El soberano y sus designios
“Los intentos de ambos candidatos por ajustar y recalibrar sus propuestas tienen todavía mucho de cosmético”.
Débiles resultan hasta aquí los procesos de ajuste iniciados por los candidatos victoriosos y sus comandos de cara a la segunda vuelta del 21 de diciembre próximo. ¿Por qué necesitan acomodarse? Porque el mandato del pueblo soberano, esa “multiplicidad de individuos y actos”, les impuso una nueva realidad de poder.
Primero, una mitad de ese pueblo soberano no concurrió a votar. Pero está ahí y conocemos sus demandas: vivir con dignidad, mejorar sus condiciones materiales y una mayor atención pública a sus necesidades básicas. Ese es el “Chile profundo” de nuestra actual sociedad, tras treinta años de transformación modernizadora. Personas que desean participar en los beneficios del progreso y afirmar su individualidad e identidades. Los ganadores del domingo pasado no parecen llevarlos en cuenta.
Segundo, la votación demarcó —desde ya— límites para el próximo gobierno en ambas cámaras del Congreso, en las gobernaciones y consejos regionales y en las municipalidades a lo largo del país. El futuro presidente tendrá que buscar forzosamente acuerdos, negociar, construir consensos y asegurar gobernabilidad, crecimiento y reformas, con pocos recursos a su disposición.
Tercero, los resultados electorales desmienten la existencia de un “pueblo de la rabia”, que habría asumido la soberanía de la nación, como imaginan los octubristas, aún fascinados por el estallido del 18-O. Al contrario, hay una amplia diversidad y pluralidad de grupos e individuos, muchas veces con ideas e intereses contrapuestos, que, sin embargo, aspiran a vivir en paz y contar con una administración eficaz de los asuntos comunes.
Frente a esta realidad, ambos bloques ganadores, cada uno con el respaldo de apenas una fracción del cuerpo electoral, mantienen discursos inflados y rupturistas: Boric, en nombre de un proyecto refundacional; Kast, de una restauración reaccionaria. El primero despierta temores hobbesianos al desorden, la violencia, la escasez y la rebelión permanente en las calles. El segundo, un intenso miedo liberal frente a un orden patriarcal, autoritario, inquisitorial, antimoderno y contrario a la diversidad en todos los planos de la existencia.
Hasta el momento, los intentos de ambos candidatos por ajustar y recalibrar sus propuestas tienen todavía mucho de cosmético. O se manifiestan en abruptos giros discursivos, sin mayor coherencia, o bien son operaciones de imagen, como poner nuevos rostros en el escaparate de la campaña. Falta, en cambio, lo más importante: un diagnóstico certero de la nueva situación, planes de gobierno seriamente corregidos, capacidad para asegurar gobernabilidad.
Los dos candidatos están desafiados en su liderazgo. Deben transmitir una visión, convocar equipos técnicos y presentar planes de gobierno realistas; de lo contrario —ganen o pierdan— no estarán a la altura de lo que la gente espera de ellos.
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