30 años de vuelta
“La consigna que los condenó suena cada vez más hueca y anacrónica”.
Las consignas políticas sirven un doble propósito: son directrices dadas a los miembros de un partido para orientar su acción y sirven, a la vez, como contraseña para el mutuo reconocimiento entre los integrantes de esa agrupación. Tienen pues un contenido intelectual y normativo por un lado y, por el otro, un sentido práctico y de integración colectiva.
Una consigna repetida frecuentemente durante el último tiempo es la relativa a los 30 años: “no son 30 pesos, son 30 años”, se dice para justificar el estallido del 18-O. Y, en versión más sofisticada: son 30 años de indiferencia, pobreza y desigualdad. Llegó así a ser una clave del octubrismo.
Hasta hace algunas semanas sirvió para afirmar la identidad generacional del gobierno de Boric y orientó la acción colectiva de la coalición oficialista (Frente Amplio y PC). Representaba a la nueva izquierda rupturista, antisistema, post neoliberal, y expresaba el surgimiento de un nuevo ciclo de la política chilena. Sobre todo, un proyecto refundacional, de cambio de paradigma, ajeno (se subentiende) a los males, deficiencias, renuncias y transacciones de la vieja Concertación.
Este último aspecto es esencial. Debía marcar un verdadero parteaguas entre el Chile del continuismo y el abuso, y una izquierda de moral superior. Una nueva Constitución clausuraría los 30 años e inauguraría el giro radical.
Pues bien, la consigna de los 30 años ha venido derrumbándose y el execrado período ha vuelto a renacer de los escombros.
La Constitución refundacional y maximalista fue rechazada y, con ella, desapareció la palanca habilitante del cambio paradigmático. El programa del gobierno de Boric, igual como la sociedad en su conjunto, están ajustándose para reducir la inflación de expectativas. Los centros neurálgicos de la administración —hacienda, seguridad y gestión política— están en manos de destacadas figuras (ex)concertacionistas. El lenguaje gubernamental se torna realista, asume límites, calcula medios, busca alianzas transversales y procura avanzar en la medida de lo posible.
De manera intempestiva, los 30 años están de vuelta; la consigna que los condenó suena cada vez más hueca y anacrónica. A ratos pareciera, incluso, echárseles de menos; nostalgia de una época sin embargo irrecuperable. ¡La historia no pasa en vano!
Para el Gobierno y las neoizquierdas refundacionales la pérdida de esta consigna —tan central en su discurso e imaginario— es un verdadero sacudón ideológico. Resta justificación y legitimidad a su ácida crítica del pasado reciente, que aparece cada vez menos fundada. Y cuestiona un aspecto crucial de su identidad colectiva, sobre todo en el frenteamplismo. De ser una auténtica consigna —con valor normativo e identitario— se convierte ahora en mero eslogan publicitario.
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