José Joaquín Brunner: De populismos y sus varias especies
El populismo contemporáneo necesita entenderse en el contexto de la crisis de la democracia, la pérdida de legitimidad de los gobiernos, la explosión de demandas sociales que vimos antes y la búsqueda de soluciones en una época de política posmoderna y posutópica.
A propósito de los más diversos asuntos aflora en el lenguaje político en uso el término ‘populismo’. Podría creerse que se ha convertido en un trending topic de analistas, opinólogos, editorialistas y columnistas. Está a tono con el momento posmoderno de decaimiento de los ‘grandes relatos’ ideológicos (liberalismo, comunismo, socialdemocratismo, socialcristianismo, conservantismo, socialismo, progresismo, globalismo, etc.) y con el consiguiente vaciamiento de la imaginación utópica.
I
Hoy las aspiraciones en sociedades como la nuestra son acotadas y referidas a los ‘problemas de la gente’. Las banderas de lucha y las demandas se multiplican hasta el infinito. Tienen que ver con todo tipo de asuntos.
Por ejemplo, en la esfera del bien estar, con deudas y deudores, AFP, enfermedades e Isapres, retiro voluntario de sucesivos 10% del dinero para pensiones, asuntos de orden y seguridad, disposición de la ciudad, ciclovías, transporte colectivo, acceso a los colegios, etc. En la esfera de la naturaleza, con el agua, la atmósfera, los ríos y lagos, diversas especies animales, flora y fauna, bosques, océanos, glaciares, el medio ambiente, parques nacionales, contaminación, zonas de sacrificio, energías limpias, etc. En la esfera de los bienes colectivos, con el reconocimiento de identidades de género, edad, etnia, clases sociales, diferentes minorías, capacidades o talentos especiales, méritos, status, localidades, provincias y regiones En la esfera jurídica-constitucional, con una nueva constitución, la afirmación de derechos, no solo de los viejos y nuevos derechos políticos, civiles y sociales, sino también de una generación posterior como son el uso de los avances de las ciencias y la tecnología, el patrimonio común de la humanidad, un desarrollo que permita una vida digna, acceso a la informática, derecho a la autodeterminación informativa y la seguridad digital, la robótica e inteligencia artificial, el post o transhumanismo, etc.
El populismo se va instalando gradualmente como una ideología que busca asociar ese variopinto conjunto de demandas bajo una reivindicación generalizada de pueblo contra el sistema o las élites o los partidos y la política. Su raíz contemporánea está ahí, por tanto, en este amplio espacio de expectativas y reclamaciones de toda clase que crea el capitalismo democrático en una fase intermedia de desarrollo, cuando aún no cuenta propiamente con un Estado de bienestar, pero debe satisfacer de alguna forma esas múltiples demandas insatisfechas y en constante movimiento ascendente. Éstas son un blanco móvil que no da pausa a los gobiernos y los mantiene en constante tensión, como podemos observar en Chile y en el resto de América Latina, bajo administraciones de distinta orientación programática.
Luego, el populismo no es cualquier tipo de promesa demagógica; o una mera cuestión de hipersensibilidad frente al aluvión de reivindicaciones que se pretende responder de inmediato con cargo al (limitado) presupuesto fiscal; o una suerte de hiperactividad voluntariosa en la base reticular de la polis, buscando auxiliar y socorrer y apoyar y solidarizar con las necesidades de la gente. En breve, no es solo simplismo o buenismo o asistencialismo o pastoralismo o comunitarismo. Ni tampoco puede reducirse únicamente al deseo de identificarse con la opinión encuestada, como suele aparecer en la prensa, donde se opone el facilismo de esa identificación con la complejidad y gravedad o seriedad de los asuntos que toca abordar a la política-en-serio, cuya meta sería conducir a las masas y no dejarse llevar por los sentimientos y deseos de aquellas. La definición de la RAE se aproxima a esta noción ‘débil’ de populismo; casi como una falla del carácter dirigencial: “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”, término usado despectivamente. Sería el populismo una forma de seducción demagógica.
II
Por el contrario, el populismo es algo más fuerte y consistente que esas versiones relativamente banales que lo confunden con invitación a las masas a dejarse seducir, o bien, con conductas de dirigentes y grupos directivos que cederían ante las presiones de las muchedumbres, sobre todo cuando éstas se manifiestan en las calles. En vez de seducción, el populismo se hallaría entonces originado por el temor a la plebe.
Ni seducción ni temor, el populismo contemporáneo necesita entenderse en el contexto de la crisis de la democracia, la pérdida de legitimidad de los gobiernos, la explosión de demandas sociales que vimos antes y la búsqueda de soluciones en una época de política posmoderna y posutópica.
Ayer mismo, Héctor Aguilar Camín, un bien conocido intelectual mexicano, escribía en un diario de su país sobre este tópico y explicaba al populismo como un “proceso de destrucción democrática de la democracia”, retratando su sorprendente similitud en todas partes: “Un líder carismático se hace de la presidencia por legítima voluntad de electorados hartos, captura luego paso a paso los otros poderes del Estado, el legislativo y el judicial, neutraliza o destruye los órganos autónomos del propio Estado, cambia las leyes para concentrar el poder, lo concentra y, finalmente, diseña alguna forma de reelección o de permanencia atrabiliaria en el gobierno”.
El “en todas partes” del autor incluye en América Latina a Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Brasil y México. Pero sería también el rumbo tomado por la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la Hungría de Orban, la Bielorrusia de Lukashenko. Y habría sido el camino de Gran Bretaña hacia el Brexit y el de Estados Unidos hacia la presidencia de Trump.
No resulta lógico, sin embargo, reunir, bajo un mismo rótulo del populismo a esa diversidad de experiencias políticas; sobre todo, sin distinguir entre populismos de derecha e izquierda.
Los primeros buscan unificar las reivindicaciones y malestares de la sociedad civil bajo un nacionalismo restaurador del orden y la seguridad. Identifican un entorno hostil y peligroso y un enemigo interno, los inmigrantes (con sus religiones, costumbres y valores antagónicos y disolventes), y cultivan la figura de un líder autoritario, vinculado al pueblo por un compromiso no-político o antipolítico y, además, antiliberal.
Es un populismo esencialmente escéptico frente a la democracia por considerarla incapaz de procesar una abundancia tal de demandas y generar un orden estable; en su reemplazo crea una nueva elite alrededor del jefe, como han hecho los caudillos de derecha mencionados más arriba, excluyendo de paso a la antigua clase política y a cualquier foco de legítima oposición. Sin necesariamente ideologizar el manejo de la economía, optan habitualmente por un capitalismo nacionalista, de proteccionismo industrias y exaltación de trabajadores y empresarios nacionales. Culturalmente, el populismo de derechas es ruralista, de tradiciones y valores patrióticos, anhela reforzar una comunidad moral, valora sus componentes religiosos, repudia lo multicultural, lo cosmopolita, el racionalismo académico y el papel crítico-ilustrado de las ciencias y humanidades.
El populismo de las izquierdas actuales, en cambio, busca establecer una equivalencia de significados dentro de la infinita acumulación de expectativas y demandas populares, proyectándola hacia una concepción del pueblo entendido como sujeto colectivo (los de abajo) enfrentado a las élites económico-políticas, socioculturales y militares (los de arriba).
Este nuevo sujeto histórico—forjado en la calle y las protestas hasta idealmente desembocar en la revuelta—estaría en condiciones de imponer eventualmente una ruptura, desde dentro de la democracia, con el sistema capitalista (neoliberal) y abrir paso hacia un nuevo régimen de tipo socialismo del siglo 21, economía estatal-solidaria o sociedad regulada colectivamente en función de una ‘buena vida’ y no por los mercados. Este sujeto se expresaría a través de algún tipo de liderazgo carismático-rupturista, identificado como popular, en base a un partido o una alianza o frente común de fuerzas, que surge desde la sociedad civil en movimiento y es ungido popularmente.
Es por tanto un populismo que busca sustituir la democracia liberal, formal, burguesa, por formas de participación, consulta, plebiscitos, poderes locales y de base, asambleas, cabildos, etc., donde la intermediación es provista o por un nuevo partido emergente o por una élite revolucionaria que se hace cargo de conducir la ruptura y la construcción del nuevo orden, basado en una organización no-capitalista de economía política, en movimientos sociales rupturistas y en otras serie de cadenas de transmisión desde arriba (nuevo liderazgo) hacia abajo.
Culturalmente este populismo de izquierda es postcomunista, no-utópico, busca ser nacional-popular, pero es, ante todo, estatal, de discursos y valores radicales y de libre opción individual de valores en el terreno de la vida privada. Es cosmopolita en el sentido de reconocerse hermanado con todas las expresiones anti-sistemas y de culturas radical-alternativas a nivel global.
¿Hay elementos comunes entre estos dos tipos de populismos?
Primero, ambos son iliberales o antiliberales y buscan debilitar o aplastar la expresión del pluralismo de la sociedad civil. Las libertades de palabra y asociación suelen desaparecer en estos regímenes o verse seriamente limitados.
Segundo, los dos suprimen o eluden los mecanismos de intermediación y representación cuando no logran controlarlos a su amaño, trátese de partidos, parlamento, medios de comunicación independientes o autonomía de las universidades.
Tercero, en cambio, instauran una relación directa del líder con el pueblo —de Trump a Orban, de Maduro a Ortega—, relación habitualmente de estilo autoritario-carismática y de inspiración excluyente: amigo/enemigo.
En suma, ambos populismos son ajenos a los presupuestos culturales de la democracia, a la cual buscan anular desde dentro.
¿Corre Chile el riesgo de verse atrapado por uno de estos dos populismos? Los próximos meses y años, de aquí al 2025, nos darán la respuesta.
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