¿Por qué América Latina necesita universidades de clase mundial?
Abril 26, 2021

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ABRIL 14, 2021

Philip G. Altbach • Jamil Salmi

América Latina —junto con el continente africano— es la región con la menor cantidad de universidades de investigación de alta calidad en el mundo. Ninguna universidad latinoamericana se encuentra en las primeras 100 en los rankings mundiales y relativamente pocos académicos y científicos de la región se encuentran entre los que tienen más citas académicas. América Latina representa un 8.5 % de la población mundial y una proporción casi equivalente del producto interno bruto del planeta (8.7 %), pero sus instituciones de educación superior contribuyen únicamente con 1.6 % de las primeras 500 universidades en el ranking de Shanghai y menos del 1.4 % de las 400 primeras instituciones de educación superior del ranking del Times Higher Education. Esto refleja una seria deficiencia en el caso de que esta región quiera producir investigación e innovación de alta calidad y quiera ser un reconocido actor del desarrollo científico en el siglo XXI, especialmente en estos tiempos de pandemia.

Una de las principales razones que posiblemente explican el desarrollo y la trayectoria de las universidades de América Latina es el papel que jugó la Reforma universitaria de Córdoba de 1918. En este texto, exploramos esta idea.

La Reforma de Córdoba, que inicia en la provincia del mismo nombre en Argentina, fue encabezada por un grupo de estudiantes que propugnaban por la democratización y modernización de dicha universidad; este movimiento lideró el desarrollo de las universidades nacionales, centradas en la enseñanza a lo largo del continente, y cimentó la idea de educación superior pública hasta la actualidad, complicando —o limitando— sus procesos de transformación y haciendo que la idea de cambio adquiriera un sentido negativo. Bajo el riesgo de simplificar, los principios de la Reforma de Córdoba se pueden resumir de la siguiente manera: las universidades tienen un papel muy relevante en la educación de los estudiantes, quienes serán parte fundamental de la construcción de los estados nacionales; producirán investigación y servirán a los países para contribuir a los esfuerzos de su desarrollo. Igualmente, lograr el acceso igualitario, gratuito y buscar la admisión de estudiantes basada en la transparencia y criterios básicos como la sola terminación de los estudios previos (bachillerato o enseñanza media superior o bien el uso de exámenes para el ingreso a la educación superior).  Otro tema muy importante en su agenda fue la importancia de la autonomía universitaria, en particular como protección en contra de regímenes autoritarios. Esto es, quedar libres del control gubernamental directo, con garantías plenas de poder ejercer la libertad académica; pero, al mismo tiempo, recibir el financiamiento público adecuado para cumplir sus funciones. Además, las universidades deberían ser gobernadas de forma democrática —tomando en cuenta a las y los profesores, las y los estudiantes, al personal administrativo— así como buscar elegir a sus líderes académicos, muchas veces incluyendo a las y los rectores de las mismas universidades.

En América Latina, las universidades públicas que siguieron el modelo derivado de la Reforma de Córdoba dominaron la concepción académica de la región y continúan siendo instituciones insignes que han registrado, de hecho, pocos cambios en términos de sus principios. Aun después de la masificación de las universidades, del crecimiento del sector privado —en varios países de América Latina, más de la mitad de la matrícula está inscrita en el sector privado— y de la considerable diversificación del sistema, las universidades con la herencia del movimiento de Córdoba siguen manteniéndose con un nivel elevado (“de oro”). Algunas de estas instituciones se han convertido en megauniversidades y varias son las productoras de la investigación más importantes de sus países. Este es el caso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que tiene cerca de 350 000 estudiantes (contando el estudiantado de bachillerato) o la Universidad de Buenos Aires, que cuenta con cerca de 309 000 estudiantes matriculados.

La situación ha sido exacerbada por los bajos niveles de financiamiento público que reciben la mayoría de los países de esta región, la falta de continuidad en las políticas nacionales debido a la inestabilidad política y, en algunas ocasiones, las visiones negativas sobre la importancia de su misión científica, ejemplificada de excelente manera por el gobierno de Bolsonaro en Brasil.

Los retos del gobierno de las universidades herederas del movimiento de Córdoba

El caso de la Universidad de São Paulo (USP) —la universidad número uno de Brasil— ilustra bien algunas paradojas y limitaciones de muchas de las universidades de América Latina, mostrando incapacidad de reformarse rápidamente con la flexibilidad que caracteriza a universidades emblemáticas de otras regiones del mundo. Aun cuando dicha universidad tiene la mayoría de los programas de posgrado en Brasil —anualmente produce más doctores que cualquier universidad en los Estados Unidos—, genera investigación relevante para el país y es una de las instituciones con el mayor financiamiento público en la región, su habilidad para manejar sus recursos está severamente restringida por las regulaciones que deben cumplir sus académicos y administrativos como funcionarios del servicio civil del país. Además, hay que señalar que la universidad en general tiene pocos vínculos con la comunidad internacional de investigación —de hecho sólo 3 % de sus estudiantes de posgrado son de otro país y la mayoría de sus profesores son graduados de la propia USP— lo cual refleja el fenómeno de la “endogamia académica”, común en las instituciones de educación superior latinoamericanas.

Un elemento clave sobre los problemas de estas instituciones es la ausencia de una visión de excelencia que rete el statu quo y busque su transformación; además, esto se ve reforzado por un sistema de elección democrática de líderes universitarios que, la gran mayoría de las veces, promueve el clientelismo y la frecuente rotación de líderes; un gran consejo universitario interno que torna difícil el proceso de toma de decisiones, y una cultura académica igualitaria que desaprueba reconocer y premiar a investigadores y docentes destacados. En Brasil —como en muchos países de América Latina y el Caribe— la falta de ambición estratégica para el desarrollo de la educación superior a menudo se puede observar tanto a nivel del gobierno nacional como en los propios líderes universitarios.

¿Qué se puede hacer?

La transformación de las universidades públicas de América Latina podría, sin duda, requerir de un segundo movimiento de Córdoba, impulsada por una visión audaz de la comunidad académica y un apoyo y recursos sustanciales del gobierno. Esto necesitaría lo siguiente.

En primer lugar: un incremento sustancial del financiamiento público. Actualmente el presupuesto de investigación en la región va del .3 al 1 % con respecto al producto interno bruto, muy por debajo de países nórdicos o países del este asiático. En segundo lugar: mantener un foco continuo en el servicio nacional y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Uno de los puntos fuertes de las universidades que siguen la tradición del Movimiento de Reforma ha sido su apuesta por el desarrollo nacional y social; es fundamental conservar esta tradición y visión. En tercer lugar: una estructura de gobierno moderna que permita la selección profesional de líderes universitarios de nivel internacional. Esta práctica —irónicamente— es aceptable cuando se trata de elegir al entrenador del equipo nacional de fútbol, pero es vista con recelo en el ámbito universitario; desde luego, las universidades son instituciones complejas que requieren un balance en la gestión y liderazgo, tanto profesional como académico. En cuarto lugar: resaltar la importancia de la autonomía y la libertad académica, junto con la responsabilidad y la rendición de cuentas ante el gobierno —que es la principal fuente de financiamiento— así como a la sociedad. En quinto lugar: se requieren tamaños manejables de las instituciones. La mayoría de las universidades de rango mundial tienen matrículas de cerca de 40 000 estudiantes —o menos— y tienen una gama bastante completa de programas académicos, tanto a nivel de licenciatura como de posgrado. En sexto lugar: la interdisciplinariedad. Las universidades más emblemáticas del mundo tienen estructuras e incentivos que fomentan y permiten la enseñanza y la investigación en todas las disciplinas; esto es notablemente deficiente en muchas universidades latinoamericanas. Por último: el tema de la internacionalización. Las universidades de esta región generalmente van a la zaga de sus pares globales en conexiones internacionales, becas colaborativas e investigación y movilidad; todos los aspectos de la internacionalización son importantes, incluida una mayor atención al uso del inglés para la movilidad internacional y la investigación en colaboración, mientras siga siendo el medio principal de la ciencia y el conocimiento global.

Nuestro argumento no es un ejercicio “académico” sino una invitación a los gobiernos y líderes institucionales a reflexionar sobre el papel de desarrollo de sus universidades en el siglo XXI. América Latina merece tener universidades de primer nivel que se comprometan con la ciencia global produciendo investigación aplicada y básica de vanguardia, formando éticamente ciudadanas y ciudadanos y profesionistas, y contribuyendo al desarrollo sostenible de estas naciones. Una cosa es clara, el modelo tradicional de las universidades del legado del movimiento de reforma de Córdoba —aunque fue innovador y exitoso hace un siglo— no parece adecuado para la actualidad y debería ser revisado críticamente. Otro movimiento de esas dimensiones es necesario, pero esta vez no un modelo común como lo propuso Córdoba, sino uno que tome la forma de ideas innovadoras e iniciativas valientes que se adapten a las necesidades y aspiraciones nacionales de cada país.

 

Philip G. Altbach
Profesor investigador y miembro distinguido del Centro para la Educación Internacional del Boston College de los Estados Unidos.

Jamil Salmi
Experto internacional en temas de desarrollo educación superior, profesor emérito en política de educación superior de la Universidad Diego Portales de Chile e investigador asociado del Centro para la Educación Internacional del Boston College de los Estados Unidos.

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