Habitualmente, los gobiernos y tomadores de decisiones, creen que las universidades tienen sólo dos funciones: investigación y docencia. Así, una de las grandes preocupaciones de las universidades, tanto si se ubican en el espectro de universidades docentes o si son de investigación, es hasta qué grado se hace investigación. “Algunas universidades colocan aparte ambos mundos. Por ejemplo, algunos miembros del staff se enfocan sólo a investigación y otros sólo a docencia, lo que no es muy saludable. Otras tratan de atraer ambas cosas a través de diferentes estrategias. Ese es un tema crucial: ¿tienen la investigación y la docencia algo que conversar?”, pregunta Ronald Barnett.
El académico es profesor emérito del Instituto de Educación de Londres y autor de 30 libros en educación, como Being a University (2011), Imagining the university (2013), The Idea of Higher Education (1990) y de más de 150 papers sobre educación superior.
Para él, las universidades tienen una tercera agenda: el servicio a la sociedad. “Muchas universidades del mundo se ven con responsabilidades hacia la sociedad, aunque no contemplen explícitamente en su misión el servicio. Y eso es interpretado de muchas maneras. Para muchas de estas universidades, el servicio es una extensión de la función de investigación”.
Pero Barnett dice que la misión de servicio va más allá: apunta a la transformación social. “La universidad tiene el potencial y responsabilidad para ayudar a la sociedad a desarrollarse mejor y eso recién ha empezado a pensarse. Por ejemplo, ¿qué significa tener servicio público? ¿Cuál es su contribución a los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas? ¿Cómo la universidad responde a la crisis ecológica?”.
El académico estuvo de visita en Chile para participar del seminario Desafíos de Investigación en la Educación Superior, organizado por el CIAE de la U. de Chile, la Facultad de Educación de Universidad Católica y los Fondos Fondecyt 1170374, Fondecyt 1180746 y de Inserción en la Academia de la UC. El tema de su conferencia fue el futuro de la educación superior. Y de eso conversó con el CIAE en esta entrevista.
-¿Cómo las universidades responden a estas tres agendas?
Algunas responden a las tres agendas, otras responderán que están más interesadas en investigación o que tienen desarrollado su rol público, por ejemplo, ampliando el acceso. Pero es muy difícil para las universidades enfocarse al mismo tiempo en las tres agendas y lo que vemos es que dan prioridad a un tipo de misión. Es difícil ser universidad en estos días: brindar amplio acceso, hacer investigación, generar valor económico.
– ¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentan las universidades de cara al siglo XXI y cómo pueden enfrentarlos?
Primero, hay que reconocer que existen alrededor de 17 mil universidades en todo el mundo y cada una enfrenta desafíos distintos. Sin embargo, hay un amplio espectro común de desafíos. Lo primero es que los Estados están esperando que las universidades eduquen a una cada vez más amplia proporción de la población, lo que implica proveer acceso a educación a estudiantes que son primera generación.
El segundo desafío es buscar maneras de enseñar a un número mayor de estudiantes, incrementando el uso de nuevas tecnologías y considerando el debate sobre el valor de esas tecnologías.
Lo tercero es qué tipo de educación es apropiada para estudiantes que van a vivir en el siglo XXII. Muchos estudiantes que están ingresando a la educación superior van a estar vivos para el siglo XXII. Esto es importante: ¿podemos educar estudiantes para un mundo desconocido en el futuro?
-¿Cree que las universidades pueden educar a jóvenes para el siglo XXII?
Pueden, pero deben re-pensar qué hacer. La educación superior está organizada desde la Edad Media en base a disciplinas, lo que tiene potencial, incluso, hoy. Pero, ¿cómo se hace para que los estudiantes egresen de la universidad con las bases para poder vivir y desenvolverse en un mundo totalmente desconocido y desafiante? Parece ser sorprendentemente simple: educar seriamente en una disciplina, lo que requiere persistencia, disciplina, enfrentarse a dificultades, desarrollar el pensamiento crítico y llegar a juicios personales.
-Ese mundo desconocido parece ser sin fronteras, pero todavía las universidades ofrecen carreras fundamentalmente enfocadas en una disciplina o ámbito del conocimiento, ¿deben abrir la formación?
Estoy de acuerdo con ofrecer un currículo más amplio. Sin embargo, cualquier disciplina debe poder enfrentar a los estudiantes a problemas, ponerlos en situaciones difíciles. Imagine a estudiantes de Geología, que deben ir al norte o al sur a hacer trabajos: deben enfrentarse a situaciones nuevas, a adversidades climáticas, enfrentar incertezas, trabajar en equipo. El problema es que la mayoría de la educación superior no alcanza este nivel de calidad e intensidad.
-¿Qué explicación hay para eso o a qué presiones se ven enfrentadas las universidades?
En muchos países el Estado está financiando a las universidades. El 80% a 90% del financiamiento de las universidades viene del Estado. El Estado quiere asegurar que su dinero esté bien invertido, por lo que ha desarrollado masivos e intrusivos regímenes de aseguramiento de la calidad y de auditoría. Hoy se espera que las universidades aseguren que los estudiantes avancen progresivamente a través del currículo y que se titule la mayoría. También son monitoreadas en la tasa de deserción. La enseñanza actual de las universidades limita la experiencia de los estudiantes. Hay una tendencia a tener un currículo simple, con claros desempeños esperados. Cuando un estudiante va a una clase, sabe precisamente qué debe hacer en virtud de los conocimientos y herramientas. Esto no tiene sentido. Si vas a poner a los estudiantes en situaciones inesperadas, desafiantes y difíciles, y quieres que salgan con sus propias ideas, y piensen según sus propios juicios, entonces necesitas más incertezas.
La fuerza de los estudiantes
-¿Es esto posible con esta generación de estudiantes, que en EE.UU. la bautizaron como “generación copo de nieve”?
Tenemos una conspiración entre cuatro actores: el Estado, los administradores de las instituciones, los profesores y los estudiantes. Todos quieren que los estudiantes obtengan sus diplomas y sus grados al menor costo posible, menor tiempo posible y con alta certeza de que se graduarán. ¿Cuál es el resultado? Están en riesgo un currículo y un ambiente de aprendizaje libres. ¿Y qué tenemos? Una continuación del peor tipo de educación superior en el que los estudiantes aprenden y los docentes enseñan y eso es todo. Precisamente todo lo contrario de un currículo libre y desafiante para el siglo XXII. Cuando estoy frente a una clase, mi tarea no es enseñar muchas cosas. Mi tarea es incomodar a los estudiantes, hacerles preguntas desafiantes, irritarlos, inspirarlos, darles herramientas para salir adelante. ¿Cómo desarrollan ellos las energías y herramientas para salir adelante, para los próximos años de su vida en el que deben enfrentarse a un mundo desconocido, si no tienen deseo de aprender, de indagar, de enfrentarse a lo desconocido, de cambiar el mundo? ¿Cómo logras eso si tienes un currículo rígido donde cada uno sabe lo que tiene que aprender, quién debe ser y dónde debe estar?
-Usted ha dicho que los estudiantes son una fuerza activa. ¿Pueden ellos poner a las universidades en ese rumbo?
En muchos países, los estudiantes se han trasformado en una fuerza activa de desarrollo, no sólo en la vía política, sino en un amplio sentido. Ellos manejan la tecnología que los hacen estar más comunicados con el mundo, son activos no sólo de un lugar, sino de varias partes del mundo. Pueden ser líderes en este cambio en cómo ellos piensan sobre sí mismos y sobre el mundo. Y un ejemplo es el Brexit. Los estudiantes, los que tenían más educación, votaron por mantenerse en la Unión Europea. Ellos se veían como internacionales, del mundo.
-¿Cómo ve a los estudiantes en Chile?
Sólo puedo comentar desde la mirada externa y es evidente que los estudiantes tienen importancia como una fuerza política de una manera que no es usual en el mundo. Vemos muchos estudiantes alrededor del mundo siendo activos, radicales, organizándose, pero el cambio que han provocado los estudiantes acá es inusual. Por eso, es muy importante que los estudiantes en Chile y en Sudamérica no solo tengan espacio, sino que comprendan su rol siendo actores sociales importantes.
-¿Cuáles son los desafíos de las universidades chilenas considerando ese escenario?
En general, en Sudamérica están las bases para un nuevo tipo de universidad emergente, que toma la responsabilidad social muy seriamente. Creo que hay mucho que hacer en ese frente. Y como ya mencioné, hay un debate incipiente, pero muy importante sobre la misión social de las universidades. En el siglo XXI habrá problemas económicos, pero la mayoría de los problemas serán sociales: cómo vivimos entre nosotros, cómo vamos a balancear diferentes prioridades, cómo vamos a satisfacer las necesidades de gente distinta alrededor del mundo, cómo vamos a enfrentar como sociedad la crisis ecológica. Las universidades tienen enorme responsabilidad frente a este enorme desafío de la sociedad. Pero también hay otro gran desafío en torno al conocimiento y a la información: ¿Vamos a confiar en los expertos?, ¿cómo las universidades ayudan al público a entender mejor?, ¿cómo ayudan a la sociedad a entender mejor grandes y complejos temas?
Fuente: Elizabeth Simonsen – Comunicaciones CIAE
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