siquiera una idea fuerte de Paideia como un mundo donde cristalizan todas las formas y creaciones espirituales y el tesoro entero de la tradición de las humanidades? O, en el espejo trizado de la modernidad, ¿puede reflejarse el ideal integrador de las humanidades perseguido por la Bildung?
La respuesta a estas preguntas comenzó a formularse al final del siglo pasado. De acuerdo con el pragmatismo propio de la época, inicialmente adoptó la forma de una indagación respecto a las destrezas que los jóvenes necesitaban para desempeñar un rol constructivo como ciudadanos en la sociedad.
En 1997 la OCDE lanza un proyecto titulado definición y selección de competencias, el cual moviliza en función de esos objetivos a académicos, expertos, educadores, representantes de gremios y formuladores de política de los países miembros.
En este marco surge, y luego se consagra, el concepto de competencia entendido funcionalmente como una habilidad para abordar demandas complejas. Cada competencia corresponde, a su vez, a una combinación de destrezas cognitivas y prácticas interrelacionadas, conocimiento y cualidades personales como motivación, valores, actitudes y emociones. En breve, las competencias venían a ser complejos sistemas de acción efectiva que se desplegaban en contextos particulares para el logro de objetivos específicos. Se entiende que son esenciales para participar en la economía, la política, el dominio social y familiar y para el desarrollo individual. De hecho, algunos critican que este planteamiento esconde una visión puramente individualista y utilitaria de la vida, reduciendo la educación a una instrumentalización de lo humano.
Qué duda cabe, estamos lejos de las visiones educacionales más filosóficamente orientadas como la Paideia y la Bildung. En efecto, los enfoques educativos contemporáneos han derivado hacia conceptos mas pragmáticos. Por ejemplo, las competencias claves concebidas por la OCDE debían asegurar: (i) actuación autónoma de las personas (autogobierno, identidad personal, capacidad de elegir y planificar la propia vida); (ii) uso interactivo de instrumentos simbólicos y fisicos (lenguaje, información y conocimiento, y nuevas tecnologías); (iii) interacciones en grupos sociales heterogéneos (relacionarse con otros, cooperar, negociar conflictos y trabajar en ambientes multiculturales).
Hoy este enfoque se halla ampliamente difundido. La prueba PISA mide competencias cognitivas básicas a nivel escolar. Las universidades organizan sus currículos con el fin de desarrollar competencias. Los empleadores demandan, sobre todo, competencias claves para el mundo del trabajo.
En América Latina, un reciente informe del BID (2022), Habilidades para la Vida, adopta este mismo enfoque. Mediante una consulta experta identifica 10 habilidades que, según la evidencia disponible, serían las más posibles de ser fomentadas y medidas y de producir resultados positivos.
Su listado en orden de prelación es: atención plena (en cantidad y calidad) a las experiencias vividas (mindfulness); empatía y compasión; autoeficacia y autodeterminación; resolución de problemas (cognitivos, de trabajo en equipo e interpersonales); pensamiento crítico; orientación a, y cumplimento de, metas (perseverancia); resiliencia y resistencia al estrés; autoconciencia; propositividad (dirección significativa en la vida); y autorregulación/autocontrol emocional.
En suma, miradas de cerca, las competencias (o habilidades) para la vida suponen, y postulan, un ideal humano; el del sujeto competente, que supone una formación en conocimientos, habilidades, destrezas y carácter.
¿Es esta una visión de humanidad comparable con la griega o del neohumanismo alemán? Claro que no. Hay entre estas visiones un abismo de épocas y civilizaciones, de basamento filosófico, de lenguajes y culturas educacionales.
El giro moderno significó, como es sabido, una emancipación del individuo y su volcamiento hacia la transformación productiva de la naturaleza y el control científico-técnico de la realidad circundante y de sí mismo. Reflejo de esto es también una concepción educacional de orientación práctico-eficaz, que supone competencias cognitivas, sociales e individuales de organización de la vida en función de metas y logros. Una vocación utilitaria recorre esta forma de concebir y conducir la existencia.
Quizá el sordo lamento por la ausencia de las humanidades y la falta de humanismo que atraviesa a esta civilización industriosa sirva de aliciente para renovar los ideales de la Paideia y la Bildung y hacerlas parte de la conciencia crítica contemporánea.
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