“¿Qué lleva a erigir al neoliberalismo en causa y motor de la catástrofe que vivimos?”.
Atribuir la pandemia a una suerte de afinidad selectiva —una secreta asociación y resonancia— con la filosofía neoliberal y a esta los efectos de la peste resulta sencillamente alucinante. En realidad es absurdo imaginar que una dinámica inhibidora de las interacciones e intercambios sería favorable a la expansión y desregulación de los mercados. Ocurre precisamente lo contrario: crecen el alcance y la profundidad de la acción estatal y la demanda por bienestar colectivo. Está diariamente a la vista.
¿Cómo explicar entonces esta insensatez? ¿Qué lleva a erigir al neoliberalismo en causa y motor de la catástrofe que vivimos? Responder estas interrogantes no supone defender las políticas neoliberales —cuyas limitaciones y efectos perversos vengo discutiendo desde hace cuarenta años—, sino analizar el uso del neoliberalismo como causa primera de todos los males en la sociedad. ¿Qué propósitos sirve esta maniobra?
Primero, la atribución de la pandemia y sus consecuencias al neoliberalismo satisface una profunda necesidad de dotar de sentido a un fenómeno que emerge de manera contingente, generando a su paso confusión e incertidumbre. Contemporáneos de la peste negra durante el siglo XIV la atribuyeron a la ira de Dios con una humanidad pecadora. Según un historiador español, ante la peste el hombre medieval, fuera cual fuere su religión, encontraba en el castigo divino la causa de tal fenómeno y de sus trágicas consecuencias. El neoliberalismo sería un equivalente secularizado y posmoderno del pecado.
Segundo, la invocación del espectro del neoliberalismo responde al anhelo intelectual por identificar y exhibir ante el público un culpable de los males experimentados; un chivo expiatorio en la antigua tradición persecutoria. Simboliza esos males y lo convierte en objeto de escarnio. En el medioevo se acusó a los judíos de causar la pestilencia mediante el envenenamiento de las fuentes de agua de las ciudades. Tal acusación recibió sanción real y eclesiástica. Fueron perseguidos y miles murieron por castigos atroces. En la actualidad, el neoliberalismo aparece como chivo expiatorio. Es de esperar que sus agentes —quienes quiera sean— no sufran mañana una suerte similar.
Por último, la atribución de la peste al neoliberalismo representa un intento por ligar a aquel y sus perversos efectos con el estallido de violencia del 18-O, el cual, ¡cómo no!, habría respondido también a esta mismísima causa. Se prepara así una escena de salida de la pandemia que —sin solución de continuidad— engarzaría con un nuevo octubre en llamas que algunos anticipan y parecen desear.
Se completaría de esta manera la trayectoria del neoliberalismo con su final demolición. A partir de ahí podría desplegarse, por fin, una historia sin pandemias, una economía sin mercados y una sociedad sin desigualdades ni abusos. Un absurdo fascinante, ¿o no?
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