Lecciones del mundo educacional para compartir con la sociedad
“La pandemia nos ha hecho vivir suspendidos en medio de una crisis. Pero hay seis aprendizajes que se pueden extraer. El primero es que no ha sido tiempo perdido”.
El mundo educacional y sus habitantes —profesores, estudiantes, familias, comunidades escolares, instituciones educativas, agencias públicas del sector, fabricantes de tecnologías y materiales de aprendizaje— hemos vivido nueve meses suspendidos en medio de una crisis.
A mitad del camino, ¿qué lecciones podemos extraer de esta experiencia?
Primero, que no ha sido tiempo perdido. Las dos posturas contrapuestas a este respecto son infundadas. Pensar que nada se ha perdido y que infantes, niños y adolescentes han aprendido valiosas lecciones confinados en sus hogares renueva la visión romántica atribuida a Rousseau de una educación sin mediaciones institucionales.
Tampoco es cierto que este ha sido un año perdido. Todos hemos aprendido a enfrentar dificultades, a manejar riesgos, a participar en microrredes de apoyo y a mirar la adversidad de frente. Sin embargo, lo hemos hecho en circunstancias muy disímiles.
Y allí radica la segunda lección: que la mano invisible de la crisis reparte las cartas de manera desigual entre quienes —por las posiciones y oportunidades que ocupamos en la sociedad—gozamos de toda suerte de ventajas y protecciones, y quienes, en el otro extremo, solo acumulan desventajas y riesgos. La pandemia amenaza a todos los individuos, pero con un sesgo clasista cruel y despiadado. Como dice el evangelio de Mateo: porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
Tercera lección, de lenta asimilación y aún en pleno desarrollo, ha sido la resiliencia del personal y el sistema de salud; desde el personal de base, médicos, administración hospitalaria, redes municipales, comunidad científica, hasta autoridades sectoriales han desplegado capacidades y mostrado valores encomiables. En sus dimensiones formativas, estos atributos son resultado también de las instituciones educacionales, cuyos méritos merecen reconocerse.
En cuarto lugar, por el contrario, constatamos que, aún en medio de la grave crisis y del esfuerzo inaudito que para salir adelante realiza la parte más afectada de la sociedad, la esfera dirigencial y política, el mundo educacional no ha logrado apaciguar sus querellas ideológicas y superar las trincheras partidistas para oponer un frente común a la peste.
Incomprensiblemente, Gobierno y oposición se hallan enfrentados en cuanto al retorno a clases, el presupuesto de jardines infantiles y universidades, el futuro de los liceos Bicentenario, la implementación de los servicios locales de educación, las ayudas estudiantiles y el fomento de la investigación en las ciencias y humanidades. Justo ahora, cuando el sistema educacional requiere fortalecer sus sobrepasadas capacidades y desplegarlas con visión estratégica, nos restamos de la causa común por la equivocada idea de que el mundo educacional es un terreno para probar fuerzas entre el oficialismo y la oposición, la derecha y la izquierda, laicos y católicos, estatistas y privatistas.
Quinta lección, en una línea convergente con la anterior, hemos debido admitir la extrema debilidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje del ethos, las reglas y prácticas democráticas en nuestra sociedad. Esto toca a todas las instituciones: familias y escuelas en primer lugar, municipios y organizaciones no gubernamentales, universidades, medios de comunicación e iglesias, centros comunitarios y movimientos de opinión. Todo aquel intrincado tejido social sobre el que se levanta una democracia, según observó Tocqueville ya en su tiempo, ha fallado aquí.
Lo cual provoca un visible retroceso del Estado de Derecho y la legalidad, de la legitimidad de las instancias de representación, del lenguaje y la cultura política, de los acuerdos entre grupos adversarios; en fin, de la convivencia entre intereses y creencias propios de una sociedad pluralista. Ahora debemos acostumbrarnos a funas físicas y virtuales, a repetidos hechos de violencia vandálica, a asaltos armados con motivación política y previamente concertados, al creciente desprestigio de los poderes públicos, usos torcidos de la Constitución y a un clima cada vez más odioso entre quienes detentan posiciones de poder o agitan resentimientos a través de las redes sociales.
Sexta y última lección: si se piensa que en ese deteriorado ambiente deberemos diseñar, elaborar y aprobar una nueva Constitución, se concluye fácilmente cuán pobre ha sido la contribución de nuestro mundo educacional al cultivo de una cultura democrática. Puesta a prueba por diversas crisis, como ocurre hoy, se expande la sensación de que hemos sido, colectivamente, malos alumnos y profesores de educación ciudadana. Lo cual complicará también afrontar los problemas que ese mundo tiene por delante.
En lo inmediato, el retorno a las actividades presenciales que, vista la evidencia internacional, será accidentado y desigual a lo largo del país. Enseguida, la gobernanza y el financiamiento del sistema en todos sus niveles se verán obstaculizados por la limitación de los recursos fiscales y la lucha político-electoral. A mediano plazo, el principal desafío será hacernos cargo de las nuevas condiciones de la desigualdad educacional, agravadas por efectos de la pandemia, las brechas tecnológicas y el retroceso en las condiciones de vida de la mayoría de los hogares.
En suma, será necesario un esfuerzo combinado y de gran magnitud de la sociedad y la política para volver a estabilizar el mundo educacional y dejar atrás las huellas de la crisis actual.
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