Confusión e incertidumbre
“La verdad es esta: nadie sabe hacia dónde vamos”.
Faltando un mes para las próximas elecciones presidencial y parlamentaria reinan la confusión y la incertidumbre. Por el momento la política no está en condiciones de proponer un rumbo de gobernabilidad. La verdad es esta: nadie sabe hacia dónde vamos.
El Gobierno concluye su período acosado por todos lados. La Presidencia está debilitada, es impopular, carece de un respaldo oficial coherente y experimenta la embestida opositora de una acusación constitucional. La institucionalidad pública, particularmente el Congreso Nacional y los partidos, alimentan el ambiente de desgobierno. Hay violencia delictual en ascenso y violencia política en territorios del sur; crisis provocada por la migración del norte; inflación en la economía y desajustes en el mercado laboral. La pandemia aún mantiene bajo presión al sistema de salud. Tras dos años de vivir en emergencia, la población está exasperada y se siente sitiada por la inseguridad.
Además, la organización fundamental del país —derechos de las personas, estatuto de la propiedad, conformación del Estado, régimen político, convivencia social, distribución del poder, configuración territorial, integración cultural y matriz productiva— se encuentra en discusión. La instancia encargada de proponer nuestra futura carta constitucional avanza a tropezones y bajo la constante amenaza de desbordarse, reforzando el clima de inquietud entre expectativas y temores.
En este cuadro de enorme volatilidad e impredecibilidad, los tres principales bloques políticos —derecha, centro e izquierda, meras referencias de cartografía ideológica— aparecen fuertemente tensionados por sus dinámicas internas.
La derecha se halla fragmentada a lo largo del espectro liberal —desde libertarios y neoliberales pasando por liberal-sociales y comunitarios hasta visiones iliberales— y carga con el peso de un gobierno desafortunado. Compite por el futuro con dos almas: iliberal-conservadora una y, la otra, de renovación liberal-meritocrática, pero carente de raíces en el sector.
El centro, a su turno, ostenta una precaria infraestructura ideológica, huye de su propio pasado y busca ofrecer un talante peculiar —cambio tranquilo, gobernabilidad reformista, moderación frente a los extremismos— más que propiamente una capacidad estabilizadora eficaz.
Finalmente, la izquierda se encuentra atrapada en la tensión entre un nuevo pacto social rousseauniano y la radicalidad refundacional leninista; el reformismo socialdemócrata nórdico y el socialismo siglo XXI; el noviembrismo institucionalista y un octubrismo pro-ruptura y revuelta popular que, en estos días, volverá a probar suerte en las calles.
Acentuar el realismo del análisis es, por ahora, el mejor antídoto frente a la confusión y la incertidumbre.
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