SEÑOR DIRECTOR
La pregunta que debemos hacernos es si un acuerdo -llámese de mínimo común, acotado o basal- para hacer frente a la emergencia es necesario o no. La respuesta es evidente: se requiere con urgencia. Estamos en medio de una multicrisis: sanitaria (Covid-19), económica (ingresos de los hogares y empleo), social (vulnerabilidad, desigualdades, previsión, etc.), política (ingobernabilidad) e institucional (erosión de confianza y legitimidad).
Estas crisis se entreveran y actúan unas con las otras, produciendo efectos inmediatos, de corto y mediano plazo, a lo largo y ancho de la sociedad.
Ya en una oportunidad anterior, el 15 de noviembre de 2019, frente a la explosiva situación creada por las protestas sociales y una escalada de violencia antisistema, un arco mayoritario de fuerzas políticas suscribió un Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución. Esa decisión colectiva de oficialismo y oposición evitó una ruptura institucional y la profundización de la anarquía que amenazaba a los poderes públicos.
La situación actual, menos dramática quizá, sin embargo es igualmente inquietante: los principales actores de la esfera política -Presidencia, Congreso, coaliciones y partidos- parecen impotentes, creándose un vacío de conducción. Los liderazgos, en general, se hallan pulverizados. Priman racionalidades de cortísimo plazo, crispadas, de pequeños narcisismos y despreocupación por el bien común. Y por delante, a partir de la próxima semana, hay un intenso ciclo de elecciones y la tarea de rehacer nuestro pacto constitucional.
El tímido primer paso dado por el gobierno y la oposición hacia un nuevo acuerdo de mínimos comunes y acotados moviliza esperanzas, pero corre el riesgo de frustrarlas de inmediato. El oficialismo se ve enredado entre el equipo del Presidente y su coalición de apoyo, se arremolina en torno a candidaturas en competencia y abundan micro liderazgos centrípetos. La oposición se halla dividida entre partidarios de la ruptura institucional y el desborde social, por un lado, y una mayoría acéfala que confusamente busca cambios dentro de la institucionalidad con medios democráticos.
El interesante papel de la presidenta del Senado, en su doble condición de autoridad de un poder del Estado y líder de dicho sector democrático-institucionalista de oposición, está plagado de tensiones y puede desperfilarse fácilmente, convirtiéndose en un instrumento de demandas mediante las cuales la oposición quisiera acorralar al gobierno.
En fin, la urgente necesidad de un acuerdo para salir al paso de la multi crisis que aqueja a nuestra sociedad, requiere de liderazgos políticos e institucionales a la altura de los desafíos. Es decir, capaces de articular fuerzas, construir consensos y detener las tendencias autodestructivas que laten bajo la superficie.
José Joaquín Brunner
Académico UDP y exministro
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