SEÑOR DIRECTOR
Los apremiantes y compartidos llamados a retomar la presencialidad en jardines infantiles y colegios acompañan a un creciente control de la pandemia. Llega el momento de restablecer el derecho y la obligación de educar en plenitud. Solo el Colegio de Profesores parece no entenderlo así. El resto de la sociedad espera un retorno seguro para marzo de 2022.
En efecto, la presencialidad es condición del aprendizaje, especialmente entre infantes, niñas y adolescentes. Una experiencia formativa prolongada supone interactuar cara a cara, estar en copresencia y una comunicación directa.
Incluso la universidad, que descansa sobre los aprendizajes autónomos de sus estudiantes, requiere convivencia y diálogo socrático, colaboración y comunicación próxima entre pares, formación de grupos y amistades, cultivo de la diversidad en la cercanía.
Las instituciones educativas son comunidades donde se cultivan valores, significados y maneras de pensar y hacer. Buscan desarrollar no solo la dimensión cognitiva sino, además, inculcar un ethos, formar valores, cultivar identidades e integrar un orden social. Una parte sustancial de todo esto se enseña y aprende en el contacto cotidiano con compañeras y compañeros.
Esa riqueza, diversidad y profundidad formativas -existencial y emotiva, ética y estética; adquisición de un mundo de vida- no puede alcanzarse a distancia, virtualmente, confinadas todas como mónadas que se comunican a través de imágenes en una pantalla. Por extraordinarios que resulten los avances tecnológicos que vienen.
Más bien, es responsabilidad de las y los educadores integrar de maneras innovativas esos avances dentro de los procesos formativos, creando nuevas combinaciones de presencialidad y virtualidad.
José Joaquín Brunner
Académico UDP, exministro
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