Cuarentenas
“Sorprende el entusiasmo con que autoridades locales, dirigentes políticos y comunicadores reclaman creciente aislamiento”.
Las epidemias se perciben como un grave desorden que interrumpe la vida privada y pública. Sus efectos son letales. Jacme d’Agramont escribía en 1348 que la pestilencia, su nombre entonces, ocasionaba corrupciones, muertes súbitas y enfermedades diversas, además de males morales como enemistades, rencores, guerras y robos.
Desde tiempos bíblicos se ha buscado detener la peste mediante aislamiento y reclusión. En la Edad Media se emplearon contra la peste negra; las crónicas de la época hablan de ciudades en cuarentena.
Hoy vemos desplegarse esta misma estrategia. Con enorme fuerza simbólica, limpieza y confinamiento aparecen como única respuesta posible. Para mantener a raya una amenaza invisible debemos recluirnos dentro del hogar e imponernos distancias y prohibiciones. Es un ejercicio de purificación de las formas de vida que antiguamente adquiría un sentido religioso. ¿No será que hoy, de manera secularizada, apunta en la misma dirección?
Los tiempos anteriores y presentes tienden a confundirse. Baste recordar que la OMS, a propósito del SARS, declaró en abril de 2003 que “mientras el agente etiológico permanezca desconocido, los especialistas en enfermedades infecciosas estarán forzados a recurrir a instrumentos de control que datan de las ‘edades medias’ de la microbiología: aislamiento y cuarentena”.
Más bien, sorprende el entusiasmo con que autoridades locales, dirigentes políticos y comunicadores reclaman creciente aislamiento y cuarentena como medios de salvación.
Pero también estas medidas pueden convertirse en pesadilla. El Arzobispo Giovanni Visconti, gobernador de Milán en el siglo XIV, ordenó que las tres primeras casas contaminadas por la plaga fueran tapiadas, incluyendo a los habitantes sanos, enfermos y muertos (B. Tuchman, 1978). En estos días, académicos pakistaníes proponen cerrar las fronteras entre países hasta julio próximo, prohibir globalmente cualquier reunión social, sellar los límites interprovinciales, encargar a los militares la seguridad de los lugares de cuarentena, y proveer gratuitamente de mascarillas y móviles a la población mundial. Por último, los entusiastas del confinamiento no han reparado que la prestigiosa revista médica The Lancet (14 de marzo, 2020), tras revisar 24 estudios sobre el impacto psicológico de las cuarentenas, concluye que la mayoría constata efectos negativos, incluyendo síntomas de estrés postraumático, confusión y rabia. Entre los factores estresores menciona: duración de la cuarentena, miedo a las infecciones, frustración, aburrimiento, provisiones e información inadecuadas, pérdidas financieras y estigma.
Luego, si la pandemia requiere confinamiento —y la historia lo justifica—, su uso debe hacerse con sensatez, como la autoridad chilena parece entenderlo, a fin de no caer en el delirio de un minucioso control total y previendo efectos psicológicos, y también económicos, negativos.
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