La educación es la fórmula mágica para solucionar prácticamente todos los males de la humanidad. ¿Contra la mutilación genital femenina? ¿Para mejorar salud? ¿Cómo los jóvenes del mundo pueden acceder a empleos dignos y bien remunerados? Educación. Es la respuesta que siempre dan los expertos y también la que proponen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU para lograr un mundo mejor en 2030. Y ya no vale con el acceso universal a la escuela como propugnaban los anteriores Objetivos del Milenio (2000-2015), un reto que prácticamente se consiguió en tres lustros —la tasa neta de matriculación en la enseñanza primaria en las regiones en desarrollo alcanzó el 91% en 2015 frente al 83% en 2000—. Ahora, el cuarto de los ODS dice que la formación tiene que ser de calidad, completa, gratuita y equitativa para “que produzca resultados de aprendizaje pertinentes y efectivos”. Por eso, varias de las sesiones de la Conferencia Iberoamericana sobre los ODS que se celebra en Salamanca (27-29 de julio) se han centrado en este asunto.
Karim Abouelnaga, quien ha participado en el encuentro, pensó en cómo lograr una mayor inclusión de la población más desfavorecida en Estados Unidos: cursos de verano. Él mismo había sufrido las consecuencias de no contar con los recursos necesarios para acceder a una formación de calidad. Hijo de inmigrantes egipcios, quedó huérfano de padre cuando tenía 13 y empezó a vender golosinas por las noches y los fines de semana junto a sus hermanos. Afortunadamente, ha relatado, tuvo el apoyo de ONG para alcanzar el máximo nivel. “Fui la primera generación en mi familia que fue a la universidad”, ha recordado con orgullo. Fue entonces cuando pensó que tenía que hacer algo. “Tengo una idea revolucionaria para la educación”, le expuso a su mentor. “Me dijo que no se podía ayudar a los pobres si se es uno de ellos. Y era cierto. Quería crear una ONG y no tenía fondos, y nadie iba a prestar dinero a un chaval. Pero él no calibró el potencial de un joven para convertirse en algo grande y hacer cosas extraordinarias”, ha contado sobre el escenario de la Hospedería Fonseca donde tiene lugar la conferencia.
Con un grupo de amigos de la universidad de Cornell, en 2011, creó la organización Practice Makes Perfect (PMP) para reducir la brecha educativa entre ricos y pobres. “En aquel momento no sabía el impacto que iba a tener lo que hemos hecho”, ha asegurado. Lo que ha conseguido es apoyar con formación de calidad durante el verano y un sistema de mentores personalizados a unos 4.000 alumnos desfavorecidos en Nueva York. “Pienso en cómo serían hoy las cosas si todo el mundo se hubiera comprometido como lo hice yo. ¿A qué están esperando? Les invito a la acción”, ha retado al público.
La fotógrafa Angelica Dass no se había dado cuenta de que su trabajo —ha fotografiado a unas 4.000 personas sin ropa poniendo un fondo con el color Pantone de su piel— podía tener un impacto en la educación. Fueron unas profesoras quienes le dieron la clave. “Me escribieron porque habían tenido una discusión en clase sobre quién tenía un color normal”, ha rememorado. Tras aquel episodio, las maestras mostraron a los chavales los retratos de Dass para explicarles que no existía tal cosa y escribieron a la artista brasileña para contarle lo sucedido. “Di el salto de los museos a las escuelas”, ha continuado. Así nació su proyecto educativo Humanae: invita a los niños de centros escolares por todo el mundo a reproducir sus creaciones con pinturas. Para hacerlo, todos cuentan con las mismas herramientas y colores. “La reflexión es que todos venimos del mismo material con resultados muy diferentes”, ha explicado.
“Os invito a posicionar la diversidad como un valor en el proceso educativo”, ha lanzado la fotógrafa y activista. Ella cree que solo desde dentro se puede transformar el sistema educativo para que sea, como propugnan los ODS, inclusiva y de calidad. “Y hay un montón de gente que tiene ganas de hackearlo“, ha afirmado. Una de esas personas es Sugata Mitra (1952, Calcuta, India), profesor de tecnología educativa en Newcastle University y fundador de The School in the Cloud (escuela en la nube) y el proyecto SOLE (Self Organised Learning Environments). El investigador lleva años defendiendo que los niños pueden aprender solos con un ordenador y acceso a Internet, y reclamando el fin de los exámenes. En Salamanca, lo volvió a hacer.
La propuesta de Mitra no es reformar el sistema educativo existente, sino crear uno nuevo basado en la tecnología: escuelas donde los críos están solos con varios ordenadores conectados a la red. “Los profesores no tienen que enseñar, sino hacer las preguntas adecuadas”, ha detallado. Después, los pequeños (sin supervisión de adulto alguno) se organizarán para agruparse entorno a los dispositivos, iniciarán su proceso de búsqueda y encontrarán las respuestas. Aprenderán. Es lo que ha sucedido, ha asegurado el profesor, en los espacios educativos auto-organizados que ha implementado en India, Reino Unidos y España. “Necesitamos hacer esto a escala masiva y ver si funciona en el resto del mundo. Si sucede lo mismo, tendremos un nuevo sistema educativo”, ha zanjado. Precisamente, la falta de evidencia científica sobre los resultados de la fórmula de Mitra es una de las críticas habituales a su planteamiento.
¿Cómo evaluamos los progresos de los chavales? Esta pregunta, expresada por varios asistentes, ha sido contestada por Mitra tirando de humor: “Nos tenemos que librar de los exámenes sin sentido para trabajar en algo sin sentido. No necesitamos enseñar cosas a las personas solo por si acaso. ¿Por qué todos tenemos que saber resolver ecuaciones? Seguro que van paseando por Salamanca, ven una ecuación y la resuelven”. Las risas del público son la prueba de que no lo van a hacer.
Para Ron van Tulder, de la International Business-Society Management de la Universidad de Róterdam y participante en el coloquio, el modelo de Mitra tiene un riesgo: “Por una parte, los estudiantes mejoran sus habilidades en el uso de Internet, pero hay mucha cantidad de información y la verdad ya casi no existe. Hay fuentes fiables y otras tantas que no lo son, y tenemos que ver si nuestros estudiantes son capaces de discernirlas”. Una crítica a la que el investigador indio ya se ha enfrentado y para la que tiene preparada una respuesta: los niños comparan sus hallazgos, debaten y se corrigen entre ellos.
El profesor de Róterdam apuesta por una educación en la que se cultiven “la mente, el corazón y la física”. “Todo esto da lugar a la inteligencia social”, ha apuntado. Una cualidad necesaria para saber empatizar con los demás e involucrarse en la construcción de un mundo mejor más allá de los lemas “que son un lavado de imagen”. Él cree que los ODS son la oportunidad de lograr esta implicación colectiva aunque los demás le llamen “idealista e ingenuo”.
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