Narrativas de la crisis
“En Chile, el estallido y la pandemia han creado una sensibilidad apocalíptica”.
Efectivamente, vuelve a rondar el fantasma del fin de la historia. Ahora la moda es anunciar el fin de una época (la modernidad), o de la civilización (occidental), o del capitalismo y los mercados (neoliberalismo) y de la democracia liberal (representativa). En Chile, el estallido y la pandemia han creado una sensibilidad apocalíptica. Dos narrativas la expresan: una de signo distópico, la otra como utopía.
La primera anuncia visiones de destrucción y muerte parecidas a las de la peste negra de 1348. Esta, al provocar tanta aflicción y miseria, hizo que “la venerable autoridad de las leyes, así humanas como divinas, decayera y se disolviese” (Bocaccio).
Mientras algunos percibimos instituciones que funcionan razonablemente (hasta ahora), con capacidad de reacción social y una perspectiva —si bien dura y exigente— para la reconstrucción económica y social, los intelectuales apocalípticos solo ven acumularse escombros por delante. Perciben un sistema y una época en descomposición, sin posibilidad de recuperación y renovación. Olvidan que la decadencia de Occidente ha sido publicitada a lo largo de siglos, hasta aquí sin consecuencias.
A su turno, los pensadores utópicos celebran la disolución del orden establecido, pues en su reemplazo la pandemia erigiría un mundo más solidario y fraternal. O, al menos, uno menos destructivo que el del capitalismo global que nos tendría al borde del abismo.
En ambas vertientes, estas ideas carecen de sensibilidad sociológica. Ven derrumbarse o florecer civilizaciones en pocos días, meses o años, en vez de décadas, siglos y milenios. Igualmente, desconocen una lección básica de la sociología clásica: que los (macro)arreglos de las sociedades contemporáneas son intrínsecamente contradictorios y conflictivos (Marx), generan anomia y malestares (Durkheim) e impulsan formas irracionales a partir de su propia racionalidad (Weber), mas no se derrumban fácilmente. Al contrario, poseen capacidades de autocorrección y resiliencia, incluso frente a crisis catastróficas.
En suma, los intelectuales subestiman las fuerzas e intereses que mueven la historia, y las ideas que los orientan, prefiriendo pensar en destinos distópicos o utópicos para la humanidad que solo existen en su imaginación.
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