La pospandemia y su normalidad
“Será un mundo más conflictivo y desordenado, con mayor pobreza, presiones migratorias y turbulencias”.
Desde ya, parece claro que el horizonte pospandémico traerá consigo importantes transformaciones. Seguramente no una revolución con masivas transferencias de poder y propiedad, ni un desplome del modelo capitalista global, pero sí transformaciones y ajustes de largo aliento.
Para partir, ciertos fenómenos de desglobalización; una menor intensidad del comercio transfronterizo, la localización de ciertas cadenas de suministro y el debilitamiento de los organismos supranacionales. Será un mundo más conflictivo y desordenado, con mayor pobreza, presiones migratorias y turbulencias.
Como contrapartida, un auge de tendencias nacional-estatales; énfasis en la seguridad y la producción internas, las regulaciones, la supervisión, el control y la administración de crisis. Asimismo, de tendencias autoritarias, fórmulas populistas y plebiscitarias y liderazgos carismáticos.
Crecerá la polarización ideológica a nivel global y nacional. Habrá un aumento de preguntas radicales sobre el colapso medioambiental y el fin de los ideales de la modernidad. Se expandirá el sentimiento religioso y los discursos sobre la fraternidad bajo modelos comunitarios o de cuidado mutuo.
Los mercados harán frente a una marea de críticas. El virus más peligroso después de la pandemia será el neoliberalismo, al que se imputará la disolución de los lazos sociales. América Latina experimentará una nueva década perdida (Cepal dixit), aumentarán la pobreza y la vulnerabilidad de la clase media.
Generaciones de graduados encontrarán dificultades irremontables para incorporarse al mercado del trabajo; al decaimiento de la economía se sumarán los cambios de la digitalización, el teletrabajo, la inteligencia artificial y la robótica.
En nuestra región latinoamericana, el potencial de violencia subsistirá intacto o crecido, manifestándose con más fuerza en las condiciones post. El mayor riesgo radicará en las jóvenes generaciones, quienes no estudian ni trabajan, experimentan desempleo crónico, exclusiones y fenómenos de narcoviolencia, pandillas y lucha hobbesiana por la vida. Habrá amplias franjas de anomia, con efectos sobre la inseguridad y conductas desviadas en general.
Culturalmente, el tiempo post traerá consigo un cambio de marea hacia imaginarios, valores, actitudes, comportamientos y enunciados propios de las fases pesimistas de la historia, que son cíclicas en Occidente. Ya lo dijo F. Pessoa: “Ser pesimista es tomarse las cosas a lo trágico”, lo cual es frecuente cuando se acumulan sucesivas crisis.
En Chile el pesimismo alimentará el clima de generalizada desconfianza, restricción del consumo, desencantamiento respecto de las anteriores expectativas y de desasosiego ante los límites de la (no tan) nueva normalidad.
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