Utopías educacionales
“La estrechez del presente y la fuerza de los cambios que sacuden al mundo, multiplican los futuros posibles de la educación”.
A lo largo de la historia, las utopías —construcciones imaginarias de perfección colectiva— han sido terreno fértil para el pensamiento educacional. Han ofrecido modelos ideales a la vez que mostrado fallas de lo real existente y despertado esperanzas que a veces se convierten en verdaderas pesadillas. Por eso los utopistas educacionales —como Platón, Comenius, Rousseau, Owen, Fourier o Dewey— son admirados y también temidos. ¿Hay cabida hoy todavía para reflexionar utópicamente sobre la educación y su futuro?
Suele pensarse que en nuestra época altamente racionalizada, tecnocientífica y utilitaria no hay lugar para utopías. Todo lo contrario. La estrechez del presente y la fuerza de los cambios que sacuden al mundo, multiplican los futuros posibles de la educación.
Por lo pronto, proliferan utopías digitales, impulsadas por la narrativa de Silicon Valley. Esta anuncia un tsunami tecnológico; la avalancha que se nos viene encima. A la vista se encontraría un nuevo mundo de comunicación y saberes, rico en información, datos masivos y dispositivos inteligentes. Los estudiantes, nativos digitales, aprenderán sobre la marcha, de la palma de su mano. La docencia se habrá robotizado y estará ampliamente distribuida. Tal como soñó Ivan Illich hace medio siglo, las sociedades estarán desescolarizadas. La revolución tecnológica liberará el potencial educativo que existe en las cosas y en las comunidades humanas. Las oportunidades de aprendizaje serán infinitas, accesibles a voluntad, sin un currículo oficial, no secuenciales, desprovistas de jerarquías burocráticas, no examinadas ni sometidas a cierres institucionales o profesionales. Rousseau sale al encuentro de Google y Bill Gates.
Desde el terreno de la economía florece una segunda clase de utopías; aquellas que anuncian el advenimiento de una industria global de la educación. Se estima que en 2030, el gasto en esta industria —incluyendo educación temprana, obligatoria (K-12), terciaria, corporativa y en aprendizaje a lo largo de la vida— alcanzará a 10 billones (millón de millones) de dólares. El edu-business experimentaría el mayor crecimiento entre las industrias de la 4ª Revolución Industrial.
Esta utopía, considerada por algunos una distopía, convertiría la educación en una red mundial de negocios. La mercantilización, el lucro, la provisión privada de servicios educativos, su comercialización transfronteriza, las fundaciones y emprendimientos educacionales filantrópicos, la soberanía del consumidor y la más amplia libertad de elegir proporcionarán la infraestructura de esta utopía/distopía. La educación concebida como un bien público iría desvaneciéndose para ser reemplazada por un régimen de producción y distribución privadas en un marco de regulaciones públicas. Es el sueño de hacedores y diseñadores de mercados. Y la pesadilla de quienes se resisten a ser tratados como clientes y consumidores.
Una tercera clase de utopías, que acompaña a las dos anteriores, es la del “homo flexibilis”; un individuo capaz de adaptarse al cambio; a cargo de la gestión de sí mismo; que aprende y desaprende continuamente; apto para ambientes veloces e hiperactivos. Ya estaría prefigurado en el discurso de las “competencias del siglo XXI”, entre las cuales destacan autoeficacia, creatividad, gestión del riesgo, motivación, persistencia, proactividad.
Frente a estas tres utopías tecnoinformacionales aparecen otros tipos de utopías educacionales que descansan, respectivamente, en el control ejercido por un Estado ideal y en un renacimiento humanista de lo humano.
El primer tipo agrupa utopías cuyo origen remoto es el Estado platónico; aquel cuya misión es imponer, mediante un gobierno de “filósofos”, un orden educacional que encuadre y discipline a toda la población. Es un ideal totalitario —del signo ideológico que sea— donde unos regentes iluminados establecen su dominio a través de un gigantesco y constante ejercicio pedagógico; verdadera ingeniería de las almas. Se espera formar así a hombres y mujeres de virtud completa, héroes del trabajo y la lealtad colectiva, fanáticos servidores del Estado, guerreros dispuestos a cualquier sacrificio. El siglo XX conoció anticipos de este Estado que se convirtieron en pesadillas. Utopías del poder absoluto y la absoluta sujeción.
El otro tipo de utopías recupera para el futuro el ideal germano de la Bildung y, más atrás, el espíritu de la Paideia griega. Esto es, el cultivo de una formación humana de excelencia cultural y virtud moral, inspirada en los más altos valores del conocimiento y la sabiduría, aún reconociendo el ocaso de la civilización occidental. Situadas en el polo opuesto a la desescolarización, estas utopías reclaman la necesidad de reorganizar la sociedad entera en torno a la educación. La Bildung es propuesta como un ethos que, expresado en una praxis educativa, busca remodelar las instituciones y propósitos de la sociedad. Como dice Juan Amos Comenius, el gran utopista educacional del siglo XVII, la sociedad entera necesita ser concebida sub specie educationis (bajo la perspectiva de la educación). Solo de esta manera, una humanidad transformada por la educación podría hacer frente a las encrucijadas del futuro.
Como se ve, no faltan utopías educativas en el mundo contemporáneo. Todas están animadas por la creencia platónica de que hombres y mujeres bien educados crearán sociedades no solo mejores, sino ideales. Sin embargo, la historia se encarga de mostrar que los humanos toleramos solo raciones modestas de perfección. Por lo mismo, nuestras utopías suelen terminar como distopías para los demás
0 Comments