por Carolina Albornoz, Directora Ejecutiva Fundación Caserta, 5 mayo, 2022
El reciente anuncio del ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, de enviar durante este año un proyecto de ley para terminar con las pruebas Simce en los colegios, asegurando que su implementación solo ha generado una competencia excesiva entre los colegios, y que buscará convertir el sistema de aseguramiento de la calidad de los establecimientos, abre una oportunidad única de debate transversal sobre qué entendemos por educación de calidad en Chile. En particular, cómo la comunidad educativa bajo ese entendimiento se hará cargo de mitigar el retroceso en diversas dimensiones que han sufrido estudiantes y docentes y apoderados en los últimos dos años.
El enfoque planteado por el ministro Ávila de apuntar hacia un “modelo que mida aprendizajes”, que incluya “más indicadores de desarrollo personal y social” de los estudiantes, nos acerca a las dimensiones emocional, espiritual e interpersonal, por cierto, postergadas en el modelo educativo actual y que, en particular durante el contexto de pandemia y salud mental de Chile, se vuelven un imperativo abordar.
El profesor apuñalado por la espalda en Talcahuano, un apoderado sacando un arma para defender a su hijo en una pelea a la salida del colegio, brutales golpizas entre adolescentes, y las últimas denuncias de abusos sexuales a estudiantes, son ejemplos concretos de lo urgente que es promover e instalar como una prioridad la educación socioemocional desde vínculos colaborativos pensando en el presente y futuro del país.
La calidad de la educación a nivel global se evalúa con parámetros de la Agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible, sin embargo, Chile aún mide los conocimientos de niñas y niños con pruebas estandarizadas, las cuales suscitan un acuerdo transversal en la comunidad educativa que genera que los establecimientos educacionales, los docentes y también los estudiantes compitan unos contra otros. El problema de estas pruebas es que tienden a tener sus enfoques puestos en los resultados de los procesos educativos por sobre los procesos mismos (Whitty, Power y Halpin 1999). Esto, a su vez, se traduce en reflexiones superficiales respecto a la calidad educativa, competencias por medio de rankings, y la responsabilización y castigo a aquellas instituciones escolares que no logran alcanzar los estándares planteados (Durán Sanhueza, 2018).
En este contexto, desde la perspectiva Unesco, la educación requiere ser repensada con un nuevo enfoque adecuado a las necesidades educativas que surgen en el nuevo milenio, observando que en múltiples casos el tipo de educación ya no es pertinente a las sociedades en que vivimos.
Terminar con las pruebas Simce es un paso determinante para avanzar hacia un modelo educativo del siglo XXI, desde una mirada global, sostenible y pertinente a las necesidades actuales.
Observando la oportunidad de cambio, y desde el marco de referencia del “Mapa de Desarrollo Humano” de Fundación Caserta, tenemos la seguridad de que si abordamos el concepto de calidad desde una educación integral, abordando el bienestar docente, la formación desde lo socioemocional e interculturalidad y los vínculos colaborativos entre la comunidad, se podría impulsar un cambio a nivel sistémico. Se trata de un cambio que vaya desde lo individual, entre estudiantes y profesores, hacia lo colectivo, la comunidad escolar.
Dicho esto, tener un foco prioritario en los docentes es fundamental. Son ellos los principales agentes de cambio; en la medida que los apoyemos en la autogestión emocional, contribuiremos, también, a que se vinculen con toda una generación de estudiantes desde un enfoque integral y formen, así, personas con habilidades socioemocionales al servicio del desarrollo de una sociedad sana y sostenible.
Partir por abrir espacios para crear vínculos colaborativos entre profesores y profesoras de todo el país, desarrollando competencias para el nuevo rol docente del siglo XXI y fomentando la red colaborativa de vínculos como un verdadero ecosistema educativo, es la manera de pavimentar la educación de calidad para avanzar hacia un nuevo paradigma de educación integral para el desarrollo sostenible.
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