Aula segura: opiniones más allá de la mano dura
Noviembre 4, 2018

Captura de pantalla 2016-09-25 a las 12.18.47 p.m.Cinco especialistas comentan el tema a propósito de la polémica por el proyecto Aula Segura: Para prevenir la extrema violencia hay que erradicar las agresiones dentro del aula

Los dichos hirientes o los empujones dentro de la sala de clases se notan menos que un ataque incendiario, pero no por eso dejan de estar presentes. Ignorar el maltrato y no dar espacios para la reflexión conjunta contribuyen a formar ambientes escolares tóxicos, caldo de cultivo para manifestaciones delincuenciales como las que se han visto actualmente.  

Margherita Cordano, 4 noviembre 2018

Antes de los encapuchados, las bombas molotov o las armas, en los colegios pueden haber estado los rumores malintencionados, los golpes o el insulto que alguien escuchó pero decidió ignorar. Porque aunque el proyecto de Aula Segura ha centrado la discusión en los casos de violencia extrema, otro tipo de agresiones -a veces mucho menos notorias- han estado presentes en nuestras salas de clases desde hace un tiempo.

José Joaquín Brunner lo planteó en su última columna en esta misma sección de “El Mercurio”: que la violencia en las escuelas no es un asunto del que pueda hacerse cargo una ley. “Las variables que inciden son múltiples y de variada naturaleza”, escribió.

“Hay una parte de la violencia que permanece oculta, que es insidiosa, como suele suceder con el bullying ejercido mediante dichos hirientes y actos de hostilidad no inmediatamente detectables, así como exclusiones de niños y jóvenes del tráfico normal para someterlos a diferentes formas de humillación y aislamiento”, advierte.

A directivos y profesores les complica abordar el tema.

“La dificultad que enfrentamos es propia de la cultura de nuestra época, del espíritu de los tiempos actuales, donde la esfera de las libertades avanza y es reconocida como un logro propio de la autonomía de las personas desde temprana edad, sin que exista un avance en paralelo del autocontrol y la autodisciplina, que es la única manera de que todos puedan convivir en libertad. Hay una dificultad para determinar y aceptar límites, reconocer autoridades legítimas, asumir responsabilidades por la propia libertad, sublimar los instintos agresivos y destructivos, ponerse en lugar de los otros y reconocer sus derechos como iguales a los nuestros”, plantea Brunner.

Punta del iceberg

Una investigación que analizó los casos de 50 mil estudiantes de 5° a 8° básico concluyó que 67% había sido agredido de alguna forma por otro alumno en el último mes.

“Los investigadores en violencia y convivencia escolar solemos señalar que, muchas veces, los comportamientos que entendemos como bullying son la punta del iceberg de fenómenos más complejos y culturalmente arraigados, que se basan en distintas formas de discriminación social asociadas a los ‘ismos’. El clasismo, sexismo o racismo”, plantea Verónica López, una de las autoras del estudio y directora del Centro de Investigación para la Educación Inclusiva, que cuenta con el Programa de Apoyo a la Convivencia Escolar Paces. Es también académica de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica de Valparaíso.

Para la especialista, la violencia escolar “es un fenómeno social, y como tal debemos generar tanto explicaciones como soluciones que aborden el contexto, el ambiente escolar y no únicamente echarles la culpa a los agresores y buscar distintas maneras de sancionarlos”. Una de sus sugerencias es que la comunidad escolar tome decisiones en conjunto.

“Para que se sientan partícipes, en otros países los profesores piden a sus alumnos elegir qué contenido quieren aprender primero, de acuerdo a tres opciones. El profesor sabe que esas tres unidades no tienen que ir en un orden determinado, entonces con su autoridad y conocimiento ofrece a los estudiantes las opciones”, dice como ejemplo.

Las teorías del aprendizaje “ponen énfasis en que la gente no aprende sola y que, para hacerlo, se requieren ambientes seguros y afectuosos. Cálidos y acogedores”, plantea la doctora en Ciencias de la Educación María Isabel Toledo, de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales.

“Entre las consecuencias psicológicas que tiene la violencia están la baja autoestima, la depresión y los trastornos del sueño. Y eso tiene que ver con las posibilidades de estar atento para poder aprender”, dice.

Tomas escolares

Como institución, el colegio se pensó como un espacio encerrado y protegido, continúa Toledo.

“Todavía se piensa en la escuela como de otro mundo. Pero la escuela es parte de la realidad. Y al cerrarse y dejar el conflicto como categoría aparte, los establecimientos educativos negaron que había problemas sociales afuera y que hay violencias que llegan a la escuela: se planteó todo el conocimiento y la realidad como algo armónico; se negó el conflicto. La propuesta, entonces, es reconocer que estos conflictos existen y generar una lógica de diálogo”.

La falta de espacios para hablar y reflexionar es una de las razones por las que las tomas escolares se han vuelto comunes, plantea la investigadora del Centro de Desarrollo de Liderazgo Educativo, Javiera Peña.

“En los últimos cinco años ha sido común que la toma anteceda a la presentación de demandas, emergiendo como un fin en sí mismo. Para los estudiantes, esto ocurriría por la falta de espacios de articulación en contextos normales de clases”, explica la socióloga, quien agrega que “los directivos y también los docentes se encuentran sobrepasados y con muy poco tiempo para realizar un análisis más profundo a lo que está ocurriendo, y para llevar a cabo acciones tendientes a aminorar y resolver conflictos que derivan en violencia. Al mismo tiempo, parece ser necesaria una mayor preparación para la resolución de conflictos. Muchos directivos, pese a contar con una amplia formación en liderazgo y en temas educativos, carecen de herramientas y conocimientos respecto al abordaje de la conflictividad en la escuela”, plantea.

54
puntos de diferencia en el Simce puede llegar a generar un colegio donde los escolares declaran sentirse seguros dentro del establecimiento.

47
puntos menos promedian en la prueba PISA de Ciencias los colegios donde la incidencia de intimidación es alta, en comparación con los establecimientos donde el acoso es poco frecuente.

 

Expulsión y reinserción

El proyecto de Aula Segura faculta a los directores a iniciar procesos de sanción -que pueden conducir a la expulsión- a estudiantes que cometan algún tipo de violencia extrema. ¿Qué debiera pasar con un alumno que deja su colegio por esta causa? ¿Se puede evitar que vuelva a caer en este tipo de conductas? Para Liliana Cortés, directora de Fundación Súmate del Hogar de Cristo, trabajar en la salud mental y autoestima de estos jóvenes es clave.

“Por supuesto que van a caer en conductas agresivas, por supuesto que van a traer esos patrones conductuales”, dice. “La forma de ofrecerles una oportunidad de comportarse diferente es dándoles tiempo para que vuelvan a confiar en los otros y en su propia capacidad de hacer las cosas diferentes”.

Los jóvenes con los que la fundación trabaja -la mayoría en condiciones de marginalidad y pobreza, apunta Cortés- “no tienen una visión positiva de sí mismos. Lo primero que tenemos que hacer es devolverles esa imagen de lo positivo que vemos en ellos, acompañarlos para que lo vean, ayudarlos para que quieran esa nueva versión de sí mismos y se den una chance de probar”.

Eso no implica no tener reglas. De hecho, es importante contar con “una estructura que les dé seguridad a los jóvenes, rutinas claras. Si decimos que tenemos normas claras y que queremos que entre todos las respetemos, nos damos el tiempo para aprender a respetarlas y probamos, por el bien de todos, los límites”.

 

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