Balance 2020: narrativas del Covid
Diciembre 31, 2020

Captura de pantalla 2016-10-13 a las 10.55.42 a.m.José Joaquín Brunner: Balance 2020: narrativas del Covid

La peste, su experiencia y efectos, da lugar a decenas de relatos que intentan volver comprensible el presente y anticipar posibles futuros. Responden a las preguntas sobre qué nos está ocurriendo, hasta cuándo, qué sentido tiene, cómo saldremos de esta situación, qué vendrá después y qué huella dejará la pandemia (…) surge la inquietud sobre cuáles se verán confirmados y cuáles no; o qué nos mueve a resonar con ellos o a descartarlos; y si acaso la historia los avala o cuestiona.

José Joaquín BrunnerAcadémico UDP, ex ministro
I

Es un final de año extraordinario, con un sólo relato dominante: la peste del Covid-19. Todo lo demás que ocurre a nuestro alrededor parece anudarse allí: el deterioro de la economía, el empleo, los ingresos y el consumo; las rupturas del normal tráfico humano; el distanciamiento físico y la comunicación a distancia; la presión existencial sobre las familias y los equilibrios individuales; el temor por la propia salud—sobre todo mental—y la de nuestros más próximos; la interrupción del proceso escolar de infantes, niñas y niños y jóvenes; la inseguridad y los signos cada vez más contundentes de violencia delictual; la exasperación y el cansancio; la tímida esperanza que trae consigo la anhelada vacuna. 

Todo se aprecia a través de este foco. Lo que viene por delante se denomina la post pandemia. Lo que se halla atrás de nosotros se llama antes de la pandemia.

La peste, su experiencia y efectos, da lugar a decenas de relatos que intentan volver comprensible el presente y anticipar posibles futuros. Responden a las preguntas sobre qué nos está ocurriendo, hasta cuándo, qué sentido tiene, cómo saldremos de esta situación, qué vendrá después y qué huella dejará la pandemia. 

Los relatos son parte de la forma cómo experimentamos el mundo, transmitimos nuestras emociones, nos explicamos socialmente los hechos e interactuamos entre nosotros. Suele decirse que las personas somos seres narrativos. Que una dimensión fundamental de nuestra psicología consiste en  contar(nos) historias. Lo humano es resultado de esas conversaciones a través de las cuales—a lo largo del tiempo—hacemos sentido del mundo y construimos significados, independiente de si se trata de hechos o imaginaciones, de argumentos o creencias, de recuerdos o anticipaciones.

Como siempre, Shakespeare ofrece por boca de Macbeth la mejor recordada versión de la vida como relato; “No es la vida más que una andante sombra, un pobre actor que se pavonea  y se retuerce sobre la escena su hora, y luego  ya nada mas de él se oye. Es un cuento  contado por un idiota, todo estruendo y furia,  y sin ningún sentido” (IV, 5).

II

En relación con esta perspectiva, surge la inquietud sobre cuáles relatos surgidos de la peste se verán confirmados y cuáles no; o qué nos mueve a resonar con ellos o a descartarlos; y si acaso la historia—o sea, narrativas basadas en experiencias pasadas—los avala o cuestiona. Para responder a estas interrogantes distinguiremos tres familias de relatos: unos que probablemente resulten desmentidos por los relatos en que nos veremos envueltos mañana o pasado mañana; otros que quizá se sostengan—a lo menos parcialmente—en futuras conversaciones, y otros, en fin, que probablemente se vean verificados cuando realicemos los próximos balances anuales.

Se trata, por cierto, de un ejercicio conversacional, de una especulación libre de ataduras, sin pretensión de validez empírica ni nada semejante. Es decir, buscamos nada más que ofrecer una narrativa adicional, fundada en relatos que circulan, su clasificación y combinación, de manera de obtener, a través de aquella, un significado complementario del fin de año. 

Dentro del primer tipo de relatos, los que probablemente serán desmentidos, caben aquellos que atribuyen a la pandemia—y ésta es una reacción habitual, según muestra la literatura sobre pasadas pestes—efectos constructivos, edificantes, sanadores, higiénicos, reparadores o de mejora humana, tales como:

  • Chile saldrá fortalecido, más atento a sus propias capacidades de resistir y salir adelante, revitalizado por haber superado una prueba extraordinaria;
  • De ésta experiencia, emergeremos todos—como sociedad—con una mayor sensibilidad comunitaria, solidaridad local, menos individualistas,competitivos y egoístas. La pandemia habrá sido una escuela de virtudes. 
  • También nos habremos vuelto menos consumistas, más preocupados de los valores familiares, más espirituales y con mayor sentido trascendente; más religiosos incluso, aunque no necesariamente en el sentido de las iglesias cristianas sino de una religiosidad de tipo new age, de una sensibilidad más orientalista, o de unificación con la naturaleza, o de un nuevo bienestar mental y físico (wellness). 
  • En el terreno político local habrá un espíritu de mayor concordia y más propenso a los acuerdos, se reducirá la polarización, trabajaremos más mancomunadamente personas y grupos hoy enfrentados; se reducirá la intensidad de los conflictos. Todos habremos aprendido a valorar la unidad como un antídoto frente a la fragilidad social.

Estos relatos, y tantos otros similares que circulan en estos días, descansan en una suerte de antiguo metaconcepto que los inspira de una u otra forma: que el sufrimiento es reparador; base para el desarrollo de una ascética intramundana que, como explica Max Weber, educa a las personas “en la dura escuela de la vida, prudentes y arriesgados a la vez, sabios y perseverantes”. Salvo excepcionalmente este principio no funciona. Ni guerras, ni terremotos, ni enfermedades o encierros, ni tampoco dictaduras o destierros han mejorado la naturaleza humana o sublimado las pulsiones agresivas de los sobrevivientes.

Una segunda familia de relatos, aquellos que quizá se sostengan—a lo menos parcialmente—en cuanto a su proyección futura, corren en una dirección distinta y poseen un supuesto menos fuerte o demandante que los de la categoría anterior. Transmiten, si se quiere, un mayor grado de realismo en cuanto a las expectativas respecto al curso de las cosas. Proclaman ideas como las siguientes:

  • Las élites, tras la pandemia, habrán adquirido una mayor conciencia  de las desigualdades existentes en la sociedad, especialmente en el terreno tecnológico, del acceso y uso de las redes digitales. No es que hayan tenido de pronto una revelación y un cambio de espíritu; se trata, más bien,  de una constatación práctica, sobre cuya base se preparan para actuar.
  • Existirá cierta revalorización de la escuela, del sistema escolar, de  las clases presenciales, de una jornada diaria vivida fuera del hogar, en contacto con otros ajenos al círculo familiar. Este podría ser uno de los principales aprendizajes de este tiempo extraordinario, donde la vida normal de niños, jóvenes y adultos fue puesta entre paréntesis. La escuela, en efecto, sí juega un papel fundamental en la formación de las personas. Pero en Chile sus diferenciales de calidad son tan abismales que quizá la desconfianza en ella se mantenga, convrazón, entre vastos sectores.
  • Tal como ocurrió tras otras pandemias, la restitución del tráfico normal entre la gente traerá consigo un escalamiento de las demandas por seguridad de la vida y la propiedad. Habrá mayor pobreza, menos empleo, menor circulación de dinero pero las necesidades serán las mismas y la normativa en su conjunto estará más feble. La anomia que trae consigo la peste demorará en descender a su nivel ordinario. En el intertanto el orden y la seguridad serán más vulnerables y la exigencia por ellos más intensa. 

Si este grupo de relatos aparece rodeado de una mayor probabilidad es simplemente por su realismo, por no suponer cualidades especiales en los actores, por atenerse al principio inercial y conservador de las sociedades que, en condiciones de relativa normalidad, no experimenta cambios radicales en los comportamientos de sus miembros. Tecnología, educación y seguridad son tres constantes de la evolución humana; nunca desaparecen, solo se ajustan a las circunstancias.

Por último, una tercera familia agrupa relatos que probablemente se vean verificados  cuando realicemos los próximos balances anuales, como por ejemplo:

  • La pandemia, en sucesión del estallido de violencia y las protestas del año anterior (2019), terminará por poner definitivamente en retirada la visión neoliberal del mundo en favor de un sentimiento socialdemócrata o Estado-activo, aunque persista el empleo de determinados instrumentos de aquella caja de herramientas que se habrá tornado obsoleta. La búsqueda de protección, autoridad y de un ‘efecto rebaño’ es un sentimiento típico de las postcatástrofes y un caldo de cultivo de los populismos autoritarios.
  • Por otro lado, el prestigio y la creencia en el valor de las ciencias y tecnologías comandarán una especial admiración y mantendrán por un tiempo la popularidad carismática de la figura de las y los científicos. (Lo cual no se traduce necesariamente en un mayor gasto público en investigación y desarrollo, para que nadie se haga una ilusión). 
  • Se extenderá una mayor conciencia y preocupación respecto de la población de la tercera edad—sus capacidades, necesidades y problemas—justo cuando el sistema de previsión social se encuentre en su punto más bajo, generándose allí una brecha adicional de difícil manejo político. O sea, de poco servirá esa nueva sensibilidad sin que a la par se multipliquen las oportunidades de vida de los viejos.
  • Se creará un consenso transversal sobre la importancia de las nuevas tecnologías de información y comunicación como una forma de vida y sobre la imperiosa necesidad de mejorar las redes, conexiones e  infraestructura para el desarrollo de la alfabetización y habilidades digitales. Los proveedores occidentales y chinos de servicios e infraestructura imprescindibles para esta nueva forma de vida competirán por la hegemonía de esta nueva civilización.
  • En general, crecerán las presiones sobre el Estado para la provisión de bienes públicos  de mejor calidad, especialmente salud, educación, vivienda, ciudad y previsión. Sin duda, éste será un eje del debate constitucional en casa  y del intento del siglo 21 por fundar un capitalismo global ‘con rostro humano’, quizá el último antes de dar paso a un nuevo ordenamiento económico social del mundo que aún no podemos imaginar.

Varias de las tendencias contadas dentro de esta tercera familia de relatos vienen de antes de la peste del Covid-19, mas se han fortalecido durante el año que termina y, probablemente, acelerado. De alguna manera dan razón a los relatos genéricos—cada vez más presentes—sobre un cambio de época, o un ajuste civilizatorio, o una transición de la economía política de la globalización hacia una ‘cuarta revolución industrial’.

De este modo viejos y nuevos relatos continúan tejiendo esta ‘andante sombra’ que nuestra existencia social, la peste incluida, proyecta sobre el planeta.

¡Bienvenidos al nuevo año!

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