No solo la Constitución
“Sacar adelante una nueva Constitución es un prerrequisito. Pero apenas el primer paso”.
La sociedad chilena enfrenta problemas de fondo que por su enorme complejidad no obtienen la atención necesaria para figurar en la agenda de asuntos prioritarios.
¿A qué tipo de problemas me refiero? Mencionaré cuatro de primera magnitud.
Primero, la reproducción social de las desigualdades de la cuna debida a la ausencia de un adecuado cuidado de las y los infantes antes de los tres años de edad y, en seguida, de jardines infantiles de calidad para niñas y niños vulnerables. Si no se empieza temprano a igualar condiciones y oportunidades y se realiza la necesaria inversión social, la fuente de las desigualdades seguirá activa. El origen se convierte en destino.
Segundo, el estancamiento de la productividad de la economía desde hace una década. Su contribución al crecimiento es casi nula. El trabajo rinde poco, las destrezas provistas por la educación son de baja calificación, el mercado laboral es rígido, no hay diálogo social, la inversión en I+D+i es escasa, las políticas industriales son miradas con desconfianza y el emprendimiento no se masifica. La sociedad se detiene y desaparece la movilidad.
Tercero, el constante cuestionamiento y deseo de suprimir la colaboración estatal y privada en la provisión de bienes públicos esenciales, a pesar de la importancia estratégica que posee en Chile esa colaboración. Ocurre en salud, educación, previsión social, infraestructura, transporte, etc. Faltan políticas efectivas para reforzar y ampliar esas experiencias, corregir sus fallas, diseñar y regular mejor esos esquemas mixtos y hacerlos parte de la construcción de un moderno Estado social de derechos.
Cuarto, el problema de la violencia ligada a distintas formas de crimen organizado y desintegración social. El conocimiento comparado muestra que la difusión de estos fenómenos de anomia institucional —que afectan a familias, barrios, actividades comunitarias, mundo juvenil, colegios, lugares públicos, espectáculos deportivos, manifestaciones masivas, protestas, redes sociales, etc.— destruye la cohesión social y retroalimenta comportamientos anómicos.
En efecto, corroen la confianza interpersonal y colectiva, asocian metas culturales a medios ilegítimos para su obtención, reducen el autocontrol individual, fomentan la continua elusión y el desborde de las normas y finalmente demuelen el andamiaje interno que sostiene el normal funcionamiento de un orden social. América Latina está plagada de ‘ciudadanías del miedo’, pues se “vive mejor y más seguro como delincuente” (G. García Márquez).
Abordar los problemas de desigualdad de origen, productividad paralizada, provisión mixta obstaculizada y de anomia institucional es esencial para proyectar a Chile. Sacar adelante una nueva Constitución es un prerrequisito para ello. Pero apenas el primer paso. Si fallamos, tendremos que abandonar toda esperanza.
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