por Sebastián Escobar González, Académico Facultad de Educación, Psicología y Familia Universidad Finis Terrae. 5 mayo, 2022
La falla multisistémica apunta a cuestiones bien particulares, algunas de larga data, como la precarización de la educación pública en términos, por ejemplo, de infraestructura o insumos básicos. Pero también a cuestiones más relevantes y que hacen eco en el contexto posestallido social, como la formación que están recibiendo los(as) estudiantes de pedagogía. En esta línea, una cosa que llama la atención es la demanda por falta de personal docente y profesionales en los contextos educativos. Sin embargo, no estamos solo en una encrucijada que apunta al número de docentes que están en la escuela o liceo, tampoco necesariamente en la calidad de ellos, sino que también se visibiliza a un mundo adulto que impávido mira cómo transcurre la trama de violencia.
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Hay personas que se enferman y fallecen por algo particular; otros, tienen fallas sistémicas, afectando más de un órgano y mueren súbitamente. Esto último es lo que representan los niveles de violencia que viven escuelas y liceos en Chile y, en particular, la capital: un estado terminal con dificultad de tratamiento.
Micros quemadas y violencia física y psicológica entre distintos actores del espacio educativo es lo que más se observa. ¿De dónde emerge? ¿Qué pasa con los niños, niñas y jóvenes? ¿Qué pistas tenemos para comprender el fenómeno e intentar hacerle frente?
La falla multisistémica apunta a cuestiones bien particulares, algunas de larga data, como la precarización de la educación pública en términos, por ejemplo, de infraestructura o insumos básicos. Pero también a cuestiones más relevantes y que hacen eco en el contexto posestallido social, como la formación que están recibiendo los(as) estudiantes de pedagogía. En esta línea, una cosa que llama la atención es la demanda por falta de personal docente y profesionales en los contextos educativos. Sin embargo, no estamos solo en una encrucijada que apunta al número de docentes que están en la escuela o liceo, tampoco necesariamente en la calidad de ellos, sino que también se visibiliza a un mundo adulto que impávido mira cómo transcurre la trama de violencia.
Así, lo que emerge es una preocupación profunda sobre la formación inicial docente. ¿Cómo se está construyendo esa adultez, su formación profesional y en términos sociales? ¿Qué identidades están construyendo los jóvenes profesores? ¿Cuáles son las herramientas socioemocionales y de socialización con niños, niñas y jóvenes que las casas de estudios les están entregando?
La propia investigación sobre Formación Inicial Docente entrega información acerca de cómo el énfasis en las últimas décadas ha estado puesto en que jóvenes se formen principalmente en términos disciplinares (lenguaje, historia, matemáticas o ciencias, entre otros), dejando de lado cuestiones que parecieran ser fundamentales en la construcción de espacios democráticos y participativos: derechos humanos, género, multiculturalidad, entre otros aspectos.
Así, una pista para revertir esta falla sistémica, apunta justamente a dos cuestiones: por un lado, el rol de la investigación sobre niñeces y juventudes, en cuanto a sus problemáticas personales, identitarias y generacionales posestallido social y pandemia. Por otro lado, la discusión que debemos dar sobre cómo formar a los futuros docentes, teniendo en consideración que niños, niñas y jóvenes de hoy no son lo mismo que hace tres años, antes de vivir el fenómeno pandémico.
El problema de la violencia entonces no es solo una cuestión generacional, tampoco se explica por la precarización de las instituciones escolares de carácter público o la falta de personal, sino que se ha transformado en una disputa por el reconocimiento, evidentemente político, dado que tiene en su base una pugna por derechos, participación y visibilización. ¿Están las profesoras y los profesores preparados para ello? ¿Tenemos una política de Estado que vaya en este camino?
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