Mirando la educación hacia 2021“Niñas, niños y jóvenes han tendido a pasar a un segundo lugar en la percepción pública. Con todo, el entramado de procesos de enseñanza y aprendizaje continúa vivo y desarrollándose con la misma intensidad de siempre, aunque con formas y modalidades diferentes”.
Podría pensarse que la educación ha perdido importancia en la agenda pública durante este año, cuyo balance empieza a formularse. En efecto, las preocupaciones mayores del período han sido la pandemia y el riesgo sanitario, el desempleo y el deterioro de las condiciones de vida, la inseguridad y la violencia delictual, y los persistentes efectos del calentamiento global y la crisis medioambiental.
Los mayores de edad, mujeres y hombres, ocupan el centro de la escena mediática: se hallan más expuestos a la peste, la pobreza, la soledad y la falta de medios y asistencia. Asimismo, las mujeres sobrellevan una desproporcionada carga en las actuales circunstancias, marginadas del mundo del trabajo, sometidas a la presión doméstica, al cuidado de los hijos y frecuentemente a situaciones de violencia intrafamiliar.
Por el contrario, niñas, niños y jóvenes han tendido a pasar a un segundo lugar en la percepción pública, a pesar de su extendida vulnerabilidad, del confinamiento y la incomunicación. Su escolarización formal debió mudarse a los hogares; las escuelas, universidades y todo tipo de centros educativos están vacíos o solo mantienen un mínimo imprescindible de actividades presenciales; la detallada organización de la jornada diaria se halla alterada y el ruidoso enjambre juvenil ha desaparecido de las calles.
Con todo, tras ese aparente desvanecimiento social e incluso político de la prioridad educacional, el entramado de procesos de enseñanza y aprendizaje —visibles e invisibles, formales e informales, presenciales y a distancia, sincrónicos o no— continúa vivo y desarrollándose con la misma intensidad de siempre, aunque con formas y modalidades diferentes.
La educación a lo largo de la vida, de la cuna a la tumba, en espacios predeterminados y fuera de ellos, en contacto con la familia o la naturaleza, mediada por docentes o pares, planificada o espontánea, canalizada a través de libros o internet, es un fenómeno consustancial con las sociedades humanas y no desaparece, incluso en medio de pestes, guerras y otras catástrofes. A fin de cuentas, somos, como expresa Kant, la única criatura que debe ser educada; homo educandus, pues como dice él mismo, el hombre solo llega a ser tal a través de la educación.
Dicho en términos contemporáneos, el fenómeno humano —mujer u hombre, o cualquier elección entre ambos; siempre en tensión entre la naturaleza, las máquinas y los dioses— se forma a partir de sí mismo en contacto con los otros. Es socializado a lo largo de una trayectoria a través de la que se hace parte, reflexivamente, de la sociedad y la cultura de su época.
El año que está por concluir no puso entre paréntesis ni suspendió esos procesos inherentes a nuestra humanidad, para decirlo en la tradición formativa de la bildung. Solo cambió su horizonte existencial y organización cotidiana. Además, los dispositivos empleados para educar y aprender se combinaron de otras maneras: hogar y escuela, presencialidad y virtualidad, prioridades pedagógicas, métodos de transmisión y recepción, exámenes y otras evaluaciones, calificaciones y promociones.
Sin duda, la figura del maestro se ha visto constreñida por las circunstancias extraordinarias en que se desenvuelve la comunicación pedagógica. También la experiencia educacional del estudiante ha mudado, al reducirse a un mínimo las disposiciones de espacio, tiempo, interacción y trato que constituyen el orden escolar. Al fondo, sin embargo, la comunicación educacional ha seguido operando y el año no se ha perdido, aunque la presencialidad escolar haya sido interrumpida. El mismo sistema escolar ha mostrado mayor resiliencia que la esperada.
Algo similar ocurre con las políticas del sector y sus actores y partes interesadas: ministerios y agencias públicas encargados de la educación, la ciencia y la cultura; colegio de profesores; asociaciones de sostenedores, padres y apoderados. En breve: el conjunto de organismos e instrumentos mediante el cual se gobierna y coordina el sistema nacional de educación, y se organizan masiva y diferenciadamente los procesos de enseñanza y aprendizaje, lo que ha continuado operando a pesar de las dificultades.
Sin duda, el sistema ha debido adaptarse a un entorno turbulento y hostil, igual que las comunidades escolares. Las tensiones y conflictos han sido parte de esa adaptación; por ejemplo, si retornar o no a las aulas, cuándo y cómo.
Frente a estos dilemas, la peste ha evolucionado en ocasiones más rápida y agresivamente que la respuesta de las autoridades, como ha ocurrido también en otras partes del mundo. Basta observar lo sucedido con los planes de retorno a las salas de clases que, frecuentemente, han tenido que revisarse sobre la marcha para responder a las cambiantes circunstancias. Desde ya, el mundo educacional se prepara para un nuevo año con una mixtura de formas presenciales y a distancia.
Esta perspectiva se verá complicada adicionalmente por la creciente estrechez de ingresos que experimentarán los colegios públicos, sean de administración estatal, municipal o privada. Algo similar ocurrirá con las instituciones de educación superior. El riesgo es que se produzca una falla sistémica con cierre de establecimientos o un visible deterioro de la calidad.
Numerosos establecimientos podrían verse amenazados por una caída de matrícula, retiro de estudiantes, deudas acumuladas y costos crecientes, llevando a perder el apoyo de sus comunidades y a una espiral de deterioro. El Gobierno necesita anticiparse a esta situación. No vaya a sucederle de nuevo lo que ya debía haber aprendido: que las soluciones inoportunas resultan insuficientes, más caras y desacreditan a las autoridades.
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