A pesar de todo
“La flexibilidad del timón, en circunstancias tan complicadas, ha sido decisiva”.
Desde el ajuste programático realizado por el Presidente Boric para la segunda vuelta electoral, hemos vivido pendientes de los sucesivos cambios que él ha debido asumir para reconstruir la gobernabilidad del país. Pienso en su primera cuenta pública, el cambio de gabinete luego del 4-S, la aceptación del TPP11, el presupuesto 2023 con énfasis en reactivación económica y seguridad de las personas, y el visible giro discursivo y práctico frente a la violencia y el crimen, recientemente ratificado en La Araucanía.
En breves ocho meses, el Gobierno redefinió el carácter de su proyecto, el balance entre las fuerzas que lo acompañan, su equipo político, sus principales reformas y su discurso. De haberse estrenado con pretensiones refundacionales y maximalistas, convergentes con la propuesta de la Convención Constitucional, el Gobierno promueve ahora reformas incrementales sujetas a deliberación y a las mayorías del Congreso.
Tales procesos adaptativos han sido impuestos por las circunstancias: depresión económica e inflación, crimen organizado y generalizada sensación de inseguridad, devastadores efectos de la pandemia en la salud y la educación, restricciones fiscales, junto al masivo rechazo del intento refundacional y a la creciente conciencia —del propio gobierno— de la inviabilidad de imponer un nuevo paradigma de desarrollo.
Pero seamos claros: dichas adaptaciones —ya se verá más adelante cuán eficaces— han podido realizarse al ser procesadas, gradualmente internalizadas y luego implementadas por Boric y su equipo estratégico con eje en el Socialismo Democrático. El país ha ganado con esto. Debemos reconocer que la flexibilidad del timón —en circunstancias tan complicadas— ha sido decisiva para lograrlo.
¿Significa esto que hay un cambio de corazón y un auténtico nuevo espíritu en quienes conducen la nave del Estado?
Probablemente no, pero tampoco se requiere. Pues la política no es un juego de intenciones y almas bellas, sino de responsabilidades, de realismos, de adaptaciones mutuas, de reglas de poder. De allí, asimismo, que resulte inconducente calificar el comportamiento presidencial como meras volteretas, traiciones, renuncias u oportunismo táctico. Prefiero pensar que hay un principio de aprendizaje.
Al contrario, cabría destacar que en medio de las más grandes dificultades —un recambio generacional de la élite política, extrema confusión ideológica, ofuscación del clima parlamentario y deliberativo, fragmentación de los partidos y luego de tres intensos años de una débil gobernabilidad— exista todavía la posibilidad, a pesar de todo, de acordar algunas reformas esenciales (constitucional, previsional y aparatos de seguridad); corregir la dramática inefectividad de la salud (colas) y la educación (caída de aprendizajes), y enfrentar el reto del crimen organizado.
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