A propósito del debate sobre selección académica en liceos emblemáticos —si se debe mantener, ensanchar o eliminar—, algunos plantean que ella debe suprimirse absolutamente. ¿Por qué? Por constituir, dicen, una manera encubierta de premiar la cuna de quienes heredan ventajas materiales y culturales. Me parece un error.
Por el contrario, en el contexto social y educacional chileno es imprescindible reconocer y premiar los esfuerzos de jóvenes que aspiran a ser evaluados por el mérito de su empeño (tesón y constancia en seguir una cosa). En efecto, nada es tan propio de la experiencia escolar como el cultivo del esfuerzo y su reconocimiento social. Aquella consiste, precisamente, en desarrollar comportamiento y habilidades estrechamente interrelacionados en tres dominios esenciales: cognitivo, afectivo y conativo. Este último incluye “desde el impulso intencional, las motivaciones y las voliciones, hasta la realización práctica de la acción propuesta”. Suele definírselo por eso como esfuerzo de la voluntad.
Desde antiguo, el reconocimiento de este esfuerzo juega un papel central en la formación del carácter y el desarrollo de la cultura pedagógica. Según sostiene Jaeger en su clásica “Paideia”, refiriéndose a la doctrina de Protágoras, “Nadie se enoja contra otro por faltas que dependen de su naturaleza innata y que no puede evitar, ni merece por ellas premio ni castigo. Premios y castigos son otorgados por la sociedad, donde se trata de bienes que pueden ser alcanzados por el esfuerzo consciente y el aprendizaje”.
Contemporáneamente, esta misma filosofía debiera prevalecer en los colegios y las comunidades. De lo contrario, quedaría abierto un único canal selectivo: aquel que, en vez de basarse en el esfuerzo, se funda en el patrocinio familiar, trátese de apellidos nobles, medios económicos, privilegios políticos o capital cultural.
Los procesos de enseñanza y aprendizaje se hallan indisolublemente entrelazados con comportamientos de esfuerzo, vinculados con motivación, involucramiento (engagement), tareas, metas, empeño, persistencia y evaluaciones de diferente tipo. A su vez, familias y profesores valoran y estimulan tales comportamientos, reconociéndolos como legítimos medios de mérito y movilidad; incluso los premian y celebran a través de apropiados ritos simbólicos. ¿No fue así que se creó históricamente la cultura del liceo emblemático que hoy se condena como una coartada que serviría para ocultar que todo mérito es arbitrario, pues proviene no del esfuerzo, sino del origen sociofamiliar?
La evidencia más contundente contra este argumento —el cual carece de apoyo sociológico— surge del famoso examen PISA. Este muestra, para un número superior a 70 países, que en todos ellos hay una proporción variable de estudiantes proveniente del tercio más desaventajado que, contra las expectativas de su origen socioeconómico y cultural, logra situarse en el tercio superior de los puntajes que miden el aprendizaje en dicha prueba.
En Chile, un 15% de aquel tercio menos aventajado calificó el año 2015 en esta categoría de estudiantes resilientes; una mitad en comparación con el promedio de los demás países participantes en PISA (OECD, 2016). Estos datos revelan que se puede superar —gracias al esfuerzo y la dedicación al estudio— las probabilidades ancladas al origen familiar.
Más aún, muestran que Chile posee todavía un amplio margen para mejorar en esa dirección.Para lograrlo, un factor decisivo es la percepción positiva que ese grupo de estudiantes posee respecto de sus propias habilidades de aprendizaje; lo que Carol Dweck (2006) denomina “mentalidad de crecimiento” (growth mindset).
Es decir, la convicción de que es posible conquistar metas exigentes mediante un trabajo persistente y un sostenido esfuerzo, contando con la motivación y resiliencia para ello. Por el contrario, quienes poseen una mentalidad estática (fixed mindset), o sea, creen que sus habilidades innatas son fijas y no pueden desenvolverse, muestran menores logros de aprendizaje. Según reporta un estudio de la Universidad de Stanford sobre alumnos chilenos de 10º grado con una fuerte mentalidad de crecimiento, ellos obtienen logros similares al de los estudiantes de alto ingreso con una mentalidad estática (Claro, Paunesku y Dweck, 2016).
En suma, si bien las condiciones del hogar son un factor decisivo en el orden macrosocial para explicar la brecha de resultados educacionales, en cambio, en el orden micro —de alumnos individuales— aquellos más resilientes y con una mentalidad proactiva pueden superar las desventajas del nacimiento, sin estar condenados a reproducirlas.
Es evidente que esta posibilidad se ve facilitada, además, cuando los estudiantes reciben apoyo y estímulo en el hogar, asisten a un jardín infantil con profesionales de alto desempeño y concurren a colegios efectivos donde profesores bien calificados reconocen y estimulan el esfuerzo de sus alumnos y cultivan su motivación, involucramiento y perseverancia.
En el intertanto, ¿qué hacer mientras la sociedad y el Estado no ofrecen a todos los infantes, niñas y jóvenes ese conjunto de condiciones propicias? ¿Abandonar toda esperanza y desconocer el esfuerzo que conduce a unos alumnos a situarse por delante de otros de la misma condición económico-social? ¿O bien ofrecer oportunidades de alta exigencia a esos estudiantes resilientes y luego la posibilidad de continuar estudios superiores selectivos, como históricamente ha ocurrido gracias a los liceos emblemáticos?Qué hacer entonces: ¿Ensanchar el acceso hacia posiciones de élite favoreciendo el esfuerzo escolar o limitarlo únicamente a quienes gozan del privilegio de una movilidad familiarmente patrocinada? ¿Despreciar la resiliencia por un ideal abstracto de igualdad o premiarla mientras se construye un sistema escolar que asegure a todos oportunidades de calidad?
Si bien las condiciones del hogar son un factor decisivo en el orden macrosocial para explicar la brecha de resultados educacionales, en cambio, en el orden micro —de alumnos individuales— aquellos más resilientes y con una mentalidad proactiva pueden superar las desventajas del nacimiento, sin estar condenados a reproducirlas.
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