SEÑOR DIRECTOR
La educación estatal, cuyo liceo más insigne es el Instituto Nacional y otros de alta exigencia académica, ha ido quedando en la orfandad. Incluso los grupos dirigentes formados en estos establecimientos, o similares, han abandonado su defensa.Así quedó de manifiesto al rechazarse el lunes pasado la idea de legislar sobre estos colegios y la posibilidad de extender su modelo de selección académica a un número adicional de establecimientos de excelencia, estatales y privados. En breve, la educación pública de calidad no tiene partes interesadas en su promoción y ampliación.
Los antiguos partidos progresistas (PC, PS, PPD) y su nueva versión (Frente Amplio) prefieren escoger cuotas de alumnos vulnerables talentosos y esforzados y delegar su formación a colegios privados pagados de los barrios burgueses de la ciudad. Esto, antes que admitir la existencia de liceos paradigmáticos de origen nacional-popular o mesocrático. A su turno, el centro político tradicional, conformado por radicales y democristianos, en vez de celebrar el esfuerzo, la resiliencia y el mérito característico de esos colegios, prefiere subordinarse al progresismo y hacer tabla rasa de esos valores.
Unos y otros optan por una política educacional romántico-populista: aplanar las oportunidades de aprender en la educación pública, ningún colegio es mejor que otro, ningún niño puede destacarse por su esfuerzo, todo mérito es un marcador de clase, el ideal es obtener resultados indistinguibles.
¿Quién pierde? La educación estatal de excelencia en primer lugar; la educación pública de mayor exigencia, enseguida. ¿Quién gana? La ofuscación, la parálisis. Y el cinismo de quienes poco esperan ya de sus representantes políticos-de gobierno u oposición-al ver confirmado nuevamente su escepticismo.
José Joaquín Brunner
Académico UDP y exministro
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