Autor: Daniel Labarca
DOM 30 DIC 2018 | 12:57 AM
El actual gobierno heredó la gratuidad universitaria impulsada por Bachelet. ¿Cómo ha visto su implementación?
La implementación ha estado tapizada de torpezas inexplicables: atrasos increíbles en las transferencias que el gobierno debe hacer, informaciones tardías, etcétera. Es increíble e inaceptable que el gobierno no efectúe las transferencias por gratuidad en tiempo y forma y que aún no informe los aranceles del próximo año. Todo eso no es mal diseño, es simple torpeza.
¿Ve al gobierno comprometido con sostener la gratuidad en el tiempo?
Me parece que sí; aunque creo que la ministra está, afortunadamente, persuadida, al mismo tiempo, que el problema que hay que afrontar es cómo compatibilizar la gratuidad con los desafíos estratégicos y de largo plazo del sistema de educación superior. Este es el verdadero asunto. Suele olvidarse, pero el sistema de educación superior chileno (especialmente universitario) es de los mejores de la región y ello le plantea especiales desafíos, para los que se requiere una economía política a la altura.
El primer gobierno de Piñera estuvo marcado por su relación con un movimiento estudiantil empoderado tras las movilizaciones del 2011. ¿Cómo ve al movimiento hoy?
Mire, hoy tenemos la generación entre 18 y 24 años más educada de la historia de Chile. Se trata de una generación que, sin embargo, vive el acceso a la educación superior con cierta frustración. Es la paradoja del bienestar: las nuevas generaciones esperaban encontrar en la universidad los bienes que ella proveía cuando era de minorías (aura de prestigio, altas rentas, alta movilidad), pero ocurre que hoy día, cuando la educación universitaria es de masas, esos bienes se esfumaron. Los certificados universitarios son bienes posicionales, cuando todos los tienen los beneficios asociados se esfuman. Es posible que allí esté una de las causas del malestar juvenil. Eso explica que haya múltiples circunstancias que operan como catalizador de lo que se llama movimiento estudiantil, que no es propiamente un movimiento orgánico. Y desgraciadamente las seguirá habiendo. Y lo peor sería dejar que la agenda pública se centre en ese malestar que seguirá como una estela en la vida pública.
¿Tiene espacio para incidir en la agenda pública, como lo hizo en los dos gobiernos anteriores?
Aceptar la captura de la agenda pública por parte de los estudiantes -o el movimiento estudiantil como se le llama, atribuyéndole una organicidad que no siempre tiene- sería un error. Creo que no hay que confundir la capacidad de los jóvenes para detectar a veces los problemas, con la capacidad de saber cómo resolverlos. Los jóvenes, y no solo esta generación, sino las que le antecedieron y con toda certeza las que vendrán, son mejores en lo primero que en lo segundo. Desgraciadamente, a veces el temor o el cálculo impide ver eso y se incurre en una especie de “beatería juvenil” que pone del lado de la juventud todas las virtudes, entre ellas la pureza de intenciones y la claridad. Esa es, en el fondo, una forma de desprecio paternalista hacia los jóvenes. Desproveer a los estudiantes de la capacidad de actuar mal -poniendo la virtud de su lado- es desproveerlos de responsabilidad y por esa vía de dignidad.
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