Enrique Fernández D.: La farra histórica del ministerio de Educación
Marzo 28, 2022

Captura de pantalla 2016-10-13 a las 11.10.26 a.m.La farra histórica del ministerio de Educación

por  27 marzo, 2022

“Toda crisis es una oportunidad”. Así reza un viejísimo dicho.

Pero para transformar una crisis en oportunidad no basta con saberse el dicho. Se requiere también de flexibilidad intelectual, de imaginación para vislumbrar cómo aprovecharla y, sobre todo, de voluntad para escuchar a los involucrados.

La pandemia ha sido, sin duda, una de las crisis más profundas y más extensas a que han estado sometidos los sistemas de educación en todo el mundo. A más tardar en junio de 2020 sabíamos que ésta no sería una situación pasajera, sino que se prolongaría mucho más de lo que el optimismo inicial había supuesto. Por lo mismo, también teníamos claro que había que detenerse a repensar el futuro de nuestro trabajo.

Los actores educativos fueron reaccionando de manera bastante atinada, dentro de las posibilidades que tenían: proveyeron a sus estudiantes de medios para acceder a las clases remotas, capacitaron a profesores y profesoras en diversas metodologías, crearon repositorios digitales de material educativo e hicieron otras tantas cosas, demasiado largas de enumerar.

Muchas industrias también respondieron en forma rápida y generaron las condiciones tecnológicas para pasar de una docencia presencial a una remota. Operadores de telecomunicaciones densificaron sus redes, proveedores de plataformas de trabajo docente mejoraron sus sistemas y ampliaron su oferta, y la industria editorial comenzó a desarrollar conceptos para aumentar los contenidos disponibles en formato digital, entre otros.

Mientras todo esto avanzaba en una dirección aún impredecible, el ministerio de Educación hizo del regreso presencial a clases la única razón de ser de su gestión.

Ello no estaba en sí equivocado ni era malo, sólo que no bastaba para imaginar un futuro mejor para la educación chilena. Exigir hacer lo mismo en condiciones completamente distintas, habla de la incapacidad de comprender el momento que se estaba viviendo o de un sesgo productivista, cuya prioridad era que los padres y madres regresaran al trabajo.

Como sea, el ministerio de Educación se farreó la oportunidad histórica de liderar un proceso de modernización general de la educación, que abordara diversas dimensiones: generar plataformas docentes adecuadas a los propósitos formativos actuales, que más adelante complementaran el trabajo presencial; realizar programas nacionales de capacitación en herramientas virtuales y en docencia en línea; crear repositorios de recursos educativos y espacios virtuales para la interacción de estudiantes, profesores y apoderados; redefinir el trabajo administrativo que rodea el quehacer docente estableciéndolo, cuando procediera, permanentemente como remoto; y hasta transformar la infraestructura de los establecimientos, adecuándolos a nuevas realidades laborales. En fin, la lista podría ser larguísima.

Pero poco y nada de eso se pensó y, mucho menos, se hizo. No se entendió la profundidad de la crisis, ni se supo cómo convertirla en una oportunidad.

Por supuesto, nadie puede pedir a otro que salte sobre su propia sombra. Uno hace lo que sabe, porque es lo que se conoce. Si no se tiene idea de los problemas de conectividad, de la carencia de equipos, del hacinamiento en las salas, de la falta de materiales adecuados, ni de profesores y profesoras que hasta cruzan en botes a sus lugares de trabajo, difícilmente se puede imaginar un mundo mejor. Menos aún cuando uno y los suyos ya habitan un mundo mejor.

Se perdió, entonces, la posibilidad de haber liderado un proceso de transformación de la educación, que la hubiera puesto a la vanguardia en temas no sólo de tecnología, sino también de metodologías de enseñanza y hasta de gestión.

Como consecuencia, el único legado que queda es la imagen de una autoridad que no compendió el momento histórico, no quiso dialogar con las comunidades educativas y sólo insistió en exigir patronalmente el regreso a las aulas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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